Los amantes pasajeros

Por Fernando Juan Lima

Los amantes pasajeros
España, 2013, 90′
Dirigida por Pedro Almodóvar.
Con Javier Cámara, Carlos Areces, Raúl Arévalo, Antonio de la Torre, Hugo Silva, Miguel Angel Silvestre, Lola Dueñas, Cecilia Roth, Blanca Suárez, Carmen Machi, Laya Martí, José Luis Torrijo, Guillermo Toledo, José María Yazpik, Antonio Banderas y Penélope Cruz.

Folle…folle…fólleme comandante

Por Fernando E. Juan Lima

Almodóvar vuelve a la comedia hecha y derecha. Más allá de que, en realidad, nunca la abandonó por completo (incluso en La mala educación (2004), su película más oscura, no faltan los momentos de humor), lo cierto es que, tras Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), el acento en el melodrama, aun disparatado, había relegado a un segundo plano aquel componente. El acento en la guarrada y cierta desprolijidad podrían hacer pensar en un regreso a los tiempos en que el manchego encabezaba la movida madrileña. Sin embargo, la mirada es bien distinta a la de, por ejemplo, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) o ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984). Mientras que en este caso la urgencia de la necesidad de expresarse llevaba a no prestar atención a determinados detalles formales (o a no tener otra alternativa, entre otras razones, en virtud de las carencias presupuestarias), acudir a una estética más trash que aquella que caracteriza desde hace tiempo las películas de Almodóvar responde a una decisión consciente y premeditada. Ya hace tiempo que el cine español en general (y el de don Pedro en particular) se ve y se escucha bien. Ese esfuerzo que había que hacer para entender mucho de lo que pasaba en algunas películas ibéricas allá por la década del 80 ya es cuestión del pasado. Desde la citada Mujeres al borde de un ataque de nervios, pero sobre todo tras Carne trémula (1997), las producciones de este autor, aun cuando pongan el acento en el kitsch o incluyan descastados en su trama, se caracterizan por un diseño fashion, por una puesta en escena tersa y elegante. Aun frente a las tramas más perversas y enrevesadas (por ejemplo, de Todo sobre mi madre, de 1999, a La piel que habito, de 2011), el acercamiento a ellas tiene que ver antes con el ritmo, la cadencia y la mirada del bolero que con la del punk que caracterizaba sus primeras realizaciones. Es por eso que si Los amantes pasajeros dialoga con su obra anterior, posiblemente el punto de contacto más directo lo encontremos en Kika (1993) y en los múltiples momentos musicales o telenovelescos que uno puede hallar en otras películas como pequeñas pinceladas cargadas de una estética diversa a la de la narración principal. ¿Por qué?

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Porque la que es hasta ahora la última película de Almodóvar se caracteriza por la voluntad de destacar que estamos ante cartón pintado. Cartón pintado que destella con brillos que sabemos falsos y que no oculta esa falsedad. En un avión de mentira, que no vibra o se mueve en su andar, encontramos una serie de personajes (de una psíquica que puede sentir la cercanía de la muerte a una dominatrix que se ha relacionado con todos quienes han tenido algo de poder en España; de un estafador en gran escala a una pareja de recién casados) que comparten la primera clase en un vuelo a México que corre riesgo de sufrir una catástrofe. El prólogo en tierra (uno de los tres breves momentos que no ocurren en el interior del avión) destaca tanto por la elección de sus protagonistas (los “exitosos” del modelo, Antonio Banderas y Penélope Cruz) como por el tono excesivo, los acentos imposibles, la renuncia a toda posibilidad de verosímil. Dentro del avión, el tono es de vodevil, marcado por el ritmo que el personal de abordo impone a la trama. Es por ello que las lecturas más lineales y evidentes, que tienen que ver con el vuelo de una línea aérea que se llama Península, que ante un problema en el tren de aterrizaje, da vueltas por el cielo español, sin encontrar dónde aterrizar, drogando y durmiendo a la clase turista mientras la primera y los encargados del avión se entregan al sexo, a las drogas y al alcohol (sí, el asunto no es especialmente sutil), son casi un guiño del director, más interesado en las formas y el humor que en el consabido “mensaje”. El momento musical es una explosión de libertad y alegría que nos inunda como los múltiples fluidos y humores que comparten los personajes que habitan Los amantes pasajeros.

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Transformado en mega-estrella planetaria, no deja de sorprender y alegrar que Pedro Almodóvar siga conservando algo de aquello que caracterizaba su obra desde los primeros cortos (Folle… folle… fólleme Tim, 1978, Sexo va, sexo viene, 1977). Tanto desparpajo y disfrute, tanta explicitud en el reflejo de una pulsión sexual que no conoce de límites genéricos o de pretendida “normalidad”, exceden los estrechos límites de la actual corrección política imperante. En un cine que pertenece al mainstream global, la alegre referencia a todas las prácticas sexuales posibles, el debut sexual de una virgen con un pasajero dormido y drogado, algún rastro de semen que se escapa por la comisura de los labios de uno de los azafatos, no son cosa de todos los días. Pero Almodóvar ya no quiere solo escandalizar, ya está grande para dedicarse a intentar ofender a los burgueses. Asentado ya en su propia comodidad burguesa, el autor de Matador mira el presente, recuerda el pasado, y, con la sabiduría adquirida con el paso del tiempo, se afirma en lo que antes no era sino una sospecha o un mero impulso instintivo o reflejo. Frente a la crisis y a la decadencia, contra la decrepitud y la muerte, no hay nada mejor que el sexo. En fin: ¡a follar que se acaba el mundo!

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