Bafici 19 – Diario de festival (8)

Por Federico Karstulovich

Hermanos en lo bueno y en lo malo

Por Federico Karstulovich

Joaquín y Lucía Galán supieron siempre jugar con el morbo y llevarlo hasta niveles de pajerismo insospechado. La idea de la tensión calenturienta entre hermanos que se tuvieran ganas siempre abonó buena parte del imaginario Pimpinella. Lo extraño, en todo caso, es que nunca hayan consumado la fantasía para el público.
Alex Ross Perry no debe tener ni idea de quién cornos es la pareja sudamericana del morbo incestuoso, pero de lo que si sabe es del arte sutil de generar tensiones incluso en lo más banal de las relaciones cotidianas. Wheel of colour es, antes que nada, una película que redunda en un doble anacronismo: en ella resuenan los ecos del cine indie de los 90s pero también de cierto cine de los 70’s. Esa doble inscripción lo obliga a desmarcase dos veces y, expectativa mediante, potenciar el resultado. Hay, en el cine de ARP, si se quiere, algo dela estrategia de Alexander Payne (La elección, Entre copas, Los descendientes, Nebraska): una simulación de lo indie a la vez que una construcción minuciosa de un mundo de indicios del malestar. Porque en el cine de Perry el malestar se oculta en las extensiones de la conducta y la superficie de la banalidad es horadada por estos, como si en el fondo ARP confiara más en las formas del clasicismo que reprime que en las derivas del indie que ostenta.

Termina la función y corro como laaaca a conseguir dos promociones baratas de hamburguesas dobles a esa hamburguesería que es la competencia de la que fundó Michael Keaton en la ficción de esa película noble que es The founder. Con doblete y con gaseosa (entera) me preparo para Sieranevada porque como el sistema de carga de entradas del Bafici anda como culo de mono con problemas intestinales yo no quiero hacerme mala sangre. Asi que la reivindicación te la debo, Honguito. En el medio, casi sin batería en el celular, hago un inventario de dónde porder cargarlo (a la tablet también). En el Village Caballito hay unos pocos tomas decentes, pero el que mas me gusta está detrás de un cartel antes de llegar al cuarto piso. Detrás del cartel de Guardianes de la galaxia Vol 2 (y de mis posesiones) enchufo uno de los equipos mientras escribo todo esto en el otro. El lunes es otro de mis días larguísimos pero hago lo que puedo y junto funciones a la noche. En alguna próxima salida les cuento sobre el fin de semana. Pero en esta ocasión seguimos con la cobertura a las corridas.

Con el celular apagado y en 20’ se puede cargar hasta 1% por minuto. Pero yo lo dejé prendido entinces la larga se redujo a la mitad. Un genio. Sala 7. Me cruzo con ex amigos críticos que hacen como que no ven y no saludan. Sigo tipeando y se hace la hora de comienzo. En la sala 7 (como en otras del Village) cuando no quieren buscar el adminículo que te controla las entradas te lo hacen a ojímetro, como si en una retina guardaran toda la información indispensable. Esto demuestra que si no consiguieron entradas porque el sistema es una mierda pero están con la credencial, a la larga pasan. Sean felices con estos datos. Para Terminator 2 me pasó lo mismo. Pero eso se los cuento luego.

Nada más coherente que comida del centro mismo de la producción capitalista y cine rumano. No se rian, es en serio: si algo fascina al cine rumano for export (el que sustituyó la novedad que significaba el nuevo cine argentino para varios festivales en el mundo) además de hablar de Ceaucescu es hablar de las cosas que pueden comprarse en el marco del libre mercado desde que el tirano se fue allá por 1989. Sieranevada no le hace asco a esto y muestra (en la friolera de 172’) toda una serie de lugares comunes del nuevo cine rumano sobre su historia reciente con la excusa de contar una renuion familiar fallida en casa de la madre del clan y en plan conmemoratorio por el fallecimiento del padre de familia. Pero un retraso en la ceremonia pone las cosas patas para arriba, lo que hace que el asunto resuene mucho a Buñuel.

El tema es que Puiu lo hace con una elegancia y soltura que otra que Berlanga: largos planos secuencia fijos, eventualmente con paneos. Muchos personajes en cuadro. Ballet de entradas y salidas, como en una comedia de enredos, las puertas y los pasillos de una casa de familia como entretelones de un teatro familiar con internas cruzadas y de paso la historia grande y pequeña de un país que supo salir del comunismo y se metió de lleno en el circuito capitalista. El problema es que Puiu resulta más atractivo cuando deja que sus personajes hablen de pavadas, de cosas menores, que interactuen y que sus cuerpos choquen, se peleen, se rocen que cuando los hace hablar sobre los males del mundo y de su tiempo. Cuando prevalece lo primero, la película se disfruta, cuando despunta lo segundo, dan ganas de ir a comprarse unos aros de cebolla y volver para la parte medulosa y humanista.Puiu, extrañamante, hace una película española pero en territorio rumano. Una película descentrada de referencias recientes del propio cine rumano pero todavía algo calculadora en virtud de los temas típicos de la historia contemporánea de ese país. Como si necesitara insertarse en el mundo pero a la vez diferenciarse.

El asunto termina casi a las 2. Y yo salgo con los ojos pegoteados de haber dormido nada. Me esperan y mejor me tomo un taxi porque no quiero que se preocupen por la hora.

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