Las olas
El juego proustiano al que juega Biniez en su tercer largometraje quizás no sea particularmente deslumbrante ni original (no estamos precisamente ante El tiempo recobrado (Raul Ruiz, 1999), ni ante Providence (Alain Resnais, 1976) menos que menos ante 8 y 1/2 (Federico Fellini, 1963) o El ciudadano (Orson Welles, 1941)), por lo que la angustia de las influencias tampoco parece preocupar demasiado al director, que le da a su película un tono desacertado, relajado, pero también carente de pasión, algo que puede hacer ruido inicialmente pero que con el paso de los minutos se corrobora como parte de una lógica estructural de lo narrado.