Undine
Debería haber sido una operación fría o dura: tomar un antiguo mito germánico y hacer con él una película contemporánea. Si alguien podía hacerlo, es Christian Petzold, tal vez uno de los mejores directores del mundo mundial hoy en actividad. Por otro lado, Petzold ya había practicado operaciones similares antes: tengo entendido que había recurrido a la mitología germánica para Etwas Besseres als den Tod, esa obra maestra, y también algo similar con su película anterior, Transit (una historia de la Segunda Guerra Mundial ambientada en la Marsella de hoy en día), de la cual además repite pareja de protagonistas y química absoluta. En el caso de Undine la cosa es un poco más extrema, porque al recurrir al folklore, lo que terminamos por tener es una especie de drama burgués de sentimientos sazonado con toques sobrenaturales: lo cotidiano como capa permeable por la que actúan fuerzas que no entendemos, que nos gobiernan, que nos arrastran. El melodrama se vuelve cósmico y, a través de las resonancias de lo profundo, los sentimientos tal vez más pedestres (el amor, esa cosa) alcanzan el absoluto, que es en definitiva lo que los hace ser lo que son.