Dossier Estudio Ghibli (Vi): Mi Vecino Totoro
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Dossier Estudio Ghibli (VI): Mi vecino Totoro

No tengan la menor duda que si Miyazaki cuenta con obras maestras en su haber, esta es la principal de ellas. Pero no vengo a hablar aquí de las obras maestras del nipón. Ni del trazo. Ni del realismo. Ni del fantástico. Ni siquiera de el sustrato ecológico de buena parte de su obra. Vengo a hablar de la tristeza. Porque si algo contiene Mi vecino Totoro a lo largo de sus 86 minutos es una tristeza infinita disfrazada de felicidad (algo que también nos proporciona la película, en particular en ciertas escenas y en su final hermoso y dulce). La felicidad en esta película es la contracara perfecta de una melancolía perenne, cuyo emergente principal es la sonrisa. Todos o casi todos sonríen en MVT, como si el dolor no existiera. O como si hubiera que conjurarlo de algún modo, atentando contra su presencia. Pero esa presencia no necesita ser refrendada simbólicamente (a tal punto que toda una serie de leyendas urbanas convirtieron a la historia de la película en la figuración infantil de un hecho real y terrible sucedido en 1963, pero para quienes quieran indagar teorías conspirnoicas, les dejo este link), sino que la misma superficie de felicidad artificiosa es el primer síntoma de esa tristeza presente.

De Repente, El Paraiso
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De repente, el paraiso

Elia Suleiman es un director enorme que, además, filma muy poco (su último largometraje es de hace 10 años). En su caso, además, no se trata de una diferencia de grado (la barrera que separa al artesano más o menos esforzado del genio): Suleiman es un genio pero además es un genio único por la simple razón de que nadie más hace lo que hace Suleiman. Si al casi milagro de que don Suleiman se digne a sacar una nueva película, se suma el hecho de que esta película se estrene en salas comerciales en Argentina, no queda mucho por decir: hay que ir al cine, hay que ver De repente, el paraíso. Todo lo demás que se diga, sobra. Dicho esto, tengo que confesar (casi con vergüenza) que esta tal vez no sea la película que prefiero de Suleiman. Es probable, por otro lado, que casi ninguna otra cosa pueda preferir a The Time That Remains, su película anterior.

Color Out Of Space
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Color out of space

Una colisión entre H.P. Lovecraft y el Nicolas Cage de hoy era inevitable. Lovecraft es un autor del que básicamente hoy no se recuerdan tanto sus textos si no toda su mitología (o como dirían los nerds, el lore) y esta idea del horror cósmico que atraviesa toda la cultura pop, desde el John Carpenter de En La Boca del Miedo a Bloodborne de Hidetaka Miyazaki o el cómic Hellboy de Mike Mignola. Los relatos del famoso Cthulhu Mythos, si bien transcurren a comienzos de siglo en lugares específicos, están llenos de tropes y arquetipos que pueden ser fácilmente trasladados a otras historas y contextos históricos: deidades antiguas, aislamiento, locura, body horror. Quién mejor que Nicolas Cage para encarnar un lento y monstruoso descenso a la locura? Para dirigir rescataron de la cárcel fílmica a Richard Stanley, un director de un par éxitos clase B (como Hardware, de 1990) que fracasó estrepitosamente tratando de hacer La Isla del Dr. Moreau, y terminó alejado de la dirección de largometrajes durante años. Ahora viene la parte decepcionante: un director de culto, Lovecraft, y un Nicolas Cage desatado parecen prometerlo todo, pero la película realmente no está a la altura.

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