Heaven Knows What

Por Federico Karstulovich

EE.UU., 2014, 94′
Dirigida por Ben Safdie & Joshua Safdie
Con Arielle Holmes, Caleb Landry Jones, Buddy Duress, Eleonore Hendricks, Ron Braunstein, Yuri Pleskun

Remolinos

En el cine de los hermanos Safdie nada puede existir sin una condición: la concentración temporal. Pero no me refiero a un cine sostenido sobre el tiempo real, sino a uno en el que el tiempo es la materia prima que rige todas y cada una de las acciones, de forma directa o diferida. No obstante, luego del salto a la fama que les supusiera Good Times y en particular Diamante en bruto, noté que me había equivocado. Y para peor, que persistía en el error. Esto se deba a que esa raíz temporal que determina y define al cuadrilátero cinemático (como dijo alguna vez Fernando Trueba) en las películas del duo, en el fondo, estaba comportando una paradoja. Esa paradoja se hace más evidente que nunca en Heaven Knows What, que no es otra cosa que una de esas películas capaces de juntar la concentración temporal en la cabeza del espectador y la distensión en las acciones de los personajes, como si se nos expusiera a un tensiómetro que terminara revelando que somos los espectadores los que sufrimos por lo personajes en vez de ser ellos los que padecen y nosotros como meros observadores. Ese sistema de concentraciones y dilataciones encuentra en el experimento de esta película maldita un punto de excitación suprema.

Para entender el funcionamiento empático-vital del cine de los directores de Daddy Longlegs es importante considerar una característica: la constante presencia del cuerpo como una entidad autónoma, que adquiere vida propia más allá del cerebro de sus portadores. Todo lo que sucede en las películas de los Safdie es producto de la tensión corporal, que es un estado de vibración constante con sí mismo y con el ambiente. Esa vibración hace que sus películas estén electrificadas, haya o no movimiento en el proceso. Solo asi podemos entender al carácter anómalo de los personajes: un padre hiperquinético, una adicta desesperada por una dosis para sobrevivir el día, un par de ladrones desesperados por resolver un robo que sale mal, y por último, un comerciante de joyas que busca llevar a cabo el gran negocio su vida al largo de un par de jornadas.

Pero no malentendamos: el cine de los hermanos no busca el malestar del espectador, sino que lo construye a partir de una estrategia de acompañamiento desesperado, de distancia afección. El malestar de sus películas (y en particular el de Heaven Knows What) no es el mismo al que en alguna ocasión de los ha vinculado a los directores, que es el estilo de el miserabilismo de los Iñárritu, de los Lanthimos y otros tantos. En aquellos el sufrimiento es un suplemento de lo cinematográfico. El cine de esta manera es un instrumento aleccionador. En el cine de los Safdie el sufrimiento corroe al cine desde dentro, por eso se trata de un movimiento centrífugo, que nos impregna a los espectadores en vez de realizarse desde afuera contra los personajes. Por eso sus películas tienen un componente amoral que las dota de una libertad imprecisa, flotante. Pero también es un cine terrestre, al ras del suelo. Desde esa perspectiva nosotros acompañamos y vivimos con los personajes. Y nos llenamos de hojas y mierda en el parque de los drogones.

El encuentro de Heaven Knows What es algo más que la práctica de un sistema experimental que vincula documental y ficción (gracias por todo, Pedro Costa), es algo más que un orden de citas (cuántas veces vamos a nombrar al Jerry Schatzberg de Pánico en el parque (1971)?), pero también, con el tiempo, incluso puede que sea más importante que el largometraje que la precedió y los posteriores, acaso por su caos en un caso y por la planificación en los que siguieron. Bueno, en un doble orden de posibilidades, como si se encontrara con las manos tendidas entre dos tradiciones, es en el lugar en el que encontramos a esta película de 2014, que afortunadamente volvió a circular en este año en el que los cuerpos olvidaron el contacto, el valor de la materialidad, el lugar del cine y el misterio de los remolinos, esos que alguna vez el cine supo concebir pero que con el tiempo olvidó, a fuerza de corrección política y distancias.

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