Bafici 19 – Diario de Festival (5)

Por Hernán Schell

Mails a Froilán sobre la Competencia Argentina (parte 2)

Por Hernán Schell

De: Hernán Schell <[email protected]>
Para: Froilán <donfroilan@yahoo.com.ar>

Hola Froilán:

Cómo estás?

Acá te adjunto el trabajo. Habrás visto por la hora que estuve trabajando hasta muy tarde. Hay una noticia peor, lo que te estoy entregando no ha sido revisado, así que fijate bien porque debe haber varios errores metidos por ahí. Disculpá, ni me ayudaron los cinco cafés que fue tomando durante el día para poder mantenerme avispado.

Por otro lado hay una cosa desgastante de los festivales que había olvidado: el tener que encontrarte a cada rato con gente conocida. Pararse a saludar es un ejercicio sólo si la persona te cae bien y es una vez al día. Hacerlo en el BAFICI, donde cada dos metros ves a alguien conocido y donde no todas las personas con las que te cruzás son bienvenidas (ninguna particularmente mala, pero alguna gente puede ser pesada) puede realmente provocarte agotamiento. Tal es el caso de Leopoldo, a quien ya tolero cada vez menos y que encima siempre está acompañado por su banda de amigos.

Quizás estoy siendo un poco malo de todos modos ya que empecé la mañana de mal humor con la película de Campusano (JCC de aquí en más) Cicero impune. Creo a esta altura debo ser yo, pero jamás entendí el motivo por el cual este director fascina a tanta gente. Reconozco que algunas películas de él son divertidas, que sabe narrar y hasta que construye -de vez en cuando- reflexiones sólidas sobre la violencia y la venganza. Pero a las actuaciones fuera de registro de los no actores de sus películas, a su absoluto desprecio por cualquier cuestión que tenga que ver con una puesta en escena prolija, sencillamente no puedo tenerle otra cosa que rechazo.

Pero bueno, digamos que es una cuestión de sensibilidad,  digamos que hay que aplicar a rajatabla las palabras de Rivette (tan genial, pero a veces tan radical) y decir que la puesta en escena en sí no es tan importante. Al cine de JCC le interesa contar historias y nada más que eso, del mismo modo que hay directores a los que narrar les interesa más bien poco y dedican sus películas a experimentar con la fotografía, el montaje o lo que sea. El tema es que aún así, mirándolo todo de la manera más positiva posible, la última de JCC sigue sin gustarme.
Seré justo de todos modos: hay dos cosas que si me gustaron: por un lado que el director haya tenido la capacidad de filmar Brasil como si fuese el conurbano bonaerense (de hecho, si la película hubiera sido hablada en castellano, pudo haber pasado por argentina sin problemas), por el otro la manera en la que la película juega con las expectativas de venganza para finalmente defraudarlas y volver a todo tipo de violencia (incluso la supuestamente justiciera) algo desagradable. Pero esto no alcanza para volver al asunto una buena película. Quizás se deba a que intenta narrar demasiado en demasiado poco tiempo (dura apenas una hora) quedándole así muchos personajes afuera. Por otro lado, el machismo de la sociedad que la película denuncia es mostrado con un trazo grueso directamente infantil, algo que es un lastre de sus películas anteriores también. Y creo que además hay otra cosa naif acá: su negrura exagerada, su carencia total de cualquier tipo de luminosidad, momento de ternura o genuino espíritu heroico (algo que, por ejemplo, sucedía en Fango, la mejor película de Campusano). En Cícero impune, todo es horrible, incluyendo la supuesta búsqueda de justicia del protagonista que hacia el final se termina develando con un intento de reparar su ego masculino magullado. Sencillamente no le creo a un cine así, mucho más cuando intenta ser una suerte de radiografía social.

Fue raro saltar del mundo de JCC a Una ciudad de Provincia de Rodrigo Moreno. Si la de Campusano es pura narración, la de Moreno es pura descripción, si la de Campusano consiste en tomar un país en general idealizado (o bien idealizado por la propaganda turística acá) como un lugar de pura alegría para volverlo un territorio marginal y violento; la de Moreno consiste en tomar un lugar modesto como Colón de Entre Ríos para volverlo una suerte de Edén tranquilo.

La película de Moreno consiste, lisa y llanamente, en filmar ese espacio  concentrándose en los aspectos más cotidianos posibles: una mujer acomodando una vidriera, chicos tomando tragos en un boliche, dos mujeres hablando en motos que van a una velocidad sorprendentemente lenta. Para definirla de alguna manera, es una suerte de versión invertida de El Hombre de la Cámara (Dziga Vertov, 1929). Ahí donde Vertov miraba lugares de la Unión Soviética para hacer una suerte de himno marxista y tecnofílico, exaltando lo industrial, lo de Moreno parece ser más un himno a esos espacios donde la vida acelerada parece anulada y donde los mayores sobresaltos no pasan más que por entrenamientos de rugby y chismes de vecinos. Como pasa con el film de Vertov, además, acá Moreno parece tensar el límite entre el documental y lo ficcional, aunque en el caso del segundo esto se da porque gracias a su dominio del registro realista, es capaz de hacernos creer que ciertas escenas que parecieran espontáneas fueron en verdad armadas.

Por otro lado, hay otra cuestión que comparten El hombre de la cámara y Una Ciudad de provincia: no lograr interesarme en lo más mínimo. Y lamento decirlo Froilán: me gustaría tener mayores argumentos para mi desinterés pero no los tengo. Lo máximo que puedo hacer con Una Ciudad de provincia es recordar a Gustavo Noriega cuando en un número de la querida El amante (Cine) hablaba de ese cine que construía objetos tan perfectos que terminaban siendo “blindados a la crítica”. En ese artículo Noriega sabía fundamentar mejor el porqué le molestaba eso. Yo, en cambio, sólo puedo limitarme hoy por hoy a citar dejando ese argumento como mera posibilidad de una objeción.

