Algunos apuntes sobre Licorice Pizza

Por Nadia Marchione

Crecer es una mierda

Había comenzado a escribir algunas líneas sobre Licorice Pizza pero las borré.
Vivo en una esquina. Primer piso. En una ciudad pequeña. Escucho gritos. Me asomo a la ventana y veo, en la intersección entre las cuatro calles, justo al medio, una pelea callejera. Son las 18hs y estos espectáculos más propios de la nocturnidad asombran a quienes pasean desprevenidos por la avenida principal de la ciudad. Tres tipos. Grandes. Adultos. Pelean y se revuelcan en la calle. Se juran matarse la próxima vez que se vean. Logran separarlos. Siguen caminando y permanece el grito, la furia, la bronca. No juegan. Se quieren matar. Se lanzan sobre el otro con ganas de quebrarse el pescuezo. No juegan. Son adultos. No juegan.

Pero qué tiene que ver esto con la última película de P.T. Anderson? Poco si lo pensamos superficialmente, pero me da el pie perfecto para hablar de lo que quiero hablar en torno a la belleza conmovedora de Licorice Pizza.
Mucho se ha hablado de la diferencia de edad entre la pareja de protagonistas (ella 25, él 15). Se discute si es pedofilia o qué pasaría si fuera al revés y “el mayor” fuera un hombre. Pero poco se habla del que yo creo que es el tema de la película, escondido tras la anécdota de esa hermosa historia de amor: el miedo a crecer.

Just for fun -El mundo adolescente-

Gary Valentine es un adolescente americano de los años 70. Desde niño ha sido actor y tiene un carisma y un encanto capaz de derretir la pantalla.
Cooper Hoffman (el actor que lo interpreta) es hijo del gran Philip Seymour Hoffman, ese actor al que tanto extrañamos, y tiene un parecido notable. Su sonrisa, su pelo rojizo, su cuerpo no hegemónico y encantador. Todo nos lleva a él, impregnado en Cooper de un aire de frescura adolescente que llega inmediatamente al espectador en el primer instante en que se lo ve en pantalla.
Gary tiene la confianza en sí mismo que muchxs adultxs quisiéramos tener. Una confianza plena, sin arrogancia, completamente honesta y luminosa que lo hace creer en cada cosa que emprende. Ya sea un casting, vender colchones de agua o seducir a una mujer diez años mayor que él. Gary y su grupo de amigos juegan, se divierten y hacen chistes típicos de la “edad del pavo”, y también están para el otro con total entrega, como se entregan los chicos, sin concesiones ni intereses escondidos. El entusiasmo los guía, en un mundo que se está viniendo abajo, un mundo hostil del que llegan noticias de guerra y destrucción pero que no llega a atravesar su alegría de vivir, sus ganas de comerse el mundo sin pretensiones de importancia. Sólo por diversión.

Just for fun -El mundo adulto-

Siempre pensé que el peor de los errores que cometemos las personas de grandes es tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos. Y eso es lo que pasa en la película con el universo de los adultos.
Ya sean estrellas del mundo del cine, políticos importantes o familias estructuradas, el mundo adulto de la película se presenta hostil, violento y hasta grotesco. Completamente falto de empatía para con el otro, con sus sentimientos o con su cuerpo. Se ven adultos jugando, sí,  pero no como juegan los chicos. Jugando como juegan los grandes, como esos hombres que se pelearon en la esquina de mi casa. Jugando a lastimarse, a humillar al otro, a invadir el cuerpo de la mujer “sólo por diversión”. A tocar un culo al pasar, a apoyar “jugando” a alguien, a romper cosas con violencia o herir a la persona amada a cambio de una supuesta importancia. A quemar cosas, amenazar de muerte con total impunidad (“en chiste”), jugar arriesgando su cuerpo y el de los otros sin importar nada ni nadie. No hay empatía posible entre los adultos. Ni entre ellos ni con los adolescentes ni las mujeres que se cruzan a su paso. Parecen no registrarlos realmente, no entenderlos como personas sino como roles.
Así como la familia de Alana entiende su estructura como fundante, los adultos “desesetructurados” aparecen atravesados de una anarquía en sus acciones que los vuelve completamente impunes. No hay medias tintas. O se vive dentro de una estructura rígida o fuera de ella donde todo es caos. En ninguno de los dos casos hay humanidad. 

