Algunas notas sobre el cine porno

Por Federico Karstulovich

El amateur

Laburé unos 6 años de mi vida en un videoclub. Quizás en la última época del VHS y en el momento de explosión del dvd, cuando las descargas recién empezaban a hociquear con el torpe e-mule y youtube ni existía.
En los noventa (y hasta los primeros años del nuevo siglo) era complicado eso del acceso masivo al porno, por lo que, en la tierna preadolescencia (dicen que se extiende hasta los 45 años) el acceso a cualquier material que proviniera de canales cachondos de cable era más que bienvenido allá por los primeros años del menemismo y la explosión de los canales codificados (que los pobres no teníamos). De ahí proviene que una generación haya conocido con esmero el uso de la sintonía fina en los televisores de tubo. En ese contexto el acceso a material libre y gratuito en un videoclub suponía, cómo decirlo…una perspectiva única.

En el primer año de mi existencia videoclubista (18 abriles) debo haber visto buena parte del material del local. Me propuse ver unas tres o cuatro películas por día durante un año. Y escribir sobre todo lo que veía. Me pagaban dos mangos, así que la alternancia entre cine “serio” y porno venía a compensar la pérdida en morlacos. Cada tres o cuatro “serias”, una porno, para amenizar. A los dos meses ya me había aburrido del tema, porque había acostumbrado el ojo.

Una cosa que aprendí viendo el bendito género es que no todo da lo mismo. Que dentro del porno hay subgéneros varios. Pero también hay tonos, hay registros cambiantes, hay variables. No es lo mismo el porno artificioso de Jenna Jameson que el porno arty de los setenta ni que el porno de directo a video -con actuaciones que no tienen nada que envidiarle a los re-enactments de los infomertials religiosos de los obispos brasileros de los programas de autoayuda de medianoche, por la tv de cable hoy en día-. Pero de todos los géneros, el que notoriamente salta a la vista y me resulta fascinante es el porno amateur (y baziniano, ojo). Todo tiene un origen, aclaro. Entonces expliquemos.

Como bien dije, el porno nos educó el ojo (quizás no fue lo único que educó, claramente) adecuándolo a una serie de relaciones de montaje y a una estructura episódica y elemental: el montaje operando por corte entre los planos enteros de dos personas cogiendo y los planos genitales en detalle; la estructura episódica saltando de la escena de cogida a escena de transición y así sucesivamente hasta acabar.

Ahora bien: la irrupción del plano secuencia, la irrupción del plano sin cortes supuso un salto cualitativo que, si bien no alteraba la estructura, ya provocaba algo distinto en la percepción precisamente porque rompía con la tiranía del contraplano absurdo entre cara de falso gemido y plano de mete-saca. Falso raccord de aquí a Rusia (con amor). El plano-contraplano es contraproducente, secante, bajante en el porno. Porque en definitiva es la gramática censora operando sobre el placer de los cuerpos y de la mirada. Una cagada, en definitiva.

A mi el plano secuencia en el porno me lo enseñó un danés cincuentón de proporciones considerables que en una película de poco presupuesto se paseaba amaestrando a su salchicha (amaestrada) de un lado a otro de una mansión. La cámara lo seguía, en una suerte de versión reducida de El arca rusa (dicho sea de paso: sólo un arca rusa podría contener en su interior a semejante one-eyed monster). Este sujeto se paseaba erecto entre varias habitaciones, dando un delivery de puerta a puerta como si nada (acabadas varias incluidas). El tipo conjugaba cualidades con desempeño atlético, ok, pero lo interesante era que cada cogida tenía su tiempo merecido.

A partir de ese momento, de semejante hazaña, el plano secuencia me abría un nuevo problema: el verdadero porno estaba ahí, en la representación directa del tiempo, en la duración real. La calentura sólo podía llegar, entonces, cuando las duraciones fueran reales y las reacciones fueran palpables. El montaje estaba prohibido: como muestra Discovery, si la nutria entra a la madriguera, me mostras la nutria y la madriguera. Flaherty reencarnado en Copenhague.

Pero, claro, todo puede simularse. Y con la simulación, el plano secuencia se encontraba en el mismo problema que cualquiera de los restantes casos. El acceso a otros ejemplos me hizo convencerme que el simple plano secuencia no cambiaba las cosas del todo. Y que si queríamos revolución no podíamos quedarnos con el reformismo. El porno volvía a defraudar un poco, otra vez.

