Adiós a Jerry Lewis (1926 – 2017)(II)

Por Federico Karstulovich

Un cineasta de la ausencia

Por Ignacio Balbuena

Muchas veces acercarse a la obra de un genio, especialmente uno tan prolífico como Jerry Lewis, puede ser intimidante. Me acuerdo cuando se murió Prince y me propuse tratar de escuchar y hacer un blog o algo así sobre toda su discografía de forma cronológica. Obviamente fracasé: Prince tiene 39 discos de estudio, cinco soundtracks, cuatro discos en vivo (e incontables bootlegs), varios compilados, 12 EP’s, 17 video albums, decenas de videoclips, y todo eso sin contar colaboraciones con artistas varios, desde Morris Day and the Time a Janelle Monáe. Es muy fácil quedarse con el schtick de músico excéntrico y los hits de los ‘80, y olvidarse de que Prince era un músico extraordinario, único en el mundo y en su época, con un dominio absoluto del lenguaje musical en todos sus aspectos, un artista trascendente, de un talento irrepetible, casi alienígena. Además, Prince era un músico de una ética de trabajo delirante, capaz de bajarse de un avión y grabar dos o tres discos que se le ocurrieron en un viaje. Para su primer disco, For You, produjo y escribió todos los temas y grabó los 27 instrumentos, con apenas 17 años de edad.

Me parece apropiada esta comparación entre Jerry Lewis y Prince. Jerry Lewis fue un artista extremadamente prolífico. Dominó el show business desde muy joven con su acto de comedia con Dean Martin, y juntos protagonizaron 17 películas, varias de ellas con el veterano del cine de animación Frank Tashlin, que trabajó con Lewis en seis películas más luego de la separación del dúo. Además, claro, están los 12 films que Lewis dirigió, y una cantidad incontable de apariciones en tv, desde The Colgate Comedy Hour en los 50s hasta la serie web de Seinfeld, Comedians in Cars Getting Coffe, el año pasado. El libre acceso que proporciona internet a veces hace todo más difícil: si tengo al alcance de la mano y a un par de clicks de distancia todos sus films, si puedo pasar horas en YouTube viendo clips de sus especiales de comedia con Dean Martin o entrevistas en talkshows con Johnny Carson o David Letterman, si está lleno de dossiers y retrospectivas en varios sitios de webs de renombre…¿por dónde se empieza?

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Una búsqueda rápida en google me llevó a la sección ‘Where to Begin With’ que lleva adelante el sitio del British Film Institute, que aborda tópicos como el neo-noir, el mumblecore, los films de horror gótico de la Hammer, o de cineastas diversos como Orson Welles, Wes Anderson, y claro, Jerry Lewis. La gente de BFI sugiere empezar por The Errand Boy, The Ladies Man y The Nutty Profesor, luego pasar a los highlights de su trabajo con Dean Martin y cerrar con su trabajo tardío como director y su participación en El rey de la comedia de Scorsese. La sección Gateway to Geekery de AVClub, sugiere un camino inverso, y recomienda Artistas y modelos, de Tashlin, como un posible comienzo. Es un artículo mucho más extenso que la nota breve de BFI, y lo recomiendo para los que como yo, desean iniciarse en el mundo de Jerry Lewis. Finalmente, la revista online Senses of Cinema abordó el trabajo de Lewis limitándose a los 12 films que el dirigió, en el dossier Deconstructing Jerry Lewis.

Pero más allá de toda lectura posible, había que empezar con las películas. Me decidí por la primera de Lewis como director, El botones, y por El terror de las chicas, de la que recordaba haber visto en mis días de estudiante de cine los magníficos master shots de los sets construidos para la película. Después de verla, una nota sobre El botones reveló otra posible comparación con Prince. Jerry Lewis no fue solo prolífico, sino incansable. El propio Lewis comentó ‘Estaba haciendo dos shows por día en el Fontainebleu y escribiendo y filmando a la noche. Escribí el guión de 165 páginas en 8 días, lo filmé en 20 días seguidos sin tomarme tiempo libre, y lo edité en menos de cuatro semanas mientras hacía shows en vivo en el Sands, en Las Vegas. Tenía el equipo de edición en mi camarín’. [1]

El mérito de la ópera prima de JL no es sólo haber llegado a buen puerto en esas condiciones extremas, sino que es obviamente un punto de inflexión en la carrera de Lewis y para la comedia moderna en general. Varias decisiones formales y narrativas de El botones sitúan a Lewis como una cineasta ambicioso, ansioso de mostrarle al mundo una personalidad artística acabada y completa. A veces hay que ver varias películas de un mismo director para empezar a percibir sus características ‘autorales’, no es el caso de Lewis, que en su debut ya evidencia toda una serie de inquietudes que lo muestran no sólo como un performer/actor/ comediante de enorme talento, sino como un director de cine explorando las posibilidades artísticas del medio. Es sabido, por otro lado, que en muchas de sus colaboraciones con Dean Martin, con Tashlin, o incluso en sus apariciones televisivas, Jerry Lewis trabajaba arduamente detrás de cámara, con lo que siento que necesariamente cualquier exégesis que pueda hacer de las películas que he elegido va a ser incompleta. Me hago cargo de mis falencias en este caso, y pueden tomar lo que sigue como una serie de stray thoughts de un neófito acercándose de a poco al tema en cuestión.

