La gran apuesta

Por Fernando Juan Lima

La gran apuesta (The big short )
EE.UU., 2015, 130′
Dirigida por Adam McKay
Con Steve Carrell, Ryan Gosling, Christian Bale, Brad Pitt, Marisa Tomei, Hamish Linklater, Rafe Spall, Jeremy Strong.

Hoy, el pasado (*)

Por Fernando Juan Lima

Después de todo, no parece inadecuado que un director que ha hecho del disparate y de una impronta lindante con el sinsentido o el surrealismo su marca de fábrica se acerque a una proyecto que toma como base el bestseller The Big Short de Michael Lewis (autor del libro también llevado al cine Moneyball: El juego de la fortuna). En efecto, Adam McKay, cuyas películas son conocidas en Argentina más que todo por su paso por el cable (tal el caso de El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, Ricky Bobby: loco por la velocidad y Hermanastros), posee un recorrido personal por un tipo de comedia que le viene muy bien a la idea de poner el foco en la crisis financiera que tuvo su peor momento allá por el año 2008. No es la primera vez que el cine se acerca este tipo de crisis. Y, en alguna medida, La gran apuesta puede pensarse como un hijo no reconocido de la exitosa El lobo de Wall Street. Sin embargo, aun cuando el hilo narrativo es llevado por el grupo de hombres que descubrieron la gran estafa que rodeaba al mercado de las hipotecas en Estados Unidos de Norteamérica (y se hicieron millonarios apostando en su contra), el tono no es el de la clásica historia del gangster, mafioso o self-made-manque parte de la pobreza, conoce el éxito y, superado por él, deviene su inevitable caída. La construcción de la película, que se distancia del pasado reciente para retratarlo como si se estuviese refiriendo a una historia antigua, comparte con las películas anteriores de McKay cierta reivindicación de los personajes absurdos e inadaptados. Son ellos, justamente, los que no forman parte aceitada de los mecanismos del sistema (aunque trabajen en él), los que pueden tener la lucidez de advertir por dónde pasa la cosa.

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El montaje de imágenes que remiten a un pasado que parece difícil creer que sea tan reciente multiplica la sensación de lejanía temporal. La decisión de no esquivar las explicaciones técnicas que tienen que ver con la economía y el cómo se llevó a cabo el colosal fraude que dejó a millones literalmente en la calle o desempleados conforma la otra parte del corazón sustantivo del film. Asusta corroborar cómo alguna parte del público se aburre o se pierde en las explicaciones económicas: siete u ocho años son suficientes para que todo se haya olvidado y pueda repetirse el desfalco. Como sucede con las remakes de las películas, que revisitan producciones que a duras penas tienen un lustro o una década, el puro presente que imponen los tiempos que corren hace que se olvide casi inmediatamente lo que sucedió apenas ayer. La corrosión de la sátira funciona mejor que la cantinela de denuncia y por más que todos los chistes den en el blanco, uno no puede dejar la sala de cine tras ver La gran apuesta sin un sabor amargo en la boca.

La comedia es, además, el territorio donde se confirma la presencia de grandes intérpretes o se delata la mentira basada en el ocultamiento detrás de los “temas importantes”. Adam McKay confirma que es un muy buen director de actores, trae de regreso al lado luminoso a Steve Carell (tras el insufrible traspié de Foxcatcher) y logra que hasta RyanGosling y Christian Bale nos resulten creíbles, aun en el difícil trance de ponerse en la piel de personajes tan extremos. El tono disparatado, acelerado, irreal, de los personajes que componen tiene que ver con el lugar común sobre el mundo de los negocios (aunque ahí esté el muy reposado financista retirado que lleva el cuerpo y el rostro de Brad Pitt para mostrar que la verdad es otra), pero también con el tiempo de la comedia de McKay. De algún modo, este estilo dialoga con aquel que se pone en escena para distraernos, para decirnos que hay cosas muy aburridas o muy difíciles que no necesitamos saber, mientras se nos estafa, cíclicamente, una y otra vez. No podemos evitar reírnos frente a esos corredores inmobiliarios que se comportan como si la tuvieran atada cuando sabemos que, creyéndose victimarios, terminarán siendo víctimas del ardid del que participan sin terminar de comprender qué es lo que están haciendo. Unos segundos después –introspección mediante- tampoco podemos dejar de pensar que eso puede parecerse a algo de lo que nos ha sucedido o hemos hecho en los últimos tiempos.

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En gran medida, La gran apuesta se apoya en esos personajes inadaptados y construye un crescendo al estilo David y Goliat; la clásica empatía que provoca el pequeño ladrón que roba a uno más grande. Y es aquí donde la película no logra mantener aquello que propuso desde el inicio. Por más que se cuente la historia como si fuera antigua y lejana (como mecanismo narrativo pero también de denuncia, tal como antes se indicó), las heridas son demasiado graves y recientes. Como el personaje de Brad Pitt señala ya casi sobre el final, no parece momento ni situación para festejar, aun cuando se haya conseguido una excepcional victoria. Parece comprensible esa imposibilidad de distanciarse lo suficiente como para seguir haciendo humor, que lleva a los protagonistas a un insight, a la advertencia de que están frente a un dilema moral. Esta traición tiene que ver con esa cercanía que actúa como frontera del cinismo necesario para reírse de lo sucedido a esta altura. Así y todo, por más que Pitt aparezca también como productor de la película (reservándose un papel que podría pensarse como aquel en el que se había colocado en la indignante 12 años de esclavitud), su personaje muestra su verdadera esencia, más allá de la pátina cool y ecológica que lo acompaña todo el tiempo. ¿Qué cómo es eso? Como se nos dice toda la película: más allá del barullo, hay que prestar atención a los números.

(*)Publicada en El Amante Cine, Enero de 2016

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