Corea del Sur, 2014, 67′
Dirigida por Hong Sang-soo
Con Ryo Kase y Moon So-ri
La soportable levedad del ser
Por Sebastián Rosal
Cuando la costumbre de Hitchcock de tener su propio cameo en cada una de sus películas se hizo conocida, fue el propio maestro inglés el que decidió aparecer al comienzo de cada film, de tal manera de cumplir rápidamente con esa obligación autoimpuesta y esperada por la audiencia para que ésta pudiera concentrarse en la historia a desarrollarse. La imagen del propio Hitchcock en la pantalla era algo así como la primera garantía, el reaseguro de la entrada a su universo. Hong Sangsoo no suele ponerse por delante de su cámara, pero algo de esto hay en esos segundos iniciales de Hill of freedom, solo que desplazado a un procedimiento técnico formal que ya es marca de autor del director: un plano inicial sobre un letrero en coreano y el zoom en retroceso a cuento de nada, deliciosamente anacrónico y puesto allí sólo por el placer de hacerlo. No basta más que eso entonces, apenas dos o tres segundos, para saber que entramos de lleno en el país de Hong.Está claro que el surcoreano de alguna manera filma siempre la misma película: gente joven, de clase media, intelectuales (aunque en este caso no hay ningún cineasta dando vueltas, sí un lector de un ensayo filosófico que trata, no casualmente, sobre el tiempo), ligeramente sensibles, ligeramente despistados, ligeramente enamorados, extrañamente simpáticos, terriblemente adorables (¿se sabe de alguien que no logre querer a todos y cada uno de los personajes de sus películas?). En Hill of freedom hay un joven japonés que vuelve a Seúl para reflotar una vieja relación, su enamorada, una carta leída en off a la que se le pierde una hoja, la dueña de la cafetería cuyo nombre da título a la película, un perrito perdido, la señora del hotel que extiende el horario del desayuno, un hombre que se pelea con una adolescente y algunos personajes más. Los jóvenes se enamoran de la persona equivocada, o de la persona justa en el momento equivocado; se habla mucho y lo que dicen define a cada uno, aunque también, oriental al fin, hay tiempo para silencios. Todos padecen de cierta fragilidad, como si caminaran un centímetro por encima del suelo, al mismo tiempo levemente angelicales y profundamente humanos. Y la libertad, por supuesto, preanunciada desde el título mismo y que es doble: son libres los personajes para hacer circular sus deseos, sus esperanzas, sus placeres (incluido el soju, obviamente, aunque en este caso se lo bebe menos de lo habitual, y si uno se pone riguroso digamos que se extraña, porque nunca los habitantes del País de Hong son tan adorables como cuando están borrachos); y es libre el propio director de cualquier convención narrativa, moviéndose en el tiempo y el espacio con toda naturalidad, desplazándolos hacia atrás y hacia delante, solapándolos, yendo y viniendo en las historias, en sus comienzos y en sus múltiples finales (¿y acaso importa determinar cuál es el correcto?), contradiciéndolos, negándolos, burlándose de ellos (pero nunca de aquellos que habitan su mundo), con una gracia y una liviandad digna del mejor calígrafo oriental. Así son las cosas en el país del coreano: un aire respirable y amigo, el disfrute continuo, la soportable levedad del ser. La vida debería imitar al cine de Hong.
Publicado originalmente en rock & pong cine, diciembre de 2014.
Publicado en La noche del cazador, enero de 2015.