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En la sección Cero en Conducta de Perro Blanco, hubo referencia a algunos videos del videoensayista Tony Zhou. Viendo El botones, recordé en particular el video en el que explica los recursos visuales de Edgar Wright. No tanto porque la película me recordara al estilo de Wright como realizador, sino por lo que dice Tony Zhou al comienzo, criticando la comedia americana. Para Zhou, la comedia americana perdió el rumbo al dejar de enfocarse en el uso del sonido y la imagen para crear gags y bromas. Zhou ni siquiera considera que estas películas (en el footage editado vemos material de Judd Apatow, de Todd Philips, y otras películas de la Nueva Comedia Americana) sean películas, sino improvisaciones editadas. Los personajes se quedan quietos, la cámara fija los captura, y el humor surge principalmente del diálogo. Me pregunto entonces, qué harían los personajes de una comedia de Judd Apatow si tuvieran que pasar toda una película un silencio, como Stanley, el botones protagonista de la genial opera prima de JL. El silencio no sólo aparece como una decisión formal que pone el énfasis en la enorme capacidad de Lewis de manejar su cuerpo, que es capaz de deshacerse en gestos estrambóticos con una elasticidad admirable, sino también como una postura, una decisión de enmarcarse en una tradición de humoristas del cine que usan la pantomima como recurso, algo confirmado por la aparición de un personaje con el look de Stan Laurel.

No hay plot, como anuncia un ejecutivo de Hollywood al comienzo de la película. Simplemente el personaje del botones atraviesa situación tras situación, en un in crescendo de gags de creciente surrealismo. La película va de lo mundano (Jerry Lewis acomodando llaves en la recepción, recibiendo gente, acarreando valijas) a lo notoriamente imposible (Lewis acomodando cientos de sillas en un salón en segundos, una mujer que pierde y gana kilos en un instante, o Lewis manejando y aterrizando un avión como si nada), en secuencias que además, dan cuenta de un ojo maestro a la hora de componer el encuadre y relacionar los personajes con la arquitectura y el espacio. Lo vanguardista de Jerry Lewis excede los límites del lenguaje cinematográfico, y como otros cineastas virtuosos, tuvo que poner la tecnología a la medida de sus ideas: El botones es la primera película que usa el sistema de videoassist, técnica patentada por Lewis, que le permite al director monitorear las tomas en tiempo real para no filmar a ciegas o dependiendo del operador de cámara.

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Jerry Lewis aparece también haciendo de sí mismo, en un rol breve. En El terror de las chicas, el mismo hace de su madre, dando cuenta en ambas películas de un interés por examinar la identidad, el desdoblamiento de la personalidad y también el rol del show business: ambas películas dan cuenta de sus condiciones de producción, en particular la segunda, con los decorados suntuosos y capturados en tomas de una gran fluidez, realmente sorprendentes. En efecto, aunque El botones es una comedia extraordinaria, en El terror de las chicas, que dirigió al año siguiente, las habilidades de Lewis como un cineasta total ya son más que evidentes, no sólo por los decorados que mencionamos, sino por el uso del color y el sonido y por la profundización temática. De hecho, en esta última, subvierte varios tropes esperables de una película con un hombre encerrado y rodeado de mujeres hermosas, y funciona como una exploración de la masculinidad de una sutileza inusitada. Los gags que veíamos en su primer largometraje tras de cámara continúan aquí: la capacidad de Lewis de dominar su cuerpo y su rostro en gestos y poses imposibles, la relación con una arquitectura compleja al servicio del gag, y una palpable magia. Un poco en la escena de las mariposas, y de forma absolutamente trascendental en la escena en que Herbert, el errand boy de la casa, entra al cuarto de Miss Cartilage, testamento absoluto de que Lewis es un cineasta, directamente, de otro mundo. O quizás, un cineasta plenamente de este mundo, consciente de las diversos puntos que y unen conectan la magia y el sueño con la celebridad y el show business, con un artificio en permanente deconstrucción.

Hernán Schell escribió para el inicio de este número, en su gran obituario, que empezó con la filmografía de Jerry Lewis por su última película, Más loco que un plumero, y que la vio como una película atravesada por la frustración constante, como una historia del Coyote sin su correcaminos. Esto ya es visible en las dos películas que vi. Stanley el botones ni termina de escuchar las órdenes que recibe y sale corriendo a cumplirlas, o las cumple con extrema literalidad, es un botones mudo y atolondrado al extremo en un hotel de megalujo. Herbert comienza la película con una decepción amorosa que lo lleva a rechazar el contacto femenino pero termina rodeado de mujeres, a las que no logra exteriorizar su necesidad de ser necesitado, siempre nervioso, excitado. Ningún personaje encuentra motivación en esos espacios enormes y demandantes y reaccionan tratando de modificarlo, aún cuando no hay necesidad, como en la escena de El botones, en la que Stanley arruina la escultura. Stanley podría tranquilamente arreglar el pequeño detalle en la escultura cuando la toca con el dedo, pero la transforma en otra cosa. En efecto, Jerry Lewis termina siendo un bufón, una personalidad maníaca, como una reacción ante al mundo. En una de las entrevistas que terminé chusmeando en YouTube, David Letterman le dice a Lewis que le encantan sus películas porque son dos horas seguidas de él haciendo idioteces. No es desacertada la descripción, el mismo Jerry Lewis se lo confirma. Pero prefiero pensar a Lewis como un cineasta de la ausencia. La falta se hace palpable en estas dos películas (y estoy seguro, en el resto de su filmografía): ausencia de plot, ausencia de palabra, ausencia de motivación y la manía como reacción ante la melancolía. Dice Stanley al final de El botones, cuando le preguntan porqué nunca se lo escuchó hablar antes: ‘Y si nunca me preguntaron’. Como el ladies man de su segunda película, Jerry Lewis necesita que lo necesiten, pero uno tiene que acercarse a él primero. Este fue mi primer intento.

[1] traducido de http://sensesofcinema.com/2007/cteq/bellboy/

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