Bafici 19 – Diario de festival (6)

Por Federico Karstulovich

El acabose

Por Leo Gutiérrez 

El domingo me escribe Federico para proponerme una colaboración en este, más que compendio de críticas, diario colectivo del Bafici, lo que me parece una gran idea. Pero ese domingo es el último día del festival, la mañana previa a la vuelta de las vacaciones, la que vos ya sabés que es la cita definitiva con la mina que te gusta; o, para mantenernos en tema, como los últimos minutos de una de una película que no querés que termine jamás. Es agridulce, vaso medio vacío, entusiasmo melanco… y con uno tratando de ver el bright side of the life para disfrutarlo pese a todo.

Entonces resulta que puedo escribir sobre cualquier día -que los hubo grandiosos-, pero elijo explayarme sobre ese último. Porque fue una hermosa excepción a todo lo antedicho, y porque dudo seriamente que otro espectador de los miles que hubo esa jornada haya tenido uno mejor. Si no, lean y juzguen.

El domingo empieza el sábado tarde, claro, y sólo hay 2 instancias que hacen que me vaya a dormir temprano, pero con ganas de hacerlo: un viaje o un Bafici, que son más o menos lo mismo. A decir verdad, ni siquiera mi “reloj biológico” me indica que es sábado, y las 5 películas del día pasan su factura. Bares, chicas, alcohol, ¿qué es eso? Entonces llego a mi casa -que en Alepo no se animarían a ocupar- y hago los deberes por enésima vez: repaso la grilla, la big picture, reveo lo elegido con anterioridad, y le agrego lo nuevo que quiero ver, más todos esos títulos extraños que leo por primera vez en el catálogo (sí, exactamente lo que hace la loca de Mar del Plata en Las Cinéphilas, que me hizo sentir un poco menos psicópata). Lo que queda es una suerte de tablilla babilónica con decenas de círculos, tachaduras y signos de interrogación, que en mi propio lenguaje significan “sí o sí”, “ya la pagué”, “sacar por prensa”, “ver si me puedo colar” y cosas por el estilo. Me obligo a levantarme a las 9. Vuelvo a repasar la lista, que ya no comprendo, me fijo en la web la disponibilidad de las que marqué, y elijo cuidadosamente las de prensa que me tocan, ese agradable álbum de 3 figuritas, intentando que no se toquen con otro par y me dejen al menos media hora libre para mear o –milagro- comer sentado. (Y pensar que hay malos directores que dicen que los críticos son cineastas frustrados. ¿Por qué no me hacés vos este laburo, y yo te reescribo esos diálogos chotos?).

Elijo Fala Conmigo (me la recomienda Porta Fouz, que de comedia y coming of age la sabe lunga), Las cinéphilas (no puede fallar), Dawson city: Frozen time, (la marqué el día 1) y Copenhague: a love story  (porque está ahí). Pero algo, yo creo que una suerte de instinto que se va desarrollando con el correr de las ediciones, me dice que antes vaya a ver Las malcogidas, que medio dormido alcanzo a leer que es un musical, y por el título made in FUC, supongo que argentino. No puedo dejar pasar semejante propuesta, así que me hago caso.

Llego tarde. Escucho una canción de Miguel Mateos a todo lo que da, veo gente bailando (en la pantalla, claro), un widescreen glorioso y colores a lo LaLaLand que explotan por todos lados. “¿Esto es de acá?”, me pregunto, y al rato un personaje me lo desmiente, aunque no altera en lo más mínimo ni mi sorpresa ni mi fascinación, que se prolongan durante todo el metraje. Resulta que Las malcomidas es un pseudo musical (no hay coreos, los personajes cantan encima de las canciones y la música es alternadamente diegética y extra diegética), pero es maravillosa. Un lucidísimo homenaje al John Waters de Hairspray (o a Almodóvar, estéticamente pero más que nada en la luminosidad de sus personajes) que no se queda ni a palos en eso sino que avanza, a pura felicidad y vitalidad, hasta hacernos olvidar de las putas referencias. La trama es tan disparatada como pegadiza, y la película respira, en cada plano y escena, una pasión desmedida pero jamás gratuita, con una convicción envidiable y escasa, pura pulsión cinética sin tapujos ni temor a un ridículo que jamás alcanza. Una fiesta perfecta a la que llegaste –como yo- de casualidad, Las malcogidas es tan redonda como su protagonista. Ya tengo que empezar a justificar el título, pero como no puedo spoilear una película y menos que menos un orgasmo, sólo diré que fue el que más gocé en mi vida de espectador.

La siguiente cita es con Fala conmigo, que podría definirse como una “cuming of aged”, ya que de lo primero sobra, y aunque ese teen de 17 sea su protagonista principal, la madura y zamarreada Angela tiene no sólo gran participación, sino que colabora para que se convierta una película estupenda. Y por supuesto, lo que la diferencia de otras COA (incluso las americanas, que hoy vienen de capa caída) es que el cachorro es mucho más maduro emocionalmente que la leona, y es en esos contrastes, etarios y emocionales, donde se va construyendo un relato que no deja de ser comedia, ni enredo (sin caer en el amarillismo), pero que sube la vara emocional a la par que la de su inteligencia.
Lo más extraordinario (en el sentido cabal del término) es cómo toda su guarangada se torna, en cuestión de segundos, en ternura sin cinismo ni excusas, casi casi como un Todd Sollondz al revés: en un momento, la cuarentona se toma un café con leche a sabiendas de que él le ha agregado su ídem, y no obstante la escena posee la dulzura de una comedia romántica. Sí, así como leen. Y eso en el papel no puede ser jamás emotivo, a menos que se lo filme con la sensibilidad de este debutante al que no hay que perderle pisada.
Intervalo.
Me doy cuenta de que no vi nada mínimamente woodyalleniano, así que me encuentro en el CC Recoleta con una de mis ex preferidas, su novio actual y su hijo. Él es de lo más macanudo y me cae muy bien. Tomamos unos cafés y nos ponemos al día. Yo me siento absolutamente maduro, pero ya me tengo que volver por la eterna pendiente que bordea el cementerio -teleférico ya- a la vida real.

