5 sangres
Pero volvamos a Lee y a 5 sangres. Encuentro aquí a un Spike Lee vital y a la vez, crepuscular. Un director que desea contar la guerra de Vietnam, a su manera revisionista y crítica. Si me preguntan, nada diferente a los procedimientos que asumieron sus colegas como Clint Eastwood, Stanley Kubrick, Brian De Palma, Oliver Stone y Francis Coppola al momento de reconstruir el infierno bélico.En esta caso el cineasta aporta su lectura racial del síndrome de Vietnam y del cine del rearme moral, tras la derrota en suelo asiático, replanteando esquemas y fórmulas, desde el lugar expositivo de los veteranos negros. Un punto de partida interesante en la evolución de la tendencia audiovisual. El planteo es válido, legítimo y coherente con la óptica del autor. Pero la principal falla del filme radica en su doble complacencia, primero con el canon de alargar la narrativa innecesariamente para cumplir con la cuota de enganche de Netflix, y segundo con el inevitable maniqueísmo del director, al conformarse con entonar un réquiem marxista por las banderas de sus padres de la revolución de los derechos civiles, de cara a los fantasmas de la era Trump.