Bad Boys para siempre
Jerry Bruckheimer y Michael Bay encontraron en Will Smith y Martin Lawrence a dos de sus alter egos en el blockbuster de los rebeldes sin causa de los noventa. En aquella época, de regreso boomer a los años dorados de la loca evasión, surge la franquicia (bastante poco exitosa, por cierto) de Bad Boys, con el príncipe del rap en su apogeo como estrella del modelo pochoclero del Hollywood global y finisecular. La comedia de acción, la primera de la saga, era pura herencia del high concept de Un detective suelto en Hollywood, en el sentido de replantear el clasicismo del género thriller desde la periferia de un humorista afroamericano, proveniente de la televisión. En esta tercera entrega, apenas dos cuestiones salvan el filme de la nada, la intrascendencia y el olvido. Una es la aceptación crepuscular de la edad y de unos figurantes que suben el listón en cuanto se ríen de sus propias miserias. Los policías se burlan de sí mismos, de sus achaques, de sus desfases. Un recurso que tampoco es original, pero que al menos brinda un gesto de auténtica revisión desmitificadora.