#PostMarDelPlata2019 – (1): O que arde
No hay que pedirle mucho a una película que comienza, de manera hipnótica, en medio de la oscuridad, en un bosque frío y húmedo, arrasado por luces que trastocan en monstruos gigantes que arrancan los árboles de cuajo en plena noche. Los primeros siete planos del largometraje de Oliver Laxe son hipnóticos en su sentido más tradicional: nos dejan imantados, porque no podemos dejar de mirar, de recorrer la pantalla, como si descubriéramos todo otra vez. Como si se tratara de un sueño herzoguiano, lo que hace esta película al iniciar es contemplar lo habitual con ojos extraterrestres. Y a partir de esa desnaturalización perceptiva, volver a ver hasta identificar que eso que no estábamos viendo quizás era más conocido de lo que pensábamos. Trabajo cinematográfico por excelencia: descubrir el mundo a partir de la persistencia de la mirada, de la insistencia del encuadre, del desencuentro entre el ojo que ve y el ojo que toca.