Babylon

Por Federico Karstulovich

EE.UU., 2022, 189′
Dirigida por Damien Chazelle
Con Margot Robbie, Brad Pitt, Diego Calva, Jean Smart, Li Jun Li, Jovan Adepo, Tobey Maguire, Max Minghella, Katherine Waterston, Samara Weaving, Eric Roberts, Lukas Haas, P.J. Byrne, Jeff Garlin, Rory Scovel, Damon Gupton, Spike Jonze, Olivia Wilde, Phoebe Tonkin, Ethan Suplee, Jennifer Grant, Chloe Fineman, Olivia Hamilton, Patrick Fugit, Kaia Gerber, Flea

Ni una sola palabra de amor (conciencias muertas)

Hace rato que el cine dio paso a la cinefilia como estrategia de supervivencia. Y poco es lo que puede decirse al respecto más que una sucesión de datos relativamente conocidos. A decir: desde inicios-mediados de la década del 40 hasta casi mediados de la década siguiente (desde El ciudadano a Cantando bajo la lluviaCautivos del mal), cuando la experiencia de la TV empezaba a poner en aprietos al cine, fue este, cinefilia mediante, quien comenzó su camino interminable de momentos reflexivos, donde la autoconciencia expresaba la capacidad del cine de dar cuenta de su propia tradición e historia, pero en particular su conciencia sobre el lenguaje. Ese encadenamiento de miradas retrospectivas se repitió algunas veces más: una vez más entre la década del 70 (De Targets y La última película a La CosaScarface)y la década del 80, una tercera vez entre principios de los 90s y los 2000s (de El último gran héroe a Moulin Rouge-Mulholland Drive). Pero una vez más se repitió entre mediados de los 2010s y el presente, estallando en Babylon como cierre. En buena medida cada una de esas instancias en donde el rizo volvía a rizarse respecto del amor al cine y al pasado hacía el problema más complicado. Y los reflexivos de la primera hora habrán visto con malos ojos a la avanzada reflexiva del new Hollywood, a la vez que habrán considerado como mortuoria la autoconciencia de los 90’s-2000s. El problema de esta autoconciencia cosecha reciente es que, ya no solo trae cosas que en mayor o menor medida conocíamos (la angustia de las transiciones, los cambios de época, el rechazo al futuro al que se observa como perdición). El problema es que esta autoconciencia que Babylon expresa con descaro, no hay productividad respecto de la cinefilia. Así como tampoco hay una mirada crepuscular. Lo que hay es una constante de desprecio, como si en algún lado, ese motor que alguna vez fue amor al cine se hubiera traducido torpemente a un altar por los muertos observados a la luz de la moral del presente.

A su manera Babylon invierte ya no solo a LaLaLand (que citaba a Golpe al Corazón), sino que niega la piedad de la autoconciencia productiva de Había una vez…en Hollywood. No reescribe para producir, cine de por medio, un milagro redentor (dándole a Sharon Tate la posibilidad de sobrevivir a los asesinos…de la corrección política), sino que escribe para matar a los muertos y pisotearlos bajo la excusa del señalamiento encarnizado con lo que hoy se ha convertido en un lugar común: la denuncia sobre la oscuridad de la industria del cine (algo que en algún momento fue una novedad hoy es un lugar común feroz y un ejercicio de pereza intelectual evidente). En este punto Babylon no se apoya en sus personajes para cuidarlos y para narrar una historia del cine desde sus hombros sino que los utiliza como sostén para la vejación de todo aquel que hubiera osado a integrar el “sistema” (recordemos que Chazelle hace rato que expone una visión infantil que escinde caminos entre los apocalípticos e integrados al sistema).

Babylon, entonces, no hace uso del cine, sino que se abusa de sus tradiciones, de su historia y su lenguaje para explotarlo desde dentro, incluso contra sus propios logros como director (todo el inicio con el ingreso de NellyLeRoy y la fiesta orgiástica es un momento de libertad demencial y goce que luego será patrón de castigos futuros). Pero de lo que sí hace uso es de una cinefilia de tablón, una cinefilia de wikipedia, agresiva y frontal (no como los cinéfilos de los 50s/70s/90s cuya cinefilia podía ser popular y sofisticada a la vez). Acá no hay una cinefilia pop, sino una cinefilia poop, que goza restregándose en la propia mierda y que confunde la narrativa del chisme (Hollywood Babylonia, de Kenneth Anger es un díptico de libros a cuyo salvajismo esta película ni siquiera logra asomarse) con el amarillismo del azote.Para Chazelle Hollywood es, fue y será una fábrica de degenerados, de viejos decrépitos y violadores, de prostitutas de buen corazón abusadas, de imbéciles que alguna vez soñaron una posibilidad de vida. Y amparado en un amor al cine, que en realidad es un sopor-síndrome de Estocolmo, apenas entrega una sucesión indivisible de penurias, un “lado B”(uuuuh, qué profundo te pusiste, campeón) de la fábrica de sueños. Más cerca de Iñarritu, de Ostlund y de la gente que desprecia el cine pero ama la conciencia masturbatoria, Babylon no está tan lejos, aunque fuera fonéticamente, de esa basura culposa que fue Babel. Sin quererlo, acaso, la joven promesa envejeció 20 años en un par de películas. Pero se puso a tono con el azote correctito del presente censor, que no sabe pronunciar una sola palabra de amor (porque las tradiciones son patriarcales).

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