#PostBafici 2018 – (12): Casa propia
Con Casa propia, Ruiz parece haber entrado en nuevos terrenos sin tener que salir de su ciudad. No sería descabellado hacer una primera y bastante obvia traslación entre el personaje principal y el propio cineasta. De ser así, toda la película no es más que el reflejo de un director que pretende instalarse en una nueva casa cinéfila propia. Las intenciones parecen estar claras desde la notable escena inicial, en la que un grupo de adolescentes ejercen a pleno su cordobesismo(el término es de Quintín): en la calle, mientras toman fernet con coca y arreglan los detalles de la salida nocturna con su acento patentado, Alejandro, al fondo del plano, golpea la puerta de la casa de Vero y comienzan una típica discusión de pareja. Cuando finalmente él se aleja sin haber arreglado el asunto nada se termina de entender demasiado, pero los efectos de la escena, su eficacia, son retroactivos: los jóvenes comentan en voz alta la situación, se mofan ligeramente, pero nada de esto le importa demasiado a Alejandro, que se marcha ignorándolos. Su mundo puede prescindir de ellos. Mi cine a partir de ahora también, parece decir Ruiz.