Una noche, luego de un sábado de 12 hs de laburo en el video y de gente llevándose El abogado del diablo, reordenando las cajas y las fichas, entre culos exageradamente redondos, entre tetas de pelota de basquet, entre invitaciones a planes terribles (uno de los videos se llamaba Madre, hija y un perro, con eso les digo todo) apareció una suerte de home movie en la que no había reparado. Una especie de El proyecto Blair witch del porno. Un porno casero de mentira, pero porno casero al fin, algo que rompía con tanta profesionalidad.

El porno casero (simulado) permitía salirse de el artificio jamesoniano (por Jenna, marxistas, no se exciten), salirse de los cuerpos perfectos y de las grandes hazañas, como la del amigo danés que hoy debe ser un alto DILF (googleen el significado de las siglas)

El porno casero era el ingreso del amateurismo a las grandes ligas, en donde el cuerpo no podía ser moldeado a la perfección, los culos no eran estrictamente redondos sino con tendencia a una flacidez regular -como la de casi cualquier humano no encerrado en un gimnasio-, las tetas no eran turgentes, los pitos no eran demasiado grandes y las conchas podían estar algo desbaratadas por el uso (o por el simple azar de la anatomía). El porno amateur también enseñaba eso: a llamar las cosas por su nombre, porque genitalizar el sexo es una mierda. Y nada peor que hablar de penes, pechos, vaginas y anos en vez de darles su nom-de-guerre.

El porno amateur te reconciliaba con el propio cuerpo, porque restituía al sexo en el centro, que es lo mismo que decir que la calentura no pasa por el cuerpo necesariamente, sino por la situación. Que la calentura está en cogerse con otro, no en una clasificación de perfecciones e imperfecciones.

El porno amateur era revolucionario: se cagaba en las grandes estrellas, no le importaba el artificio de los grandes decorados, se concentraba en el uso de los planos largos (¡volvió Bazin!) pero fundamentalmente redefinía el lugar de los cuerpos para la calentura.

Con el tiempo y el ingreso a los primeros dosmiles el porno amateur se diseminó en internet y las home movies se volvieron reales en mayor medida. La proliferación de youporns, hardtubes y compañía volvieron a avanzar sobre el consumo del porno. No obstante internet se mostraba como un espacio más amable para la multiplicación de la oferta. En esa multiplicación fue que el porno amateur perdió parcialmente algo del crédito que había sabido construir.

Pero el espíritu del viejo porno amateur pervive, no obstante, en lo que podríamos llamar la versión Kiarostami (pensemos en Shirin o en Five) del porno, que es el porno de webcam, que retoma la tradición del amateurismo llevando la producción a un nivel, cómo decirlo, de un James Benning, es decir, la producción unicelular.

El porno de webcam (no me refiero al de cámaras en vivo, que es bastante desagradable) es el último reducto del neorrealismo en el género: producción mínima (usualmente concentrada en la masturbación), un solo plano sin cortes, y el acto. Plano fijo. Uso de la profundidad de campo. Tiempo real. Incluso una página muy estilizada supo hacer de esta est-ética una declaración de principios. La página se llama i feel myself y es una de las cosas más interesantes que el porno casero puede entregar, precisamente porque lleva el credo del uso del plano fijo (un plano cenital) al paroxismo de la tensión cinematográfica.

Pero, bueno, lo fácil es reírse y no pensar al porno. Porque ahí está el problema.

Lo interesante es que quienes atacan al porno suelen hacerlo desde la patologización del espectador pero sin pensar que el ejercicio de la mirada no es demasiado distinto del que se ejerce frente a cualquier otra película: es una mirada contemplativa (terminémosla con la pelotudez del voyeurismo, Gubern) abierta a otro mundo, que por lo general nos estimula reacciones de todo tipo. Frente al cine que busca en el origen, en las entrañas de la experiencia de los espectadores, la censura al porno instituye un acto miope, precisamente porque confunde la muestra del sexo con lo obsceno (cosas radicalmente distintas): obscena y pornográfica es Biutiful de Iñárritu.

El porno no es obsceno per se, sino que es frontal. Su mayor virtud se encuentra en esa radicalidad. Y dentro de esa frontalidad el amateurismo es la vanguardia solitaria. Otra podría ser la percepción del cuerpo y del sexo si el amateurismo en el porno fuera visto con otros ojos. Si quieren pornografía y obscenidad tienen mil publicidades que van acabando con una idea múltiple del cuerpo y lo reducen a la condensación de frustraciones en el espacio del placer privado (frustración puesta en el cuerpo propio y de otros).

El porno amateur puede ser la cabeza revolucionaria de una cinefilia que apueste por el placer de los cuerpos y por el estallido liberador de las cabezas.

Pero esta nota podrá ser entendida recién en 20 años. O no.

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter