13 vidas

Por Federico Karstulovich

Thirteen Lives
Reino Unido, 2022, 142′
Dirigida por Ron Howard
Con Colin Farrell, Viggo Mortensen, Joel Edgerton, Tom Bateman, Lewis Fitzgerald, Vithaya Pansringarm, Paul Gleeson, Teeradon Supapunpinyo, Peter Phan, Sahajak Boonthanakit, Bernard Sam, Kirsty Sturgess, Nitipoom Khachatphai, Jane Larkin, Theerapat Sajakul, Sukollawat Kanarot, Nophand Boonyai

Un linaje ajeno

En algún lugar en el que Ron Howard olvida quién es (o que al menos olvida la peor versión de si mismo y se permite sorpresas perennes: Frost/Nixon, Rush, El Rescate, al final de cuentas, anomalías felices dentro de una obra mas bien mediocre), aparecen unos vacíos, unos espacios de juego que pueden rellenarse con cruces felices, novedosos, circunstanciales. En ese cruce de caminos imaginario en el que el bueno de Ron dejó las vías libres para que ingresen algunas intensidades, se coló algo del cine de Peter Berg, algo del cine de Paul Greengrass…y algo del cine de Clint Eastwood. Por el lado del primero, algo del culto al cine heroico asordinado de películas como Horizonte profundo, el registro documental obsesivo con los detalles y movimientos del segundo y, sin lugar a dudas, el componente melancólico del heroísmo de la gente común del último.

Todo lo anterior viene al caso porque el estreno de una película de Ron Howard no es, precisamente, un acontecimiento, sino más bien una regla dentro de la producción del mainstream hollywoodense de los últimos 30 años, período de tiempo en el que realizó cerca de 25 largometrajes y un puñado de series para televisión. Ergo: si algo no podemos decir es que el hombre no tiene experiencia. Y así las cosas ese conocimiento de campo nunca se tradujo directamente en una mejora. En ese contexto, podíamos esperar algo bueno de 13 vidas? No. Y aquí estamos retractándonos porque nos encontramos ante la mejor película del director en toda una década, como si el tiempo hubiera borrado toda la porquería autoral y grandilocuente y nos hubiera entregado a un director sin tiempo, sin obra y sin personalidad, uno vacío, uno hecho de cruce de caminos.

13 vidas no solo es la mejor película de Howard en años (que, admitámoslo, es un tipo que cada tanto logra construir escenas recordables en películas olvidables), sino que es realmente buena, porque lo que hace lo logra por desmemoriada, como si la experiencia previa no sirviera, como si el pelirrojo se hubiera propuesto jugar a un role playing del trio de directores mencionados y se hubiera disfrazado de documentalista en plan de hibridación entre actores y no actores. Pero no importa la técnica ni las tácticas ni las estrategias, Howard aquí logra que dos horas y media pasen volando gracias a los oficios de Farrell-Mortenssen-Edgerton, quienes no prometían una química fácil. Pero que contra todos los prejuicios llevan adelante a un trio de buzos capaces de un milagro. A su vez no se trata solo de los actores, que actúan un punto por debajo de su tono habitual (gracias), sino del modo en el que la narración avanza periférica al problema, rodeándolo, pero sin ingresar al corazón, en una decisión distante y a la vez emocional. El resultado es que nunca se impone nada parecido a un golpe bajo, precisamente porque el posicionamiento es el adecuado. Howard aprendió?

13 vidas es, en efecto, Eastwood por otros medios, por otras vías, porque retoma, con la validación injustificada que las películas basadas en casos reales suelen tener, la narrativa de los héroes comunes incómodos con su heroísmo con el que no saben muy bien qué hacer. La idea de poner en el centro ya no a personajes tormentosos, ni a personajes trascendentes, ni a personajes épicos, sino a personajes comunes convocados por el azar de los acontecimientos, es justamente lo que le brinda a Howard ese aire que carecen sus peores peores películas, que son las entregadas a la solemnidad. Aquí, en la historia del rescate de los 13 niños atrapados bajo el agua en las cuevas, en Indonesia, hace casi un lustro, lo que prevalece es el registro seco, la tristeza, la presencia de la muerte y el dolor, que transforma a todo acto heroico en una maldición. Sobre esa certeza dicha en voz baja es donde se asienta la mejor película del director en una década. Curiosidades del abandono de la identidad.

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