Álbum para la juventud

Por Diego Maté

Argentina, 2021, 80′
Dirigida por Malena Solarz
Con Santiago Canepari, Agustín Gagliardi, Laura Paredes, Walter Jakob, Ariel Rausch

Un mundo perfecto

Vi Álbum para la juventud en el Festival de Mar del Plata. Como a otros (aunque parece que fuimos minoría), la película me pareció extraordinaria. Pasado un rato de desorientación, que funciona casi como señal de ajuste, el espectador logra aclimatarse al ritmo y a la textura de Álbum. No estamos acostumbrados a que el cine muestre la adolescencia de esta manera, como una secuencia de momentos entrañables donde no hay lugar para las penas o la vociferación de consignas. La historia sigue a Sol y Pedro en el final de la secundaria. Los dos tienen algunas ideas inciertas sobre el futuro, pero el relato busca maneras para demorar el momento de la transformación, como si fuera una especie de anti coming of age. Hay que parar el tiempo para poder mirar las maravillas que se pierden en la fugacidad de las historias, como cuando Pedro y Sol esperan en los pasillos vacíos de la escuela a que uno de sus amigos termine de rendir una materia, o cuando Pedro va a la UBA para inscribirse en Medicina y no hay nadie, solo un edificio enorme y un poco amenazante y un administrativo que le dice que en verano casi no quedan empleados. Hay que parar el tiempo, también, para observar mejor la gama de emociones discretas que afectan a los protagonistas. Las actuaciones de Santiago Canepari y Ariel Rausch están muy lejos de las estridencias de estas historias: a la película no le interesan los estallidos amorosos, la furia de la rebelión contra alguna forma de autoridad o la despedida triste del joven que ingresa al mundo de los adultos. Los protagonistas viven el tránsito con una mezcla de felicidad y nostalgia discreta. Solarz afina la mirada y diseña una película que transcurre en los entresijos del coming of age.

Ninguna película vive sola, y el ciclo vital de Álbum se comprende mejor si se la conecta con su época. En el mismo festival de Mar del Plata hubo otras películas sobre el fin de la juventud. Una de las mejores fue Quién lo impide, experimento cinematográfico con un grupo de chicos que tiene sin embargo el largo aliento de Boyhood. La película de Trueba trata de abarcarlo todo, como si las formas del cine fueran necesariamente provisionales y hubiera que ir reinventándolas a cada paso: del documental a la ficción, del registro a la planificación, del paso del tiempo a su recapitulación. Con mayor o menor encanto, en Quién lo impide confluyen los lugares comunes acerca de lo que se cree que debe ser la juventud: un momento de confusión y exacerbación de las emociones, de rebeldía contra el orden en cualquiera de sus variantes caracterizado por desafío abierto contra cualquier tipo de autoridad. El resumen que hago puede ser un poco injusto, la película de Trueba trasciende esos automatismos, pero se los puede ver operando, como si constituyeran un lugar de paso ineludible que la película no puede sortear. 

Contra ese fondo es que Álbum para la juventud traza sus contornos, como si la directora se hubiera propuesto hacer una película evitando todos los mandatos sobre lo que debiera ser joven. No hay nada parecido en Álbum a las grandes afirmaciones sobre el estado del mundo y el rol de los jóvenes, sobre la necesidad de tomar posición ante todo, de discutir cualquier forma de poder. Para colmo, los protagonistas pertenecen a una clase media acomodada a la que la directora no juzga, ni castiga, ni observa con desdén. Es cierto que algunas películas de la FUC ya contaron historias de jóvenes así, pero muchas, como Cómo estar muerto / Como estar muerto, optan por la estrategia del extrañamiento, por enrarecer el clima y los personajes hasta alejarlos de cualquier cercanía posible. La película de Solarz, en cambio, no requiere de ninguna de esas muletas, sea el comentario sociológico o el comodín de lo extraño. Como si todo eso fuera poco, la directora puede liberarse con una elegancia sorprendente de las obligaciones y los apuros de la sexualidad; no hay nada de la retórica sumaria del descubrimiento del cuerpo o la identidad.
La gran estrella de Quién lo impide es Candela, vector que empuja la película hacia diferentes destinos. En los momentos documentales, cuando Candela no actúa, aparecen las frases de ocasión acerca del cambio, la revolución y el futuro. La protagonista se transforma, su rictus se endurece y pierde la gracia que consigue durante las escenas de ficción. Sol, de Álbum, jamás pensaría en escupir uno de esos monólogos, la vida del personaje discurre por fuera de la seguridad discursiva de esos mandatos. Y, como sabemos, la intemperie tiene sus beneficios. Tomando distancia de esa adolescencia precocida, Solarz se vuelve una exploradora dedicada a mapear un territorio inédito. Cada gesto arrancado a Canepari y a Rausch es un material precioso extraído a fuerza de observar y escuchar, de abandonar a los personajes a su suerte, de permitirles existir más allá del reticulado con el que la cultura calcifica la edad. Digo más allá, que no es lo mismo que decir contra: siguiendo su propio programa, Solarz no se rebela, no discute con esa idea de la juventud, sino que abandona la conversación y va a inventarse un lenguaje propio que la ayude a decir y pensar cosas nuevas. De eso trata el final, cuando Sol y Pedro se suman a una reunión de los amigos del hermano de él en la terraza y rápidamente se integran a la algarabía general. Hay un sentido claro en la escena: el mundo adulto abre sus puertas sin grandes dificultades, como si los mayores estuvieran recibiendo a los chicos, haciéndoles un lugar. Pero la escena sigue, y ahora están los dos solos de nuevo, paseando por la parte superior de la terraza: charlan y caminan sin rumbo, sin objeto, no hay un plan, solo pasan el tiempo. Habría que decir, tal vez, que la historia no resuelve ninguna de sus líneas argumentales, que lo que hay es un final abierto, pero los que escribimos de cine por lo general no sabemos mucho sobre guiones, y tampoco es cuestión de empobrecer las películas mirándolas como si uno fuera un script doctor: en realidad no sucede nada de eso, Solarz mantiene en el final el grado de apertura que sostuvo toda su película, y si la cuestión del futuro, el trabajo, la facultad, los amigos o un romance subterráneo (que está bajo tierra para no distraer, para que no lo veamos ni lo busquemos) no se resuelven, eso significa que la película trabaja más allá de los confines de un guion construido siguiendo las reglas al uso, y que las películas libres no son las que proclaman rebeliones gritonas sino las que traman alguna especie de fuga e imaginan entre susurros un mundo mejor.

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