Es el turno de Las cinéphilas, una de esas comedias documentales que, como las recientes Novias-Madrinas-15 años o El ambulante, son hits clavados antes de verlas, y más aún si uno es mínimamente cinéfilo. Pero eso hay que sostenerlo. Y vaya si lo hace su directora, no sólo eligiendo 5 o 6 viejas sublimes, sino las mejores opiniones “amateur” sobre el cine que hayamos oído en años. Y lo amateur, en su significado más cabal, tiene mucho que ver con la película, que carece de regodeos para acercarnos a esos personajes (o personajas) entrañables de la manera más directa posible, pero jugándosela a que intuyamos sus pasados a través de sus relatos como espectadoras. Que es lo que hoy las define, bah. Una de ellas, la más graciosa, rompe amablemente todas las paredes al agradecerle a la directora por permitirle hacerse inmortal, y razón no le falta. Yo veo la película al lado de una señora muy simpática que aparece en una de las escenas, y la felicito por lo mismo. La inmortal me agradece y yo me voy, que a mí no me proyectó nadie y el tiempo vuela.

Dawson city: Frozen time es la razón de ser de un festival de este calibre. Unos pasitos más allá de la cinefilia popera de la película anterior-que puede ser disfrutada aun en una tablet-, la obra de Morrison, como lo era My Winnipeg de Maddin (Bafici 2008) u Of time and the city de Davies (Bafici 2009), es una experiencia cinéfilo-sacra que solo (sí, solo) puede ser disfrutada al máximo en una sala, y que permanecerá en la memoria de la misma manera en que ahora cito esas dos al voleo. Por más que lo que veamos sea mayormente metraje de entre los años 1896 y 1927. Es que el mejor homenaje que puede dársele al trabajo arqueológico de Morrison es, como mínimo, ver esas imágenes en el tamaño para el que fueron concebidas, de la misma manera en que para ver momias hay que ir al British Museum. El resto del sarcófago está velado por un montaje descomunal y una música que oficia del mejor guía posible. Y por imágenes que se alternan entre foto fija y found footage con la gracia de una belly dancer, o como una verdadera sinfonía de la memoria. Y a la vez un milagro. Así que si buscan una recomendación en este párrafo, es una sola: vayan a USA o Canadá cuando la estrenen, porque el rito mortuorio –o más bien, sesión de espiritismo- que se generó frente al cementerio de la Recoleta dudo que pueda replicarse en Netflix.

Hay al menos 3 razones por las cuales no veo –y nunca veré- la quinta película de la lista: uno, estoy absolutamente reventado y famélico, y faltan 20 minutos. La de Morrison es una tremenda manera de terminar un Bafici. Tres y más importante, tampoco vi ninguna de Hong Sang-soo, entonces me marcho a comer y tomar unos vinos con una mujer de la que estuve muy enamorado y su pareja actual, un sujeto también de lo más agradable. Lo que hablamos no concierne a estas páginas, pero la simetría entre este encuentro y el anterior me hacen sospechar una lección secreta, aparentemente que yo también debo ser más macanudo y agradable.

Domingo redondo. Festival redondo. Y yo, en base a una dieta de panchos, choris y snacks varios entre película y película, también. Además, claro, de los ojos, que están repletos. Y san se acabó.

EPÍLOGO PRE ENTREGA:

Como esta endeble crónica alterna las películas y momentos extra cinematográficos de un solo día, no puedo evitar hacer lo mismo con el resto del festival. Dentro de las primeras, es indispensable ver The other side of hope –quizás el mayor Kaurismaki hasta la fecha-, Donald cried –la mejor comedia americana de los últimos 3 o 4 años, fácil-, la monumental Sieranevada, la sencillamente hipnótica El ornitólogo, la perfectísima épica boxística de Sambá. Con respecto a lo segundo, ya todos sabemos que lo mejor de un festival de cine es, claro está, tener la posibilidad de charlar con los responsables directos de ese cine, ya sea directores, productores o actores. Pero hay una instancia más: salir extasiado de las mismas y, en ese estado, con un pie en la realidad y otra en la ficción (como tanta obra baficera), “descargarnos” con ellos. Como cuando le robé una carísima sonrisa de compromiso a Moretti con un “gracias por tanto” en un italiano subnormal. O invité a bailar a la bella protagonista de Diary from a wedding photographer. O como cuando, luego de salir de Reinos y queriendo abrazar a sus personajes, me encuentro a los actores en el pasillo y, como para mí seguían siendo personajes, eso fue precisamente lo que hice. Es ahí, en esos intersticios, donde cada uno construye su festival, único e irrepetible.

 

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter