Dulce país
Hablamos de un director con una mirada personal, con un estilo definido y con un registro que tensiona las necesidades del documental (de hecho trabaja con actores profesionales y no actores) y la ficción a la vez, como si se librara una batalla entre ambas. Pero un segundo aspecto se sostiene sobre las tensiones culturales, que suponen una segunda batalla (y acaso sea también una marca identitaria de cierto cine australiano) que suele poner en el centro el tópico del encuentro de mundos que resultan irreconciliables.