Invasión

Por Hernán Schell

Invasión
Argentina, 1969, 123′
Dirigida por Hugo Santiago
Con Olga Zubarry, Lautaro Murúa, Juan Carlos Paz, Martín Adjemián, Daniel Fernández, Roberto Villanueva, Jorge Cano, Ricardo Ornellas, Leal Rey, Horacio Nicolai, Juan Carlos Galván, Aldo Mayo, Hedy Krilla, Claudia Sánchez

La guerra como farsa

Por Hernán Schell

“Para los otros la fiebre // y el sudor de la agonía//
y para mí cuatro balas // cuando esté clareando el día//
Manuel Flores va a morir// esa es moneda corriente//
morir es una costumbre // que sabe tener la gente”

Estos cuatro versos pertenecen a la Balada de Manuel Flores, fueron escritos por Borges y usados en uno de los momentos más hermosos de la película Invasión, dirigida por Hugo Santiago y guionada por el propio Borges y Bioy Casares. Pensar en el acto de morir como una costumbre es particularmente significativo. Borges admiró siempre una línea del Quijote que, al describir la muerte de su personaje principal, no dice de manera directa que Alfionso Quijano murió, sino que “dejó su espíritu, quiero decir que se murió”, como si Cervantes tuviera que hacer una pequeña voltereta para poder llegar a esa palabra que le aterra tanto. De modo similar, pensar a la muerte como una costumbre, no como algo inevitable, muestra de manera hermosa ese miedo a la finitud, a ese no saber. Es volverla ingenuamente una costumbre, algo a lo que se llega supuestamente por voluntad propia.

Así y todo, en el contexto de la propia Invasión, esta idea de morir por costumbre tiene también un sentido dentro de la lógica de sus personajes: todos los combatientes de esta película son soldados aparentemente por opción, y en alguna medida han hecho la idea de morir en combate (que es una muerte artificial, en la que uno se dispone para que la probabilidad del fallecimiento llegue más rápido) toda una filosofía de vida. Lo hacen, a su vez, en un espacio llamado Aquilea, aunque Hugo Santiago filma la película más porteña que se haya filmado nunca, hasta en los títulos de créditos, que están superpuestos sobre un mapa que reconoce limites similares a los de la Ciudad de Buenos Aires.De este modo, lo que se construye es un espacio en el que tampoco terminamos de entrar del todo, porque funciona un poco como la famosa pintura de Magritte, es un cuadro de la Capital Federal diciéndonos que no es la Capital Federal.

Calculo que pueden interpretarse dos razones básicas para decidir esto. La primera podría llamarse lúdica, y consiste en resignificar un espacio de manera personal, hacer de un lugar que todos conocen un espacio para una guerra invisible y una trama de espionaje. Recuerda un poco, si vamos al caso, a aquella famosa poesía de Borges que imaginaba que Buenos Aires había sido fundada en su barrio, como un escritor que quiere retransformar su espacio cotidiano en algo más interesante de lo que es. Pero recuerda un poco también al espíritu de varias películas de la Nouvelle Vague de los 60, obsesionado por tomar los espacios más icónicos de la ciudad para apropiárselos de alguna forma.

No obstante, el costado más importante de filmar y no filmar la Capital al mismo tiempo tiene que ver con un espíritu de la película al que podría llamarse de incompletitud o frustración. Creemos que estamos en un lugar en el que en realidad no terminamos de estar porque siempre estamos viendo una épica que no termina de asentarse, y una historia de héroes que nunca nos queda claro si efectivamente lo son.

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Por decirlo de una manera sencilla, en Invasión hay un grupo de resistentes, hay un líder burocrático y dueño de una moral dudosa que es Don Porfirio, y una suerte de resistente estrella interpretado de manera magistral -y con una presencia cinematográfica infinita- por Lautaro Murúa. Sabemos que varios de ellos están dispuestos a morir por la causa, sabemos que se enfrentan a una fuerza que es mayor a la de ellos, sabemos que hay complots y espías, y persecuciones. Y sin embargo hay algo que no sabemos: que es lo que quieren los invasores y quien es su líder.

La motivación del enemigo es clave, porque sin enemigo no sabemos en el fondo porque causa los protagonistas están dispuestos a morir. Y frente a esto si, al fin y al cabo, lo que están haciendo estos personajes es o no un acto de heroísmo. Hay otra cosa que pone incluso más en duda la cuestión heroica de este grupo de resistentes. Se trata del momento en el cual el personaje de Murúa se entiende que la resistencia debe empezar ante lo cual él replica: “mejor así, uno se cansa de esperar”, como si al fin y al cabo hubiera un deseo de los personajes de ir hacia un lugar en el que en verdad quieren ir. Más explícita aún es la frase de la novia de Murúa cuando esta se refiere a él como alguien “que necesita ser valiente”, como si la valentía no fuese una elección loable por su dificultad, sino algo que uno necesita ser, que sale de uno aunque uno no lo esté buscando. Cómo dicen los propios primeros versos del poema de Borges: Para los otros la fiebre// y el sudor de la agonía//para mí cuatro balas// cuando esté clareando el día. Los versos parecen tanto una autocondena (Invasión es, después de todo, una película cargada de tristeza) como una expresión de deseo, morir como un soldado, en medio de una batalla por algo, antes que hacerlo por una enfermedad.

