Devoto, la invasión silenciosa
El primer caso, el de la conciencia cínica, no parece ser el de Devoto, la invasión silenciosa, que parece una película lo suficientemente ocupada en lograr que creamos ingenuamente en el estatismo de sus imágenes (hagan la prueba: funcionan mejor sus encuadres en los fotogramas antes que sus planos en movimiento) antes que en su capacidad de crear un mundo a partir de la síntesis sustantiva del cine clase B. El problema es que el solo hecho de ocuparse no implica que lo logre. La película, en este sentido, se encuentra mucho mas cerca de los experimentos desesperados del acercamiento al fantástico local en los 80s y 90s de parte de Gustavo Mosquera R (Lo que vendrá , Moebius y no casualmente un director que quiso llevar adelante El Eternauta) que de Invasión (Hugo Santiago, 1968), donde la sustracción del cine clase B funcionaba por apropiación cultural de tópicos del sistema de géneros del cine americano con tradiciones locales, experimento notablemente forzado aquí gracias a localismos del habla.