Volver a De Palma

Por Maximiliano Corti

Dressed to Thrill

Cuando los directores y los críticos dicen que De Palma está loco, lo que quieren decir es que es el más genuinamente original, el más determinado, el más irreductible, el más excesivo entre sus colegas. Por consecuente y por riguroso, sus últimos trabajos, tal vez a diferencia de los de algunos de sus compadres de los ’70, no nos hacen preguntarnos por un momento si acaso lo estuvimos sobrestimando durante sus años de gloria.

Su filmografía muestra una continuidad tan ajustada en sus propias obsesiones y en la forma en que las pinta, que la hace parecer diseñada de antemano; cada película, sacando dos o tres ejemplos que al menos a simple vista se desvían del cuerpo total, es una variación, una repetición, una mejora, una síntesis de las anteriores. Es clásico por su distancia irónica y romántico por la forma, tal como podemos decir que hay películas de Cronenberg que tienen forma clásica y sentimiento romántico. Como Cronenberg, comenzó dedicándose a la ciencia y en su trabajo artístico puede verse el espíritu de una persona que trabaja por método, por observación paciente, por estudio, por deducción, por planificación; nos entretiene con una maquinaria pensada y ensayada, aunque construida con esa inspiración feliz de artista genial que puede dotar a su obra de mil sentidos coherentes que él mismo apenas advirtió, conseguidos a base de prestar atención a unos pocos de ellos, a confiar en el material que tiene entre manos, a divertirse trabajando. Es pasional siendo cerebral y es racional sin ser frío.

Toda la ingeniería de sus argumentos muestra a un hombre que sufre. No es difícil reconocerlo en el Jake Scully de Doble de Cuerpo, en el Jack Terry de Blow Out o en el Peter Miller de Vestida para Matar. Históricamente acusado de misógino, es menos un crítico de las mujeres que de la visión distorsionada que padecen los hombres que aman a las mujeres. Sus películas suelen ser el sueño de un hombre que teme no gustarle a una mujer (como el de Scottie Ferguson en Vértigo), o bien el de uno que teme no gustar de ellas (como el de Jeff en La Ventana Indiscreta). Es un arte amanerado pero viril, hecho a fuerza de voluntad y de razón, y cargado de afectaciones y grandilocuencias tolerables y admirables por la pericia técnica con que son ejecutadas y por el tono irónico que las sostiene.

Siempre en el límite entre lo elegante y lo ordinario, entre lo exagerado y lo discreto, tiene el buen gusto de no mostrarnos sólo lo que es de buen gusto, sólo que las vulgaridades, tamizadas por su inteligencia, por su filosofía y por su delicadeza tienen el carácter de una denuncia. Su exceso no está sólo en sus argumentos, en sus decorados, en la psicología de sus personajes, en el tono trágico y en su estilo, sino también en su misma definición sobre el cine. Lo que hace cuando, como todo gran artista, al ejecutar su arte nos da una teoría sobre el arte, es llevar su idea sobre el cine a un extremo: el de reducirlo todo a una cuestión y un método inequívocamente cinematográficos.

Si nos es permitido describirlo con una fórmula simplificadora, podemos decir que De Palma es el Borges del Cine. El título no es arbitrario ni forzado: De Palma lo reduce todo a cine, de la misma manera en que Borges lo reduce todo a literatura. Borges lo resuelve todo por medio de citas, etimologías, traducciones, críticas; escribe un cuento y simula que pertenece a otro autor; leemos cuentos que parecen ensayos, prosa poética, poesía prosaica; debemos ir a la Enciclopedia a consultar si ese nombre que menciona es el de un autor que realmente existió o el de un personaje inventado. Las películas de De Palma son películas que hacen un comentario sobre el cine (uno evidente, si es que no todas hacen un comentario sobre el cine); en sus historias tienen particular importancia los dispositivos que mejoran o aumentan la visión; sus películas citan a otras películas, imitan a otras películas, critican a otras películas, fingen ser otras películas. Nos hace creer que plagia a sus maestros, cuando en todo caso es un falsificador que crea un nuevo Hitchcock o un nuevo Welles. Trampa para los cultores de la originalidad por la originalidad que señalan como “robo” toda inspiración manifiesta en una obra precedente, así como para quienes, engañosamente más benéficos pero igual de despectivos con la complejidad del proceso artístico, la resumen en “homenaje”, el generoso De Palma se disfraza de ladrón que nos exhibe sus estafas (vaya osadía la de robar la escena de la ducha de Psicosis, o el plano secuencia de Sed de Mal o todo el argumento de Vértigo: no es precisamente un delito del que su perpetrador pueda esperar que pase desapercibido); su autenticidad es la de quien simula que no es auténtico, doble máscara de quien finge que está fingiendo, como quien recubre una confesión de un tono irónico para que pensemos que está mintiendo, por lo tanto termina siendo sincero, aunque haga todo un rodeo que nos impida advertirlo. ¿Cómo distinguir dónde termina la obra ajena y empieza la propia? ¿Quién puede decir que la obra de otro no es una realidad que es legítimo tomar para construir la nuestra tanto como cualquier otra realidad?

Cine, sueño, realidad, mentira, recuerdo, conjetura, sospecha, obra original, imitación, todos entran dentro de esa entidad más grande que los envuelve: la imagen; todos son imagen, no importa a qué subespecie pertenezca cada uno, es imposible saberlo. “El eterno torrente de las apariencias”, le atribuía Proust a Bergotte, que en realidad era Anatole France: ahí vivimos. Como para Proust, para De Palma la vida es una sucesión de símbolos que debemos interpretar, y que siempre interpretamos erróneamente, según descubrimos más tarde.

La misma definición que hace De Palma sobre el cine es una remake: si Godard nos dice que el cine es la verdad veinticuatro veces por segundo, De Palma nos dice que es una mentira veinticuatro veces por segundo. Otra vez, no se trata de una oposición, sino de una reproducción. El primero no intenta disuadirnos de que la verdad es ambigua; el segundo es sincero en su declaración de que toda realidad es una mentira. Todas sus historias de engaños, de pesquisas, de imágenes apócrifas, de sueños, como las de Borges, denuncian, por extensión, el carácter ilusorio de la existencia.

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