Al diablo con las noticias

Por Pedro Gomes Reis

Anchorman 2: The Legend Continues
EE.UU., 2013, 109′  
Dirigida por Adam McKay
Con Will Ferrell, Steve Carell, Paul Rudd, David Koechner, Christina Applegate, Dylan Baker, Meagan Good, James Marsden, Fred Willard, Kristen Wiig, Josh Lawson, Chris Parnell, Greg Kinnear, Harrison Ford, Sacha Baron Cohen, Marion Cotillard, Will Smith, Kirsten Dunst, Jim Carrey, Amy Poehler, Tina Fey, Liam Neeson, John C. Reilly, Kanye West, Vince Vaughn, Brian Steele

A nosotros, la libertad

  1. He vuelto a ver la última gran película de Adam McKay antes de convertirse al lado oscuro de la seriedad y la legitimación pública. No fue igual el efecto: en 2013 la película parecía pertenecer a una forma de humor inextinguible. Hoy por hoy, en cambio, es una rémora del pasado. Por eso, en este segundo visionado, Al diablo con las noticias se vuelve una película urgente.
  2. Vuelvo a ver esta película en una noche solitaria, fría, luego de peleas y desencuentros. Y Ferrell y compañía logran lo inesperado: desacoplarme de mi mundo para ingresar en una superficie de imprevisibilidades. Anchorman (o El Reportero) supo ser una película de continuidades narrativas sazonadas con dislates que nos desviaban del camino más o menos ordenado. La comedia sobre lo cómico. Al diablo con las noticias es deliberadamente más rapsódica. No lo suficiente como para romper todo. Pero si con la libertad necesaria como para improvisar sobre la base rítmica.
  3. El mejor Adam McKay es el jazzista, el del caos controlado, el de la improvisación sobre el recorrido (pero que como bien sabemos en el fondo es el producto de un obsesivo control después de sucesivas reescrituras de guión). Pero hay varios McKay: el que escribe con locura y obsesión puntillista, el del arrebato improvisador en el set. Y por último el conciliador de fuerzas que se obliga a lidiar con ambas formas desde la isla de montaje.
  4. Al diablo con las noticias no necesita ser graciosa, no necesita tenernos en un estado de colapso estomacal como si lo logran algunas películas con un humor más fisiológico, visceral. El territorio de la última gran película que dirigió McKay es el territorio de la felicidad. Y la felicidad en la comedia no trabaja sobre los picos ni sobre las depresiones, sino sobre las mesetas de continuidad, que son los lugares en donde pervive esta gran película de continuidad embriagada.
  5. La segunda entrega de Anchorman no precisa tampoco de la estelaridad de Ferrell, que por supuesto, está presente y genera un imán para nuestros ojos y oídos (porque cuando a Ferrell no se lo mira se lo escucha). En esta segunda entrega, que claramente no fue pensada para sacar algún rédito del éxito de la primera, sino que es verdadera hija de la libertad de volver al lugar al que se fue feliz alguna vez, los secundarios son el centro.
  6. Los hermanos Marx. Si, hay algo marxiano en esta segunda entrega, porque construye un sistema de apropiación conjunta de las formas del humor: uno verbal y delirante por su proceso de apropiaciones, otro físico, pero un tercero que se encuentra entre los dos y que bien podríamos definir como “comedia de ambiente”. Hay algo del ambiente que construyen Rudd, Carrell y Koechner que bien podríamos llamar “estado de embriaguez”. Ese sistema, ya no el del dislate verbal (la línea Groucho-Ferrell) ni el del delirio físico (la línea Harpo-Carrell), sino el del mantenimiento tóxico del aire cómico que respiramos.
  7. Volví a ver Al diablo con las noticias y me sentí convocado por esa embriaguez por partida doble: es la de los personajes pero es también a la que se nos convoca, como si en alguna medida precisáramos de la suspensión de cierta racionalidad que si nos sucede con algún humor un poco más cerebral. No: aquí hay una instancia de la fisiología que tiene que ver con los humores (en su doble acepción) pero también con el humo, con lo respiratorio y con lo bebible. Esa toxicidad opera de forma hipnótica. Pero si no estamos predispuestos a ingresar en esa nube de felicidad que se parece a una droga, bueno, lisa y llanamente no podremos ser parte de la operación.
  8. Bueno, en una fría noche madrileña de sábado, en este enero atroz, yo fui parte y me reencontré con esta película que alguna vez dejé de lado porque entendía que se acumulaba como una más de las tantas que nos supieron invadir entre los primeros dosmiles y los dosmildiez. Esta película reapareció para cuidarme, para recordarme que el humor es lo último que debe perderse y probablemente lo primero que nos salve.
  9. A lo largo de todos estos puntos siento que no he hablado nada del periodismo, del cambio de época al que la película alude. Pero tampoco ha hablado de su incorrección política tan necesaria en estos tiempos que corren apenas 7 años después de estrenada. Tampoco he hablado de las dotes actorales en estado de gracia que convierten a cada escena del par Carrell-Wiig en una obra de arte de la improvisación por propio peso. Tampoco he hablado de la capacidad de McKay para desmarcarse de todos y cada uno de los lugares comunes a la hora de resolver ciertas formas de la comicidad, como si junto a The other guys (Policías de repuesto), McKay se hubiera propuesto llevar el paradigma experimental con las formas de la comedia que él mismo inventó a su extremo.
  10. Pude haber hablado de muchas cosas, pero necesitaba hablar de una película salvadora que, además, es una de las grandes comedias de este nuevo siglo. O al menos una de las últimas grandes comedias antes de que todo se convirtiera en un lugar inhóspito (y no hablo de la pandemia). Gracias, insomnio. Pero gracias a los últimos herederos de Grocuho, cuando el mundo todavía tenía un horizonte posible y la comedia era un arma cargada de futuro.

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