3DT

Por Gabriel Santiago Suede

Argentina,2022, 112′
Dirigida por José Glusman
Con Intervenciones de Emanuel Ginóbili, Julio Lamas, Rubén Magnano, Sergio Hernandez, Juan Ignacio Sanchez

Un pacto de la Moncloa (un pacto para vivir)

Antes de que la película llegue a su cierre, plagado de emociones deportivas -que son ajenas a la estructura de la película, porque pertenecen al registro de los hechos que la anteceden-, pero también atravesado por los paralelismos con el contexto actual, es inevitable leerla como un pequeño manifiesto político en clave. 3DT tiene algo en clave sarmientino-roquista (es decir, en la clave de una generación que tuvo que dejar de lado una enormidad de antagonismos en pos de un proyecto de futuro) asi como hay en ella algo de la transición española hacia la democracia, la que lograría que en menos de una década aquel país pasara de ser el patio trasero de Europa a una potencia mundial ya en plena década del 90.

3DT, con su simpleza formal, casi televisiva, casi de institucional, gracias a la capacidad de escucha de sus protagonistas (los jugadores de la generación dorada de la selección de básquet argentino pero también a los tres directores técnicos que los llevaron a lo más alto, como fueron Ruben Magnano, Sergio Hernandez y Julio Lamas) es potente, precisamente por lo que insinúa todo el tiempo: que una organización que piense más allá de cualquier grieta, que tire en la misma dirección a partir de una serie de consensos básicos (que no es lo mismo que la impunidad y la despolitización que de ella emerge) puede convertir a cualquier grupo entusiasta en un ejemplo (es inevitable completar la frase con el complemento “de país”).

Todo el tránsito hacia la actualidad, donde la selección argentina de básquet es una de las cuatro potencias del mundo, comienza con una frase clarividente del padre de la criatura, León Najnudel, quien anunciara la siguiente cronología: “primero hay que crear la Liga Nacional de Básquet, para profesionalizar, luego que los mejores emigren y jueguen en el exterior [en ese momento Europa, pero esto se extendería a la NBA], finalmente, que vuelvan con la experiencia para jugar en la selección. Y en 15-20 años vamos a conseguir resultados internacionales”. Dicho y hecho: con la LNB creada en 1987, 17 años después (luego del antecedente del campeonato panamericano de 1995, del Sudamericano 2001 y del preolímpico FIBA Américas 2004) la selección argentina se convirtió en una potencia imparable, con presencia y títulos internacionales: terceros, segundos y primeros puestos alternados en los campeonatos sudamericanos desde 1999, terceros, segundos y primeros puestos alternados en los campeonatos del preolímpico FIBA Américas desde 2001, dos FIBA Diamond Ball (algo asi como una copa de campeones continentale) en 2004 y 2008, dos subcampeonatos mundiales en 2002 y 2019 y medalla de bronce en los JJOO de 2008 a la vez que la medalla de oro en los JJOO de 2004.

El paralelismo se vuelve obvio, entre otras cosas, porque está planteado desde los mismos títulos de apertura: Argentina fue el primer campeón mundial de básquet. Estaba casi condenado al éxito. Pero la incapacidad de sus divisiones internas, las persecuciones políticas y las confrontaciones echaron todo por la borda, precisando de la recuperación de la democracia para que ese espíritu de equipo y de reunión reviviera y fuera posible un proyecto a futuro. Es inevitable pensar en la generación (si, no es casual la palabra) dorada como una suerte de producto de una época de consensos (así como la generación del 80 a finales del siglo XIX también lo fue). Y el modo en el que esta simple comparativa retumba en el presente es abrumadora. Los conflictos estériles (así como los profundos) hacen imposible cualquier persistencia de trabajo en equipo. Y sin trabajo en equipo no hay proyecto, sino meras individualidades que se superponen y se frustran mutuamente (es inevitable ver todo el derrotero de la selección argentina post 1986 detrás de esta idea: estrellatos sin equipos con un plan a largo plazo). Redunda entonces una conclusión, todavía más dolorosa en lo individual: la única manera de que el equipo pueda encontrar éxito en su búsqueda es, también, la amputación, la cancelación de individualidades en pos del equipo y de un plan a largo plazo, algo improbable en Argentina, pero a la vez algo que la selección nacional de básquet demuestra como contraejemplo, es posible.

La idea sarmientina de trabajar para lo que no se va a ver, la idea institucionalista de que el equipo vale más por su carácter de conjunto antes que por el destacado individual (sin negar a esos estrellatos, sino convirtiéndolos en estandartes de futuras victorias, encadenando generaciones experimentadas con nuevas generaciones y sabiéndose retirar a tiempo), la idea de que un proyecto demanda muchos años de pérdida, de ilusiones destruídas, de futuros que nunca llegan a cambio de presentes de derrotas, es, me animo a decir, algo improbable en el presente político argentino, acaso acostumbrado a la tracción a sangre y crisis. De ese círculo infernal logra salir la selección de básquet, un milagro sobre el cual la película cuenta el potente cuento moral, pero mediante la voz tímida de sus protagonistas, que apenas parecen estar hablando de un equipo de básquet.

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