Aftermath

Por Diego Kohan

Aftermath
EE.UU., 2017, 92′
Dirigida por Elliott Lester
Con Arnold Schwarzenegger, Scoot McNairy, Maggie Grace, Kevin Zegers, Hannah Ware, Glenn Morshower, Mariana Klaveno, Mo McRae, Theresa Cook, Debra Herzog, Ted Williams, Larry Sullivan, Kim Evans, Christopher Darga, Michael Lowry, Danny Mooney

“Basado en un caso real”

Por Diego Kohan

En el año 2002 dos aviones chocaron sobre el sector fronterizo entre Alemania y Suiza. El hecho fue conocido como “El accidente del Lago de Constanza” y tuvo su causa en la impericia del controlador aéreo de guardia y quizás algún inconveniente técnico. Catorce años después alguien consideró que el caso merecía ser contado. Ahora bien, el hecho de que esté basado en un caso real nunca es un mérito per sé ni mucho menos una garantía de nada.

En Aftermath se cuentan la historias en paralelo de Roman Melnyk (el personaje inspirado en Vitaly Kaloyev, familiar de víctimas) y Jacob Bonanos (recreación de Peter Nielsen, el indicado como responsable de la tragedia).Roman (Arnie, claro) es un obrero de la construcción con pinta de bonachón que espera un vuelo que traiga a su mujer y a su hija embarazada. Lógico, mueren en el accidente. El hombre no quiere ningún tipo de compensación, al menos no sin antes recibir un pedido de perdón, que nunca llegará. A su vez vemos cómo esta tragedia arruina la vida de Jacob. Frente al silencio que propone la empresa de aviación, que no hace más que ofrecer dinero, Roman decide emprender la búsqueda/caza de Bonanos. El plot acaso no sea mayor a eso y si el protagonista fuese el enorme Liam Nesson sería el mismo pero con tiros y peleas en el medio.

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La película sigue la lógica-del gato-y-el-ratón a su vez que juega con el juego de las vidas paralelas entre ambos personajes. En los primeros minutos, incluso, se puede sospechar que habrá una segunda lectura interesante: nos preguntamos si los aviones representan sociedades o religiones ya que tenemos un protagonista llamado Roman y un antagonista llamado Jacob, la tragedia comienza en Navidad, hay una familia entregada a la muerte, etc, etc. Buen intento, pero no. Innecesario. Todo esto se cae (no es chiste) a los 10 minutos, nada sostiene ni nos hace pensar que hay algo más allá de lo que vemos a simple viste. La historia avanza orgánicamente (es algo más que rescatable) pero no logra generar ninguna clase de empatía, por lo que la llegada al climax es lógicamente previsible pero completamente disimulada, pasa sin pena ni gloria.

Si el asunto no va por la trama, probemos si mejora con los personajes. No: la chatura con la que están caracterizados es alarmante, sobre todo la de los secundarios, que participan como cartón pintado. Arnie es Annie y su coprotagonista está mas que bien -Scoot McNairy da la talla y aporta matices a un buen personaje, quizás el más complejo, que se debate internamente y de forma constante entre la culpa, el miedo, la tristeza, la desesperación por no terminar de considerarse el máximo responsable y la lucha por no perder a su familia- pero el guión no los ayuda y yo me voy quedando sin elementos para defender una película que podría haber funcionado.

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Supongo –quizás compartan- que sin la figura de Arnold en un papel tan distinto ni nos hubiésemos enterado de la existencia de esta película. Acaso el mayor pecado de Aftermath es que la historia real que mencionamos al inicio resulta mucho más atractiva que esta recreación en piloto automático. Y creo que por ahí viene el punto: por su relación con la historia de base. Según pude leer, Kaloyev durmió en un cementerio dos años y contrató un detective (no fue una periodista mujer, cliché gastadísimo, quien le dio data sobre el paradero de Nielsen) y luego de culminar su cacería fue recibido en su ciudad como un héroe. Como detalle, no hay testigos del encuentro entre el protagonista y el antagonista porque fue en el patio de un hotel cuando Nielsen estaba sin su familia por unos instantes. Se me ocurre que hubiese sido interesante contar esto como un fuera de campo.

Pero volvamos al bendito tópico de los films basados en “historias reales”, ya que el peso de la historia que precede es superlativo. Recordemos que Hollywood siempre funcionó como una Aduana: juntaba cuentos, relatos orales y demás para seleccionar cuáles tenían el potencial como para convertirse en futuras películas y qué dejar en el olvido. Algo similar pasa con las remakes y, si se quiere, con los tanques de superhéroes hoy en día, que vienen del comic (incluso, de comics que datan de cinco o seis décadas de vidas, o más.) Traemos esto a colación porque en ambos casos (ficciones previas al cine y hechos reales)  se cuenta con el material de la fábula (historia) desde el vamos. Lo fundamental acá es que nunca, jamás, es importante la fidelidad a aquel material previo. (vamos a exceptuar eventos políticos o religiosos en esta afirmación, o al menos evitar su inclusión sin previa discusión). Y esto es, precisamente, porque el cine se trata sobre el cómo, sobre la puesta en escena, sobre cómo se cuenta. Por eso no hay historias que aseguren una buena película y, quizás, sí algún director. El pecado, entonces, es tener un cuento o evento real atrapante y no contarlo bien. Tan sencillo como eso. Por esto mismo decimos que si vemos una película que para sostener su verosímil depende de jurar estar basada en una historia real podemos afirmar que ahí hay un problema, particularmente en el Cómo.

Hacer una película sobre un personaje conocido e instalado en la cultura popular (pensemos en Drácula, por ejemplo) y que sea pobre es mucho peor en sus alcances que si se tratara de una historia creada para llevar a la pantalla especialmente, sin antecedentes previos, por primera vez. Los hechos reales, en alguna medida, proporcionan un material muy rico porque si bien podemos reconocer el origen de los hechos no estamos condicionados por la cultura que los ha hecho circular como mitos o como géneros (como en el mencionado caso del vampiro).El problema no es que se difiera de la historia real sino que cambia pero para peor.
Apropiarse y convertir en ficción no debería ser nunca un acto de empobrecimiento, como es el caso de el accidente del Lago Constanza. Todo pacto ficcional precisa de un lazo dinámico entre la fábula derivada de los hechos reales y las decisiones de puesta en escena. Para poder confiar necesitamos que ese lazo no se rompa ni se tense porque uno de los extremos está forzando demasiado el verosímil (aunque no es el caso de Aftermath) o porque se está traicionando el potencial narrativo de los eventos que inspiran al relato (y créanme que luego de indagar sobre el caso quedaba mucho por contar).

Sé que sería injusto (y acaso una pose) decir que se trata de una mala película, pero su intrascendencia me hace pensar que a veces el respeto a rajatabla de los casos reales es capaz de salvar lo insalvable. Nuevamente el imperio de los hechos tiene diez millones más de matices y riqueza que su versión reducida para consumo.

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