Alana
Alana es una joven de 25 años cuya personalidad tiene varios rasgos adolescentes. Aún no encuentra su lugar en ese mundo adulto al que parece todo el tiempo querer pertenecer pero que le exige cosas que ella no puede dar. Estabilidad emocional, económica, seriedad y capacidad de proyección a futuro.
Su encuentro con Gary, este chico que intenta seducirla del modo más inocente y tierno imaginado, la atrae porque es un mundo suave, de palabras directas, sencillo y completamente transparente.
Alana está en el limbo entre el mundo de Gary, con sus amigos que se embarcan en cada empresa que les propone su líder, y el mundo laboral, político o familiar que le propone una adultez vetusta y desamorada.
Un dato interesante a tener en cuenta es que, salvo por el caso de algunas amigas de Alana, no aparecen en la película personajes de su edad. Están los chicos y los adultos. Y en el medio Alana, que siente la obligación de crecer pero se ve completamente seducida por la posibilidad de ser una adolescente un tiempo más. Casi como un juego. Sólo por diversión, sin compromisos reales pero sí afectivos, que son los que más importan. Alana está para Gary cuando lo necesita y Gary para Alana. Son incondicionales porque son honestos y no hay medias tintas en eso. Y si bien Gary se muestra enamorado de Alana desde el principio de la película, el amor que él siente por ella no es invasivo y ni siquiera parece tener tinte sexual; aunque sí hay miradas entre ellos que demuestran una atracción, lo puramente sexual (que podría pensarse habitual en una película donde un adolescente se enamora “por primera vez”) también aparece de un modo suave y amoroso, como en esa escena maravillosa donde ella se queda dormida a su lado y él apena sobrevuela su teta con una mano. Ese respeto por sus cuerpos también los encuentra. No es ella que se contiene “por la diferencia de edad”, sino él que respeta el sueño profundo de ella.

El encuentro

Gary y Alana corren. Corren muchas veces en la película. Escapando, jugando, siempre sonriendo. La frescura de esas escenas de corrida me recuerdan a cuando corremos bajo la lluvia. Es imposible que no se nos dibuje una sonrisa después de un rato empapados, porque correr se parece un poco a la libertad cuando uno lo hace sin presiones, sin ir a ningún lugar “importante” ni compitiendo con nadie. Cuando es sólo por diversión.
Algo que llama la atención de la última corrida es que Alana corre de derecha a izquierda de la pantalla y Gary de izquierda a derecha. Gary hacia adelante, hacia su juventud, y Alana hacia atrás, hacia su adolescencia, hacia el desprejuicio y la libertad. Y se encuentran y se chocan, y se ríen, porque son felices por el encuentro pero también porque son chicos, y los chicos cuando se caen se ríen.
Y se encuentran en la puerta de un cine. Porque estamos viendo una película. Una película que cuenta la historia de una chica que no quiere ser grande, que huye espantada de ese mundo adulto que se le presenta tan absurdo, y se encuentra en el camino con este adolescente que le ofrece sus lentes para ver la vida un rato más. Un rato más de diversión, un rato más de alegría, un rato más de juegos bobos porque sí. Donde no se ponga en riesgo el cuerpo del otro, donde al otro se lo cuide porque importa, porque en el mundo de Gary el amigo es un compañero de juegos y es un par, no es alguien a quien superar ni aplastar. Y porque es un mundo donde la confianza en sí mismo no da lugar a la frustración y la derrota. Cómo no va a ser más atractivo ese mundo. Alana sabe bien que tiene la posibilidad de quedarse un rato más ahí, jugando a vender colchones de agua o pinballs o conduciendo un camión para atrás. Porque todo tiene sabor a juego de ese lado de la vida. Y ese juego limpio es irresistible.

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