¿Un terror conservador para 2021?

Por Sergio Monsalve

La pandemia ha instalado el retorno a un terror clásico que busca apalancarse en el terreno seguro de las franquicias y las series, el mal llamado “contenido” que tiende a homogenizar la oferta. Tres de las películas sensación de la temporada han sido títulos derivados de sagas establecidas en los últimos años del milenio, como El Conjuro : El Diablo me obligó a hacerlo, Un lugar en silencio – Parte II y Espiral

Si hablamos de originalidad expresiva o de disrupción, lo más retador e innovador que ha propuesto el género, viene de la plataforma de Apple con el título de Llamadas, una radionovela de ciencia ficción que se inspira en el impacto de la emisión de “La Guerra de los Mundos” de Orson Welles, según el filtro digital y fractal del director uruguayo Fede Álvarez, el mismo de los remakes de It y Evil Dead, un experto en el arte de exprimir presupuestos para conseguir estremecer al espectador saturado de imágenes trilladas de la porno tortura, del sensacionalismo de las redes sociales. 

Es un declaración de principios el trabajo del realizador en cuanto prescinde del rodaje y la puesta en escena, al narrar exclusivamente con ambientes sonoros y voces que interpretan un guion de eventos paranormales caseros. 

Solo echa mano de un paquete de diseños gráficos abstractos que acompañan un relato como de “Nuestro Insólito Universo”, con una narración menos engolada que articulada de manera hiperrealista por estrellas de Hollwyood.

Al respecto, el colega argentino Diego Lerer afirma: “un elenco de muy buenos actores le ponen su cuota dramática al asunto desde la voz, desde Pedro Pascal a Rosario Dawson pasando por Nick Jonas, Aubrey Plaza, Lily Collins, Aaron Taylor-Johnson o Judy Greer, entre otros. Jamás les vemos las caras, por lo que todo el drama, el suspenso y la tensión existe a partir de sus tensas comunicaciones”.  

El concepto podría animar un podcast o un programa creativo en una emisora local. 

El cine, por tanto, se abre a la experimentación formal en la era de los planes de vacunación y la austeridad posterior a la llegada del coronavirus, como una cuestión de supervivencia industrial. 

El Conjuro: El Diablo me obligó a hacerlo y Un lugar en silencio – Parte II han aterrizado en la cartelera nacional, diagramando el plan de la meca para sortear los escollos de la cuarentena, donde se estimularon las fobias y las paranoias de todo tipo. 

Por ende, como en la época del crack de la bolsa y de la caída de las dos torres, el Covid 19 le ha propinado una inyección de esteroides a la tendencia del espanto y el brinco, actualmente dominada por el efecto del “jump scare” y el contrato social de volver a un tiempo de nostalgia, rearme moral y de “new deal” que encabeza el bonachón de Joe Biden, una suerte de Franklin D. Roosevelt que quiere pasar a la historia, ejecutando una agresiva política de intervención que frene a la Gran Depresión del siglo, ofreciendo vacunaciones gratuitas y diversas regulaciones polémicas. 

Al margen del tema ideológico y populista, El Conjuro: El Diablo me obligó a hacerlo plantea una revisión de la estética comercial de El exorcista, plagiándole sus mejores planos, montajes de choque y ángulos aberrantes. 

La producción logra una cierta eficacia y solvencia, para mantenernos pegados a la butaca. Aunque obviamente, una parte de nuestro inconsciente goza y siente placer con el reciclaje, otra sección de nuestra mente anticipa un desenlace previsible y restaurador. 

La humanidad metafórica de la pareja protagónica, reivindica el ejercicio de contar un capítulo inédito de los expedientes Warren.Acaso uno de sus episodios más atractivos para la prensa amarillista, que la cinta da por legítima en su proceso de santificación de los personajes, cuando la comunidad científica refuta y cuestiona sus métodos. 

Pero la película se pone de su lado y los justifica, logrando que empaticemos con su cruzada contra el mal supremo. 

Así que se trata, después de todo, de una historia binaria y maniquea, como la propia Un lugar en silencio – Parte II que no se anda con rodeos a la hora de aniquilar a la temida invasión de mutantes, que si te escuchan, te matan. 

Una complejidad se ha perdido en el camino, la capacidad de entender al monstruo que fue un punto de honor del cine fantástico, desde antes de Guillermo del Toro con La forma del agua

Capaz la gente prefiere hacer catarsis con la destrucción de las influencias virales, sin tanto razonamiento de por medio, pues su vida depende de ello. 

Lo he disfrutado en sala, no miento, pero extraño los matices que confirieron grandeza al terror del pasado. El del presente es más video juego con la filosofía polarizante de un provinciano blanco del sur. 

¿Son las películas del terror del año una representación de la xenofobia, del miedo al contagio y el contacto con la alteridad, con la diferencia? 

La respuesta queda en ustedes.

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