Es muy difícil sentir empatía por combatientes que no sabe bien por qué combaten y cuyos deseos parecen tan arraigados en el combate en sí. Por eso, cada sacrificio de ellos resulta no tanto conmovedor como desconcertante. ¿Qué es finalmente lo que pasó ahí?, ¿un acto de estoicismo o la concreción de un deseo?

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La puesta de Santiago se hace perfectamente eco de esto y gran parte de lo magistral de esta película se basa en una construcción de encuadres extraños, que dejan muchas veces objetos filmados parcialmente, un montaje virtuoso, claro heredero del cine de Robert Bresson (con quien Santiago había trabajado como asistente de dirección), que rompe de manera clara con la continuidad clásica. A esto se le suma otro aspecto clave en la película: la cuestión sonora. Puede que hasta la llegada de Lucrecia Martel, ninguna película nacional se haya preocupado tanto por el sonido como esta. En Invasión hay un trabajo virtuoso al respecto, ya desde el principio, cuando Santiago decide representar a un posible enemigo mediante una serie de pasos que quedan fuera del campo visual. O cuando se decide que el sonido no parezca del todo fiel al objeto que lo emite. Pero también en una música extradiegética que puede aparecer en los lugares más impredecibles y desaparecer abruptamente.

La idea es, de nuevo, invitarnos a un espacio que nos resulta más bien expulsivo. Y aún así, hay dos sentimientos que pueden verse claramente en Invasión. El primero es la melancolía por la finitud de la vida, algo que puede apreciarse en los pocos pero muy sentidos momentos en los que los personajes deciden relajarse un poco o divertirse. El otro es una fascinación por la figura del guerrero, presente en el regodeo de la película con las poses del malevo, en los actos propios del héroe que más de una vez (como en la negativa final de Murúa a combatir, que todos sabemos que será pura impostura antes de su sacrificio temerario) suenan autoimpuestas, en la estoica postura de la resistencia al dolor, en la negativa a la delación y la tristeza previa a la llegada de la muerte. Pero también en el propio nombre de Aquilea, derivado de aquel famoso héroe griego que, al igual que varios personajes de este film, guardaba un secreto punto débil.

Hay una escena particularmente hermosa en Invasión que habla de esto. Se trata del momento en que uno de estos combatientes se da cuenta que va a ser asesinado y decide refugiarse en un cine donde están pasando una película de cowboys. La película hace juego entre la muerte ficticia de uno de esos cowboys y la muerte real de este combatiente. Es imposible no ver ahí un contraste entre la expresión aniñada del personaje a punto de morir mirando como un chico una película de vaqueros y la gravedad y solemnidad de todo el asunto. Es imposible además no ver ahí una reflexión sobre cómo la épica heroica que estamos viendo en Invasión tiene conexiones con la épica heroica viril de un género tan icónico y viril como el western.

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Y es imposible además no ver en esta escena los rastros de Borges. Después de todo, en su breve pero deslumbrante carrera como crítico de cine, Borges siempre fue afecto a los westerns, pero también como escritor reflexionó más de una vez sobre el carácter infantil y lúdico de ciertos actos de malevaje, cierta desesperación al fin y al cabo por aferrarse a una leyenda de valentía por la leyenda en sí, sin pensar demasiado en las consecuencias de la violencia o en las causas que la originan. Por eso también es interesante que el personaje que termina viendo el western vea el film ya empezado, en una escena in media res que lo único que nos informa es que lo que hay ahí es un tiroteo, sin saber ni como empezó ni quienes son en verdad esos personajes. ¿Y acaso ese pedazo de western que vemos no es un poco una reflexión sobre Invasión?, ¿film “incompleto” en el cual vemos un montón de héroes sin entender bien por qué están luchando y a veces sin conocerlos del todo?

Así y todo creo que hay otro costado todavía más misterioso y oscuramente fascinante en Invasión: su inquietante condición profética.  No es muy difícil ver esto en sus últimos minutos, cuando vemos un montón de jóvenes armándose para pelear contra un poder que los excede. Ahí es donde resuenan ecos de un futuro cruel ya conocido por todos, en las que se libró otra batalla en varias calles nacionales, donde se llevo a cabo tanto el espionaje, el sacrifico, la tortura como la delación. Tal como en la película de Santiago, también se jugó a una guerra que quizás nunca existió (y a la cual categorizar como tal no solo sería un error histórico, sino también jurídico), y donde más de un combatiente se vio seducido por la idea romántica de un combate que tendría consecuencias atroces. Es muy extraña, en este sentido, la operación de la película. Si Godard decía que todo film es inevitablemente un documental de su tiempo, Invasión es una de esas anomalías en las que se filma, acaso involuntariamente, una película sobre un tiempo que todavía no ocurrió. Será quizás por esto que esta obra maestra de Hugo Santiago sería incomprendida en su tiempo y tardaría décadas en ser valorada como corresponde. Formalmente demasiado experimental, frustrante en su propuesta, y con imágenes que sólo años después, cobrarían una potencia inquietante.

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