#37MarDelPlataFF – Diario de festival: Algo pasó en Año Nuevo, Sobre las nubes, Human Flowers of Flesh, Crossdreamers

Por Sergio Monsalve

Algo pasó en año nuevo se vende como la comedia negra del creador del canal Youtube, “Te lo resumo así no más”, cuyo desparpajo y capacidad de síntesis se extrañan en su ópera prima, lastrada por una escritura gruesa de una humorada televisiva y demodé, pero en formato de chiste fácil con look plano de fashion film, de hipsterada. 
Así y todo, permite atisbar la oscuridad de un cineasta en formación, con una mirada influida en la misantropía de los Coen, bajo composiciones de aliento minimalista y tridimensional, sobre seres grises insertos en el mundo freak de las sectas de los nuevos populistas, de los charlatanes de la corte new age. 
Por ahí el filme despierta del sopor festivalero, de su programa maníaco depresivo ante un universo cerrado de alienaciones y perversiones, con un final trágico y absurdo. 
Del guion se rescata la historia de la pareja protagónica, conformada por un dúo de actores solventes en su gesto de desesperación, desánimo e incomunicación, cuyo viaje se planifica como redención y posibilidad de escape, hiendo al encuentro de unos familiares aparentemente “salvadores”. 
Lo mejor del filme se desarrolla en el desencuentro incómodo en casa del seudo gurú, mostrando sus rutinas insólitas y exponiendo la fragilidad de las narrativas del éxito y del empoderamiento en la actualidad, un voluntarismo espiritual gozosamente desmontado. 
Lo peor es el tono monocorde las acciones en su edición, lo previsible de ciertas situaciones y la desprolijidad de la dirección para rematar el argumento con mayor fuerza. 
Por algo se empieza. 

 

El cine de las provincias argentinas brinda una necesaria bocanada de aire fresco a la receta aburguesada de los slackers porteños de clase media, a los que Mar del Plata sigue abriendo sus puertas, desde una evidente condescendencia, sin consecuencias reales, fuera de la grilla del certamen. 
Por eso, Sobre las nubes, el trabajo de la cordobesa María Aparicio nos ha ilusionado y gustado en su pase por la competencia de Mar del Plata, al reconfigurar una tradición de historias mínimas de la Argentina, donde podemos conectar con nuestro sentimiento de precariedad y solidaridad, en la adversidad, desde cualquier lugar del mundo. 
Rodada en un poético blanco y negro, el largometraje nos seduce a través de sus formas, de las vidas cruzadas de sus personajes, quienes buscan sencillamente sobrevivir y ganarse el pan, de manera digna, sin renunciar a su costado humano, sin tranzar o prostituirse. 
De tal modo, sus cuatro protagonistas resignifican el formato de la corriente neorrealista de la Italia de los cincuenta y de la Argentina de los noventa, contando evoluciones discretas de mujeres y hombres a los que la ciudad, a los que el país parece ignorar o condenar al olvido. 
Personalmente he quedado conmovido con el fresco que reúne a una joven que trabaja en el aseo, a una chica que asiste a una librería semivacía para refrendar el valor de la lectura, a un padre soltero con su niña, a la que apenas puede mantener y regalar un globo, mientras intenta conseguir empleo, sin mayor fortuna. 
Un padre que he visto en Caracas, en Bogotá, en Sao Paulo, en Barcelona, en Buenos Aires, y ahora en Córdova, gracias a la luminosa película de María Aparicio, justamente incluida en el Palmarés.
Una cinta política, aunque no lo parezca, que logra transmitir emociones y madurez intelectual, en un universo generalmente cargado de retórica y demagogia panfletaria. 
La recomiendo porque nos puede servir de inspiración, en América Latina, para seguir relatando nuestra crisis laboral, por medio de un lenguaje sutil que rehúye de los pactos con el algoritmo del streaming.

