Bafici 2023 – Diario de festival : El siervo inútil, El santo, Zanox: Risk and side effects

Por Marcos Ojea

Un Bafici que se experimenta a la distancia, desde Mar del Plata, impide el roce social propio de cualquier festival. El ir y venir entre salas, el público, los detalles técnicos y de organización, que pueden elevar o malograr lo vivido. Lo que sucede, por otro lado, es que podemos concentrarnos en las películas sin ninguna excusa exterior. Establecer, por ejemplo, coordenadas entre una y otra. En el caso de las tres que nos ocupan, elegidas sin mayor pretensión que la disponibilidad y (para qué negarlo) la duración, hay un fondo que se repite: un tipo, una circunstancia extraordinaria que lo excede, y un final trágico, predecible y acaso inevitable. Bueno, en la tercera película eso es discutible, pero sería adelantarnos y ponernos a elucubrar teorías sobre las líneas temporales.

El siervo inútil, escrita y dirigida por Fernando Lacolla, es otra muestra de un cine cordobés ya instalado como polo cinematográfico. La historia es la de Luca (Federico Liss), un empleado inmobiliario con la tarea de buscar inversores para un proyecto en una zona socialmente complicada. Con la presión de su suegro y la necesidad de “sacar” a la gente que vive ahí, en las vías del tren, para que la construcción avance, busca la ayuda del diputado Cardone, un viejo conocido. Cardone es un tipo seguro e inescrupuloso, que pronto cobija a Luca bajo su ala y lo convierte en su hombre de confianza. Lo convence para que se haga cargo de la venta de un caserón en el campo, y lo obliga a pasar tiempo ahí, en compañía de la familia de caseros, que lo perciben como una amenaza. Luca se desliza por los eventos con una mezcla de ambición e ingenuidad; para cuando se da cuenta de que no es más que una pieza en el engranaje de Cardone, un siervo, quizás sea demasiado tarde.
Entre el thriller y el drama social, la ópera prima de Lacolla contiene una cantidad similar de aciertos y problemas. La estructura en capítulos, cuyos títulos nos anuncian los que vamos a ver, parece una decisión que seguramente ayudó en la escritura del guión, pero que en pantalla atenta contra la fluidez del relato. Por otro lado, cada segmento está filmado con pericia, con una puesta en escena que logra convertir al campo en un espacio de doble cara; apacible para el que busca salir de la ciudad, y capaz de devorar al extranjero que no respeta sus códigos. Luca, al que Federico Liss le pone el cuerpo en una actuación notable, es lo que podríamos llamar un “cheto con culpa”, y ese conflicto ideológico es el que empieza a hacer ruido en el fondo de El siervo inútil, hasta imponerse con furia. ¿Qué es lo que nos quiere decir la película? Luca, ex jugador de rugby que viajó por el mundo, termina mal, como también terminan mal los caseros de Cardone, como también las familias que viven en un vagón abandonado del tren. Solo el diputado, en off para el final, se sale con la suya. El siervo inútil tiene una mirada moralista que señala las injusticias del mundo. El problema es desde qué estrato social se construye esa mirada.

La segunda película, El santo, presenta un cruce logrado entre lo fantástico y lo mundano. Dirigida por Juan Agustín Carbonere, cuenta la historia de Rubén (Roberto Suárez), un curandero que atiende enfermos en su oficina, ubicada en una modesta galería. Al don para sanar se suma el hastío evidente por la insistencia de la gente, que todos los días acuden a su puerta para obtener el milagro. El caso de Benjamin, un niño que permanece inmóvil, indiferente a cualquier estímulo, lleva a Rubén a salir de su recinto. Ahí entra en escena la madre del niño, interpretada por Elisa Carricajo, una mujer con una buena posición social e influencia, que convence a Rubén para convertirse en El Santo: un icono popular que llena estadios, con un detrás de escena de lujos y banalidades, dispuesto a devorarlo.
En su primer tercio, la película funciona en base a la exploración de ese universo de curanderos y milagros, pero sin perder de vista la dimensión terrenal del asunto. Además, cortesía del fallecido Claudio Da Passano (que interpreta al ayudante de Rubén), tiene humor, asordinado tal vez, pero efectivo. A partir del ingreso del protagonista a las altas esferas, donde el arte se asocia con la búsqueda espiritual, el tono cambia. Se entiende el comentario, la crítica a ese espacio social retratado, pero también se empieza a evidenciar cierto tufillo misántropo, capaz de llevarse puestos a todos los personajes con tal de decir algo. No por nada nos recuerda al cine de Cohn y Duprat, aunque en lo formal, Carbonere le da varias vueltas a todo lo filmado por la dupla en los últimos años. Basta con detenerse en uno de los planos del inicio, cuando Rubén se acerca a un accidente y el humo lo envuelve todo. Después, lo esperable: la exposición mediática del Santo y su consecuente descenso a la locura, narrado con el equilibrio suficiente entre extravagancia y sobriedad como para mantenernos interesados. Si en los minutos finales la película se decanta por esa misantropía anunciada, hay que admitir que, en realidad, no es tan terrible. Molesta, pero no anula la sensación de haber visto algo distinto, ya no diremos nuevo, pero sí con intenciones de innovar, de ir por otro lado.
Casi como un crescendo, primero con la seriedad de El siervo inútil, pasando por el elemento cómico, aunque lateral, de El Santo, la tercera película se presenta como una comedia por derecho propio. Claro que, por una cuestión de geografía y códigos, algunas cuestiones se nos vuelven un poco distantes, pero es lo de menos.

Zanox: Risk and side effects, producción húngara dirigida por Gábor Beno Baranyi, es una simpática mezcla de comedia romántica y ciencia ficción, que cuenta los intentos de Misi (Elod Bálint), un adolescente tímido, por salvar a la chica que le gusta. Para ello deberá viajar en el tiempo una y otra vez, luego de descubrir que la combinación de un medicamento experimental y una bebida artesanal le permiten volver a un momento y lugar determinados.
En lo formal, Zanox podría evidenciar cierta chatura, aunque lo más probable es que se trate de algo calculado. La búsqueda de una sensación de sketch que trabaje el humor desde la puesta en escena, privilegiando la imagen por sobre lo discursivo. La comedia acá no se basa en chistes verbalizados, sino en situaciones absurdas y muchas veces tiernas, como la bolsa de tostadas francesas que la abuela de Misi prepara cada mañana. El romance, en plan coming of age, se entrelaza con la propuesta fantástica, y para los que vivimos la adolescencia en los dosmiles, el link con El efecto mariposa aparece inevitable. En Zanox las cosas son mucho más livianas, dando como resultado una película simple y efectiva, lejana de a ratos, pero decididamente querible.
Que podamos verla dentro del marco del Bafici seguro tenga que ver con una línea que se viene dando a nivel local, y que en este caso puntual se relaciona directamente con la figura de Javier Porta Fouz, director del festival. Una mirada que considera a la comedia ya no como algo menor, sino como una pieza fundamental (quizás la única que resiste en rebeldía) del cine en tanto expresión y representación del presente. También del pasado (este año se programaron dos obras maestras, Shaun of the dead y Una noche en el Roxbury) y, ojalá, del futuro. Mientras la risa y las películas sigan trabajando en conjunto, a la manipulación, la pretensión y la miseria se les va a complicar infectarlo todo.

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