Soy Leyenda: algunas ideas tras Diego Maradona

Por Amilcar Boetto

Viendo en retrospectiva el documental de Asif Kapadia, pienso que ya no sé cuánto tiempo más podemos sostener está separación entre su vida y su mito, hasta que punto son evidenciables las diferencias y hasta que punto no está ya todo mitificado y mito y persona se nos han vuelto una misma cosa. Acaso de esto se ha venido hablando desde hace tiempo y no voy a decir nada nuevo al respecto. Asi las cosas, quedan cuestiones por reponer. 

La pregunta vetusta de la separación entre el artista y la obra es imposible para Maradona, sujeto para el que la obra parecería ser su propia vida y su mito, como una esfera que lo rodea. En este punto, si algo hace genial al extraordinario documental de Asif Kapadia esto radica, justamente, en la capacidad de identificar que la realidad es una  leyenda en sí misma, acaso como sostenía Glauber Rocha. En DM, el futbolista es Kane: su vida es inconmensurable y significa tanto que no significa nada. Es un laberinto con un centro vacío. Maradona es la parte pero también es el todo.

Recuerdo una declaración de Jose Pablo Feinman, nublado por una total falta de entendimiento, diciendo que Kane, en última instancia debía ser entendido como un canalla. En ese caso la ficción construye la leyenda, que es el aspecto que JPF deja escapar. Incluso, en otro orden de cosas, es decir, excediendo la leyenda e ingresando la persona, la misma falta de comprensión y empatía la tuvo cuando festejó -en obituario siniestro- la muerte de Antonioni y de Bergman. Como vemos en estos días. Muertos que no mueren en paz y leyendas que no se entienden.

Asi las cosas, la cristalización ya esta en el film de Kapadia, que entiende que los padres de Diego, Fiorito, la Claudia, la droga, la camorra y sus escándalos son parte también del mito Maradona. Como Welles, Kapadia piensa que una vida es imposible de juzgar, pero también de conocer realmente. Los humanos nos tenemos que  conformar con juzgar un acto en particular, a través de un juicio parcial y limitado. Maradona y su documental nos  recuerdan, una vez más, esa imposibilidad humana de totalizar, incluso mediando el aprovechamiento institucional, por más que los binaristas ideológicos lo intenten. La contradicción no es mensurable y es la  base misma del desafío que la leyenda aplica a todo orden establecido (por izquierdas, por derechas, por arriba y por abajo).  

Maradona le devolvió a Napolés su catolicismo y a los argentinos nos devolvió Italia. Provocó carteles en el cementerio, comunicándoles a los muertos lo que se habían perdido. Provocó el retorno de la melancolía (una casi faviana), el sentimiento de pena ante la finitud de un hombre, pero Maradona también se  enfrentó a lo sublime: el horror y la fascinación juntas. Por eso su figura despertó  rápidamente un endiosamiento, no había nada ante lo que no se enfrentara. Frente a lo inconmensurable, quizás con Maradona se despide el último gran proyecto moderno, que es también el último gran héroe cristiano. Porque siempre demostró, en su hiperbólica vida pública, que, como Cristo, se sacrificaría por todos: un cuerpo hecho para ser demolido en cámara lenta a lo largo de cuatro de las últimas seis décadas de vida.

Sí, Maradona era la leyenda que Argentina necesitaba. Todos lo dicen. Y es verdad. Y no es solamente por la unidad nacional(ista) y ese grito redentor tras Malvinas. La épica maradoniana es la de la reconstrucción y el renacer perpetuo (en un país afecto a las destrucciones y a la reconstrucción: el héroe indicado). El grito maradoniano en el aire del vacío (y de las traiciones históricas de la Argentina del último siglo) es también el símbolo de una revancha inútil, que en definitiva es una redención que siempre llega tarde, cuando todo quedó pulverizado. Y, en todo caso, la política de Maradona no son sus dichos (plagados de marchas, contramarchas y contradicciones imposibles), sino a través de este acto de exhibir la hipocresía de quienes venden sueños (incluso siendo el mismo Maradona el gran vehículo de esa falsificación).

Maradona es tan sueño argentino reciente como Tupac Shakur lo es el sueño americano: de los márgenes al punto mas alto. La épica de una meritocracia mágica, sin escalas. Quizás por eso el logline de la película de Kapadia resulte perfecto: para Maradona la adjetivización es una tarea  imposible pero necesaria. Quizás sea la mejor manera de entenderlo. Genio, drogadicto, humilde,  egocéntrico, menemista, socialista, empático. Y la lista se hace infinita.  

El final del documental, con la entrevista que le realizó Daniel Hadad, no hace más que demostrar que su vida estuvo puesta al servicio de otra cosa. Su llanto es el llanto del final inevitable. Su  genialidad es comprender que su vida no estuvo orquestada por él, sino por lo que piensan de él, por su leyenda autónoma. Sus frases siempre apuntaron a eso, como si hubiera sabido todo el tiempo que sus errores generaban la perfección de este acto dramático. Pero cuando la historia y la leyenda se contradicen, hay que imprimir la leyenda.

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