Drive

Por Guido Segal

Drive
Estados Unidos, 2011, 100′
Dirigida por Nicolas Winding Refn.
Con Ryan Gosling, Carey Mulligan, Albert Brooks, Ron Perlman, Oscar Isaac, Bryan Cranston y Christina Hendricks.

Horrible, como estos tiempos (*)

Por Guido Segal

Hay películas buenas, películas malas y películas atinadas. No es que el tino no pueda, además, ser bueno o malo, sino que emerge como una categoría en sí misma. Atinado con respecto a qué, sería la siguiente pregunta. Atinado con respecto a su tiempo, diremos. O pertinente a su tiempo, si se prefiere, y curiosamente, en este caso, da igual si esta pertinencia es intencional o no. Drive es una película atinada porque dice de nuestro tiempo aquello que lo define por excelencia: que la apariencia es el único fin relevante y que la esencia, bueno, la esencia da igual porque si queda lindo alcanza y sobra. Es una película cuya única aspiración es parecerse a, remitir a, ser lo más cercana posible a… a algo que conocemos, y que incluso las publicidades han imitado, la industria discográfica ha recuperado, la moda callejera ha asimilado. Drive no busca imitar algo en particular, sino imitar aquello que muchos han imitado antes, solo que quiere emular mejor que todos los demás. Extraña, aspira a la mejor copia jamás, sin prestar la menor atención a la esencia, a ser puro envase vacío y reconocible.

Top 365 Films Drive

Aquello a lo que Drive aspira es a emular todo lo que remita a la década del 80. A esta altura, eso es estar pasado de moda. Si hasta los tarados de las publicidades de Quilmes imitaban a los ochenta hace tres años. Drive quiere ser la más ochentosa de las películas ochentosas, no una más que remite a ese pasado no tan lejano sino la que uno podría confundir con originaria de esa década. Por eso bombardea cada secuencia con sintetizadores lo-fi y voces femeninas epifánicas; por eso usa tipografía de cursiva en degradé rosáceo y dota a su protagonista de una campera color crema brilloso, coronada por un escorpión dorado. Donde Daft Punk entiende, tanto musical como cinematográficamente, que los ochenta ya no van a volver, y que solo reformulando su estética se los puede salvar del olvido, o que necesitamos recuperar algo de eso que antes considerábamos grasa porque comparado con lo que define a nuestra época eso está vivo y late con alguna emoción, Drive se pone literal e infantil, como si el hijo lelo de Tarantino y Guy Ritchie decidiera lograr un éxito “de arte y ensayo” de videoclub. Drive es la versión edulcorada y mainstream de The Brown Bunny, de Vincent Gallo; es una publicidad de perfume demasiado larga, una sucesión de ralentis cliperos, un manual de cómo imitar la sobreactuación típica de los ochenta (ey, Albert Brooks… ¡Ey, Ron Perlman!) sin recuperar ni una pizca de su intensidad kitsch.

Drive 2

¿Por qué salvar a Drive de la ignominia, por qué defenderla dado que es fea, carece de esencia y confunde constantemente su estupidez soberana con emoción y épica kubrickeana? Porque habla de nuestro tiempo con una claridad casi grotesca, la cual podría jurar que es involuntaria. Busca seducirnos con la idea de que cuanto más nos parezcamos al pasado y a su estética, más felices seremos, perdidos en el paraíso vacuo del vintage. ¡Es lindo!, grita, ¡por eso es bueno! ¡Es cool, Ryan Gosling casi no habla porque eso es re cool, y por eso es bueno!, sigue gritando. Y así nos refriega sus panorámicas áreas con música proto Daft Punk, como si fuera la película del Grand Theft Auto, otra obra maestra de la nostalgia vintage. Drivehabla abiertamente de nuestra falta de autenticidad, de nuestra falta de esencia, de la imposibilidad que este mundo contemporáneo tiene de pensarse a sí mismo sin remitir a un pasado idealizado, de construir una estética, una ética y una dinámica auténticamente contemporáneas, adaptadas a este presente.

Drive Ryan Gosling

Drive también merece ser salvada del hachazo del desdén porque logra decir algo, perdido en medio de su maraña canchera, sobre el presente. Ya no son los ochenta, pero en California volvió a gobernar Jerry Brown, aquel al que los Dead Kennedys le dedicaron “California Über Alles”. Los Ángeles volvió a ser, o tal vez nunca dejó de serlo, una ciudad facha, sustentada por valores reaccionarios que dan andamiaje tanto a Hollywood como a Beverly Hills. Los Ángeles es una ciudad violenta y sustentada en la violencia, y Drive transmite algo de esa sordidez eléctrica, no tanto en sus subrayadas escenas gore con martillos, pistolas o destornilladores, sino en los fondos que se cuelan en cada plano, en los callejones lúgubres, en los talleres mecánicos oxidados, en los guetos donde moran los pobres. Y en la “Godless America” –como reza un cartel que aparece en uno de esos fondos– de hoy en día, blancos, latinos y negros viven en la misma mierda, igualados por la violencia de sobrevivir. El conductor de Ryan Gosling será más lindo que el latino bautizado Standard Gabriel, será más pulcro y discreto, pero ambos acaban arrollados por la violencia del entorno, caen por la misma moneda. Y no solo eso, la película dota a Standard de un código ético casi tan férreo como el del conductor de Gosling. Standard muere porque el conductor debe ser el héroe, pero ambos acaban fritos en el mismo aceite de hamburguesería miserable, en el mismo barro donde acaban los pobres.

Drive Elevatorclip

Con todas sus luces de neón rojas, que iluminan rostros llenos de tensión telenovelesca; con sus canciones artificiales, escritas en lápiz labial sobre una servilleta, que repiten redundantemente lo que vemos en pantalla; con sus pretensiones de estetizar, una vez más, la violencia de antaño, como si nadie lo hubiese hecho de acá a veinte años atrás. Con sus múltiples lugares comunes, ciega perseverancia en querer volarnos la peluca con su parafernalia barata y convencimiento de que juega para el equipo mainstream y a la vez para el equipo arty con pericia, Drive es una película bastante verdadera, bastante parecida a nosotros en tanto sociedad mundial: le (nos) sale mucho mejor mirar hacia atrás que mirar acá, adelante, y aun así la verdad se cuela, indefectiblemente.

(*) Publicada en El amante cine, Marzo de 2012.

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