En fin.

Saludos.

De: Hernán Schell <[email protected]>
Para: Froilán <donfroilan@yahoo.com.ar>

Hola Froilán.

Me tiene harto este festival. No estoy llegando a nada. Ni a la oficina, ni a entregar notas a tiempo para La Agenda -y lo que es peor- ni a dormir bien. Me disculparás por esto pero tengo que entregarte lo que me pediste recién mañana así puedo dormir aunque sea cuatro horas. Mi cabeza está tan destrozada que no pude creer que el documental El Espanto (que vi hoy a las 10:30) me haya parecido buena. Así incluso lo escribí para La Agenda diciendo que lo que hace este documental es ver los hechos con distancia y sólo juzgándolo de vez en cuando. ¿Cómo pude darme cuenta, recién pensándola mejor, que ese juicio y esa burla está todo el tiempo? debo decir que tuve que darme cuenta de esto cuando leí la crónica que Diego Lerer hizo para Micropsia, en la que observó defectos que yo ni me había puesto a pensar. Ahora que lo estoy pensando termino coincidiendo en prácticamente todo lo que dice Lerer: es un documental mezquino, éticamente dudoso y altanero. Pero supongo que debo disculparme a mi mismo porque esta clase de equivocaciones son comunes en los festivales. Truffaut decía que era el peor ámbito para evaluar películas porque el exceso de visionado termina por distraerte de los valores de cada film particular. A mi me pasa eso al menos. El exceso de films más la urgencia de la escritura hace que lo que uno escriba sea meramente impresionista, y lo entretenido de El Espanto (dura una hora y tiene mucho humor después de todo) me distrajo de ver sus errores evidentes.

Creo que eso no sucedió con Vergel, acaso la película más fallida que he visto de la Competencia cuya buena recepción por parte de cierta crítica sigue siendo un misterio para mi. La película transcurre casi toda en un departamento donde una mujer brasilera varada en la Argentina hace llamadas telefónicas para lograr que el cuerpo de su marido (muerto en un accidente en Buenos Aires), pueda ser trasladado de estas tierras a Brasil. Mientras hace angustiada estos trámites esta protagonista entabla una relación amorosa con una vecina del edificio. La película tiene dos virtudes incuestionables: la capacidad de Nikkilson de transformar ese departamento pequeño en un espacio cinematográfico e interesante y sus excelentes escenas de sexo. Hay una particularmente intensa que es aquella en donde la protagonista se esta masturbando. Es un momento hermoso porque gracias a un particular ángulo de la cámara, Nikkilson logra captar toda el placer pero también la desesperación y tristeza de su protagonista. Me pregunto si esta seguidilla de películas nacionales con escenas de sexo filmadas con pericia (tal y como pasó el año pasado con La Noche y esta edición con Fin de Semana y con Vergel) pueda ser una nueva tendencia en el cine nacional. Pero que se yo, estoy especulando nomás.

Del resto sólo me queda enumerar defectos: la forma grosera en la que se asocia el agua con la sexualidad femenina; los llamados telefónicos en off que no entendí si querían ser graciosos, o enojosos, o que, y la irrupción del personaje de Daniel Aráoz que no tiene nada que ver con nada y que sólo parece estar metido ahí para generar algún tipo de tensión (si es así no lo logra por cierto). Me queda el final, que ni entendí y aquellos a los que les gustó la película no me convencieron en sus explicaciones.

Y ACÁ CUIDADO, FROILÁN, PORQUE VIENE SPOILER.

Sucede que en su desenlace la protagonista decide hacer algo para mí inexplicable: una vez logra terminar el trámite de su marido decide poner un cartelito frío en la puerta de su vecina e irse en taxi sin siquiera despedirse. La actitud me resultó inexplicable porque esa era la vecina que le ayudó a sobrellevar el luto, la vecina a la que la protagonista le terminó confiando una historia (la de como murió su marido) que ni el espectador termina sabiendo y la vecina con la que mantuvo amorosos momentos. Porque hacia el final ella decide irse en taxi mientras la misma vecina mira a esa mujer con tristeza y decepción no tengo la menor idea, pero me pareció una decisión de una arbitrariedad -no hay uno, pero ni un indicio que diga que la protagonista no tiene le menor interés amoroso con su vecina- absurda. No estoy en contra de los finales tristes, pero si de aquellos finales tristes que no logran construir su verosímil para llegar ahí. Por otro lado, no dejo de ver algo raro en esta competencia del cine nacional: su reticencia a terminar las cosas bien, su necesidad de esconder sentimientos como si eso hiciera la película menor o menos importante. Lo vi en Fin de Semana con ese final frío con la mujer alejándose de su amiga más joven, lo vi en Cetáceos y su fascinación por un personaje que al fin y al cabo no termina queriendo a nadie y lo veo también acá.

Es verdad que lo melodramático y lo feliz puede generar algún tipo de desborde y eso es un problema para filmar, pero también creo que implica caer en un riesgo interesante, que este cine argentino frío más interesado por lo clínico no parece querer caer. Pero esto es algo que estoy pensando ahora, con varios cafés encima, cansado, amargado por haber visto dos películas que no me gustaron nada. En fin.

Que sigas bien.

P.D.: Me lo volví a encontrar a Leopoldo, pero me hice el boludo y me escapé para no hablar con él. Que gordo insoportable.

 

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