Human Flowers of Flesh abunda en imágenes del hastío y la melancolía, omnipresentes en el contexto de los Festivales, solo que su truco obtiene una fama inmerecida, dado el origen de su producción y las referencias graves a las que la alude: Claire Denis y la última escuela de una Alemania fantasmal del milenio. 
Seguramente, será un filme de culto que recibirá muchos likes en el apartado abstracto de Estados Alterados, donde he visto mejores y menos inflados por la prensa. 
Decir que cómo no, que su guion de la capitana que navega por las ruinas neocoloniales del mediterráneo, nos sumerge en una indeterminación espectral, que nos refleja el desencanto de otro barco a la deriva, obvia metáfora de un planeta y de una Europa ahogada en su dialéctica existencial. Una película de vacíos y tiempos muertos, de tropos experimentales, que resulta algo redundante y autoindulgente en su mascarada estética.  
Sin embargo, concedo que su fotografía hipnotiza, que su discurrir expresa un aburrimiento legítimo, que su ejercicio meta slow cinema tiene muchas cosas que englobar y simbolizar, frente al mito de la legión extranjera, incluyendo el cameo de Denis Lavant, su cuerpo demacrado en la tierra. 
Pero este crítico debe confesar que se ha aburrido enormemente, acompañando el trayecto de la directora que el Festival sobrevalora. 
Una Helena Witmann que deliberadamente juega con nuestra paciencia y nuestra memoria, para ilustrar ciertos hundimientos franceses que un filme como “Pacifiction” desarrolla con argumentos y planos más contundentes.

Antes de escribir sobre Crossdreamers, aplico un poco de la teoría aprendida, al indagar primero en la imagen y carrera de la directora Soledad Velasco. 
Reviso, stalkeo su perfil de Instagram, donde se presenta como guionista y directora de la película en competencia Crossdreamers, calificándola en un post bajo los siguientes términos: “En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”.
Del tema LGBTTIQ+, no soy el crítico experto que es Diego Trerotola, de quien he aprendido mucho del tema, leyéndolo desde las páginas de El Amante.
Crossdreamers contiene muchos aciertos en su ajustada duración de 80 minutos: narrar la historia de cuatro hombres que viven su proceso de vestir como mujeres, desde lugares enunciativos diferentes, con una cámara de observación e interacción que los acompaña en la intimidad, al tiempo que los interpela sin juzgarlos.  
El espectador puede cerrar el contenido en su mente, dejando que las acciones y las palabras cumplan una función descriptiva más que impositiva, abierta a la libre interpretación. 
En los primeros minutos, el filme captura, en primeros planos, el misterio que teje la doble existencia que marca a los personajes, entre su precaución por salir del clóset y su expectativa de tensión por ser aceptados en su diversidad, ante un contexto generalmente adverso o sencillamente apático. 
El largometraje responde bien a los códigos del creacionismo documental de los últimos años en la escuela porteña, contando historias urbanas de las problemáticas de la comunidad LGBTTIQ+. 
Estimo que se aborde el guion en un espacio delimitado de amigos o conocidos, un grupo de adultos contemporáneos con cuenta de Facebook y ciertos privilegios familiares, como tener techo propio y oportunidades de trabajo, según se infiere del montaje de las imágenes. 
Capaz uno extraña contextos más precarios, relatos de de provincia y villas, donde el asunto de fondo rompa con el esquema del enfoque “clasemediero” que adopta el rodaje. 
He visto, he notado que el documental que hacemos, que fabricamos en las ciudades centrales, carga con ese fardo, con esa chapa de ser afirmativamente autoindulgente, en vez de ir a la búsqueda de la auténtica otredad, la que no pertenece a nuestro entorno social, cuyo umbral nos cuesta traspasar. 
Por eso, dicen, y me incluyo por ser documentalista, que solemos conformarnos con ubicarnos en nuestra zona de confort.  
En Crossdreamers veo algo de ello, y es la principal crítica que le tengo. De resto, admiro la profundidad que logra la directora con cada personaje, sumergiéndose humanamente en sus conflictos, que son los del país que los consiente, aunque por lo visto los sigue marginando políticamente, siendo un evidente grupo de outsiders que lucha por su reconocimiento social, familiar y urbano. 
Es una conquista del cine que tengan un documental que los visibilice en sus dilemas, sus angustias, sus emociones, sus broncas, sus felicidades. 
Mérito de la realizadora conseguir la conexión de la audiencia, a través de un sutil dispositivo que brinda empatía y calor en la comunicación. 
Respecto de la edición, considero exagerado y sentimentaloide el uso de la música, en muchos tramos, generando un efecto inverso al esperado. El recurso dramático se me antoja estereotipado, en algunas ocasiones, orientando en demasía la percepción de las escenas que hablan por sí mismas, con un subrayado incidental de una composición melosa. 
Obvio que se guiña la tradición camp de la estética queer, aludiendo a una fantasía que choca con la dura realidad. 
Confío más en el poder de las secuencias que registra el documental, para sugerir ideas polisémicas y divergentes en nosotros.  
Pese a los defectos señalados, un largometraje que reúne las condiciones para figurar en el Palmarés de Mar del Plata. 

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