Bafici 2021 – Diario de festival: Concierto para la batalla de El Tala/Directamente para video/Carmen Vidal Mujer Detective

Por Ludmila Ferreri

Comencé mi Bafici con dos películas uruguayas y con la última de Llinás. Ninguna de ellas de adaptó a mis presagios. Creí que me iba a encontrar con cosas distintas a las que me encontré en cada caso. Asi que la novedad sigue su camino. Con lo bueno y lo malo que esto tiene para un festival, claro. Comienzo en orden de interés, de sorpresa y de sorpresa o de imprevisibilidad y avanzo.

Directamente para video vuelve sus pasos sobre una película mítica del cine uruguayo. O del consumo en video, porque esa película nunca vio la luz en una sala masiva (por diversos motivos, aunque el principal estrictamente técnico: cómo se reproduce un video en un estado tan calamitoso y con tan pocas copias accesibles?). La película en cuestión es Acto de violencia en una joven periodista. Para quienes tuvimos suerte de verla forma parte del ranking de películas horribles que amamos ver con amigos (incluso más que la celebrada y local Un buen día). Y desde ese punto de partida el proyecto se adivinaba como una suerte de gran homenaje de parte de fanáticos que nos iban a introducir en los pormenores de esta suerte de biblia de lo que no se debe hacer a la hora de filmar una película. En efecto, hay algo de eso. Pero no ocupa la mayor parte de la película. Me atrevería a decir que apenas menos que un tercio. En ese segmento inicial nos movemos en aguas previsibles pero no menos divertidas: las limitaciones técnicas de la película, sus actuaciones paupérrimas, el carácter de explotation que tuvo mucho del cine directo a video en latinoamérica entre los 80s y primeros 90s, supongo que por el correlato lógico de la liberación de cierta censura que dejaba de existir en la región. Pero ahí, en ese proceso de indagaciones, comienzan a suceder cosas inquietantes, cosas que sacan a la película del eje tradicional y la acercan progresivamente hacia otra serie de territorios más inestables, más perturbadores. No casualmente el momento en el comienza a suceder esto coincide con la indagación ya no sobre la película en particular sino sobre su director, un delirante como parece haber sido Manuel Lamas. Es a partir de esa segunda parte que la película comienza a optar por herramientas de la ficción penetrando sobre el documental. A saber: diversos inserts de milésimas de segundo con el rostro del mismísimo Lamas o de otras imágenes, como si la película estuviera siendo tomada de a poco por una suerte de entidad maléfica; segundo: una serie de hechos sobrenaturales que retrotraen a casualidades sobre la figura de Lamas o sobre locaciones de la película; tercero: la aparición de unos extraños videos del mismísimo Lamas en plenos ensayos, mostrando su costado más sádico y manipulador (algo que complementa el por qué ninguno de los actores de la película aludida aceptó aparecer en cámara o participar del documental). Pero quizás el movimiento más importante que lleva adelante la película es el siguiente: en una determinada instancia se produce un salto total, un salto completo hacia el terreno de la ficción reflexiva (agarrate Kiarostami). En ese momento desconcertante, Directamente para video abandona su estatuto original y logra hacer un salto cualitativo hacia otro orden. Y lo que en algún momento parecía un lindo tributo a una película mala se convierte también en una vuelta de tuerca sobre las formas del documental, sobre el fanatismo y sobre la capacidad del cine para pensarse a si mismo y aunque fuera por poco tiempo, sorprendernos. En esa decisión es en donde la película se diferencia de sus compañeras de competencia (la sección Americana). Y es donde nos pide urgente que volvamos a verla.

Concierto para la batalla de El Tala es más bien desconcertante. O quizás no tanto si una sigue el recorrido de las cartas audiovisuales que se cruzaron a lo largo de los meses de pandemia el mismísimo Llinás y Matías Piñeiro (exiliado en EE.UU. hace casi una década). Desconcertante porque este Llinás está mucho más cerca del cine de Alejo Moguillansky o del mismo Piñeiro que de sus antecedentes como La Flor o Historias extraordinarias. En este caso lo que propone la película está mucho más cerca de un ejercicio modernista de desdoblamiento e incorporación de variantes desagregadas del relato antes que la construcción cohesiva de un relato de corte clásico. El desconcierto, por otra parte, no refiere a las decisiones formales straubhuilletianas, sino al rol redundante y por momentos opresivo de la palabra escrita, como si la película quedara abandonada sino directamente sujeta a esa decisión que, contraria a dialogar plenamente con los sonidos parece incluso aplanar esa posibilidad, ese volumen narrativo que una presume podría desplegarse. También podemos pensar que la misma partitura está pensada para otro formato. Por eso la sensación es que el cine viene a parasitar, viene a realizar un acto de préstamo. Pero el efecto es contrario: la palabra escrita y la música construyen un real acto de cinefagia, en donde lo cinematográfico es literalmente tragado por otras textualidades.

En breve, en una tercer salida, hablaré sobre la decepción que me significó Carmen Vidal detective. Pero comienza la siguiente película y no quiero postergar la entrega de los textos de las dos primeras.
Tal y como prometí volví para terminar. La película de Eva Dans juega muchos juegos a la vez: el del policial negro (con su variante depresiva rioplatense), el del absurdo (hay algo del cine de John Waters dando vuelta), el de cierto feminismo asodrinado. Pero también hay un código videofílico detrás de todo esto. Como si el registro electrónico del mundo narrado fuera parte del objetivo (ver sino los fundidos, las estrategias de montaje e iluminación). Asi las cosas, con sus planes encima, Carmen Vidal detective nunca termina por funcionar plenamente. Todo el tiempo percibimos que avanza con una pata chueca, como si el humor no cerrara del todo, como si el policial no resultara claro ni interesante. Pero fundamentalmente su promesa feminista es la que en alguna medida me afectó mayormente. No porque hubiera venido a buscar un panegírico celebratorio de los personajes femeninos (algo que en esta película es visible pero no condiciona el resto del visionado como para configurar un discurso feminista de barricada), sino porque algo de ese título rimbombante (el concepto de “mujer detective”) preanunciaba otra clase de lecturas. Se agradece en parte, ojo, porque también indica que la película opta por no caer en la demagogia de la agenda actual. Pero como contraparte algo también se pierde, porque poco importa en este caso si quien lleva el caso es mujer u hombre. Desde este punto de vista es más interesante lo que el personaje tiene para decir sobre cierto cine uruguayo con personajes deadpan antes que con el género al que se alude y a la reivindicación feminista que nunca aparece. Esa película, la del personaje deprimido que fuma porro, toma cerveza, come pizza, y tiene un andar cansino, sin dudas es muchísimo más interesante que el resto que nunca termina de cuajar. En ese recorrido es en donde una hubiera preferido ver a ese personaje haciendo nada. Porque feminismo no solo es empoderamiento, sino también reconocer el ocio, la depresión, la degradación. Contra la demanda de que las mujeres siempre deban estar deslumbrantes es en donde la película de Eva Dans logra habilitar un feminismo acaso involuntario, pero de seguro más lúcido que en los forzamientos que hace operar sobre los materiales narrados.

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