Dossier Estudio Ghibli (VI): Mi vecino Totoro
No tengan la menor duda que si Miyazaki cuenta con obras maestras en su haber, esta es la principal de ellas. Pero no vengo a hablar aquí de las obras maestras del nipón. Ni del trazo. Ni del realismo. Ni del fantástico. Ni siquiera de el sustrato ecológico de buena parte de su obra. Vengo a hablar de la tristeza. Porque si algo contiene Mi vecino Totoro a lo largo de sus 86 minutos es una tristeza infinita disfrazada de felicidad (algo que también nos proporciona la película, en particular en ciertas escenas y en su final hermoso y dulce). La felicidad en esta película es la contracara perfecta de una melancolía perenne, cuyo emergente principal es la sonrisa. Todos o casi todos sonríen en MVT, como si el dolor no existiera. O como si hubiera que conjurarlo de algún modo, atentando contra su presencia. Pero esa presencia no necesita ser refrendada simbólicamente (a tal punto que toda una serie de leyendas urbanas convirtieron a la historia de la película en la figuración infantil de un hecho real y terrible sucedido en 1963, pero para quienes quieran indagar teorías conspirnoicas, les dejo este link), sino que la misma superficie de felicidad artificiosa es el primer síntoma de esa tristeza presente.