El acto en cuestión

Por Federico Karstulovich

El acto en cuestión
Argentina-Holanda, 106′
Dirigida por Alejandro Agresti.
Con Carlos Roffé, Sergio Poves Campos, Lorenzo Quinteros, Mirta Busnelli, Natalia Alonso Casale, Daniel Burzaco, Guido Lauwaert, Toone De Cooman, Pepe Dizzy, Franco Togni.

Fracasar (un país de mierda)

Por Federico Karstulovich

A los soretes, miserables, mediocres y ladrones. A vos, basura.

Sur o no sur. Dársela una y otra vez contra el suelo. Una especie de destino arltiano en caída perpetua, una suerte de variación épica de la derrota (experimentada sin angustia, es decir, una derrota antihustoniana) es la que atravesaba el núcleo de las primeras películas argentinas (incluyendo las filmadas en el exterior pero habladas en español rioplatense) de Alejandro Agresti, hecho que lo confirmaba como una voz paradójica para el cine argentino pre-94 (es decir previo a la ley del cine, previo a la generación de Historias breves y previo al estallido del NCA post 97-98): era un director que renovaba el lenguaje pero al mismo tiempo lo hacía plagándolo de ar(l)tilugios anacrónicos, precisamente porque el cine del director en cuestión siempre supo ser más contundente cuando el contexto no lo determinaba a decir alguna gran verdad trascendente (la dictadura y las leyes de la impunidad a finales de los 80s con El amor es una mujer gorda, el menemismo y la amnesia colectiva frente a los indultos con Buenos Aires Viceversa, la década del 60 y los cambios acelerados en la sociedad argentina sumida en golpes militares en Valentín, la gran alegoría del pueblo ignorante y manipulable en El viento se llevó lo que…, el trauma en torno a los resabios de la dictadura en Un mundo menos peor) sino que en todo caso era un punto de partida para gritar con furia y sonido desesperantes el contenido del agujero negro de un mundo personal o de una tragedia íntima (las partes menos sumidas en el didactismo en El amor es una mujer gorda, algunos pasajes de Luba, toda El acto en cuestión y la caótica y casavettiana La cruz). Así. Sin respirar. Todo junto, todo un párrafo y una parrafada vomitada. Eso también es el cine de AA.

Contradicciones. Quizás por todas esas contradicciones, para colmo en un país inclemente con los artistas contradictorios, Agresti supo tener una prédica respaldada con películas en un inicio pero luego esa prédica se perdió. De ahí que una película rica y anacrónica como El acto en cuestión venga a hacer justicia, a poner las cosas en su lugar frente a la cadena de fracasos, pasos y contrapasos y tropezones del mismo director, acaso un fabulador (de historias) como el mismo Miguel Quiroga. Acaso un director que supo sobrellevar sobre sus espaldas la sucesión equitativa de fracasos y relativos éxitos con estoica actitud.

Imperfecciones. En definitiva esta obra gigante (porque no puede ni debe ser maestra: es lo que pasa con las obras imperfectas y vitales: no pueden ser referente de nada) no solo es un conglomerado de los mejores rasgos del cine de Agresti (juego con el lenguaje oral, construcción formal preciosista, marcación actoral perfecta, capacidad rapsódica como para cambiar el ritmo del relato, talento para construir un verosímil universal pero a la vez absolutamente local, etc.) sino que es, en efecto, la summa cinematográfica del cine del director en tanto posición frente al mundo. Un cine desmesurado, si, pero fundamentalmente cargado de contramarchas, local como pocos, locuaz, desesperado, también parcialmente fechado. Una hermosa cagada.

Sismógrafo atemporal
. Acaso un cine-sismógrafo (no de una época, sino de una sensibilidad), el acto de ver El acto en cuestión implica un ineludible salto en el tiempo. Pero no a 1993, sino a la intensa mezcla de la Buenos Aires de los 40’s, de los 80’s, de los inicios de la década del 90, pero recorrido todo por un espíritu zumbón y cosmopolita, como si la obra magna de Agresti no pudiera estar aquí, pensando en Argentina, pero tampoco afuera, pensando en ningún exilio.

Bisagra. Uno de los rasgos de mayor interés de la película radica en la cualidad equidistante para plantear un relato de doble lectura, en donde lo político no es ajeno a la carta pero al mismo tiempo no se presenta un sistema de alegorías muy al estilo del cine de la nouvelle democracie de la primavera alfonsinista.
De esa manera EAEC es un perfecto enlace entre dos épocas, pero sin pertenecer a ninguna: cargando con un trauma histórico pero sin historizar y dando cuenta del salto hacia nuevos horizontes estéticos, hacia un necesario cambio narrativo, anticipando así al entonces no nato NCA.

Emoción. Pero la emoción que emana de EAEC es aspecto de radical vitalidad: ahí hay un mundo, una historia, un cuento por contar que no extorsiona, que no juega a traicionar por la retaguardia de los buenos sentimientos históricos (como si lo hace la mayor parte del cine de Agresti frente a lo que se parezca a un milico) para que nos quedemos tranquilos, para que estemos cómodos. No: la genuina emoción aparece cuando la película abraza a sus personajes y no los deja ir, cuando hace funcionar la máquina de novelar, de narrar sobre ellos para que el tiempo no los alcance y los trastoque en metáfora. Porque Miguel Quiroga sos vos, cayendo una y otra vez, creyéndose el éxito momentáneo. Volviendo al punto de partida, hasta aprender.

15 años después. Vi por cuarta vez la película de Agresti casi 15 años después de la primera, cuando ya era un mito y apenas se la había podido agarrar en alguna pasada de cable. En aquel entonces yo comenzaba a estudiar cine y me fascinaba la idea de Agresti y proliferación de proyectos. La megalomanía me parecía una Hermosa palabra. 15 años después me toco ver la película luego de una fuerte defraudación de un ex socio cinematográfico que ya tendrá su merecido, también un megalómano. Hoy detesto la megalomanía, porque no se banca el fracaso y la derrota y la tapa con histeria.
Esa misma y fatídica noche del 22/4/15 me reencontré, unas horas más tarde, con Quiroga, con la sabia melancolía de quien sabe que no hay que cantar victoria antes de tiempo, porque el mundo está lleno de gente de mierda. Porque hay que lidiar con las derrotas. Y caerse todas las veces que sea necesario. Y fundamentalmente porque hay que seguir filmando.

Publicada en El Amante cine, Mayo de 2015

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