Bafici 2023 – Diario de festival : Ni te me acerques, Conviértete en quien eres, Desolación

Por Diego Maté

De a poco, con retraso, nos llegan películas sobre la pandemia. O, mejor, se perfila algo que podríamos llamar el cine de la cuarentena. No hay que confundir ese cine con los sucedáneos que trataron de contar historias magras con cuadraditos de Zoom y que parecían menos interesados en el carácter experimental de esa restricción que en capitalizar la novedad del momento obteniendo alguna fugaz exposición mediática. El Bafici trajo noticias de ese cine, el cine de la cuarentena, el que no se resignó a los mandatos del encierro y la retórica de los cuidados y trató de pensar por fuera del consenso aplastante de los protocolos (palabra que ya era fea, fea antes de 2020).

La española Ni te me acerques, de Norberto Ramos del Val, es una retrato inmisericorde sobre la locura inducida por el gobierno de ese país (y por todos los gobiernos) que se filmó ¡en 2020!, cuando en Argentina faltaba todavía muchos meses para que se abrieran las escuelas. Con el ojo insidioso del buen satirista, Ramos del Val repasa cada uno de los lugares comunes de ese momento histórico: el tono es hiperbólico y un poco absurdo, pero no pierde de vista los abusos, las extorsiones y las cuotas de poder detentadas y ejercidas con entusiasmo por funcionarios, agentes de la ley y ciudadanos enfervorizados. Así lo condensan los encuentros entre el protagonista y el policía del pueblo, que se sirve de la letra chica de los protocolos para atormentar al madrileño recién llegado. En el comienzo, un plano cenital con un auto que viaja por un camino algo desierto anuncia la gestualidad del terror: el director se apropia explícitamente de El resplandor, otra película sobre el encierro y la locura. Esas coordenadas narrativas le comunican al espectador el conjunto elemental de ideas que organizan la visión de mundo de Ni te me acerques. Pero tampoco es cosa de ponerse serios, dice Ramos del Val: al hombre se ve que le gusta el juego de los géneros en su dimensión clásica, lo que el hábito y la pereza llevan a clasificar de “popular”. Como fuera, Ni te me acerques habla una lengua conocida y entendida por todos, y los brulotes que el director reparte sin piedad, tanto a los pueblerinos cortos de entendederas como al protagonista y sus tics de urbanidad, fluyen entre gags de eficacia desigual pero en un clima de algarabía general, como si el salir a filmar y poder hablar del delirio y ponerlo en palabras (es decir: en imágenes)  produjera por sí solo un efecto vivificante y liberador.

Pero hay películas filmadas en el encierro, buenas películas que no se dedican a revisar las condiciones sociales de las cuarentenas sino a explorar las posibilidades expresivas provistas por las restricciones. Conviértete en quien eres es un corto animado de Agustín Iezzi que se propone documentar breves escenas cotidianas. Los cruces entre la animación y el documental, aunque numerosos, siempre tienen algo de extraño, de contrahecho y, por eso mismo, de cautivante, de misterio. El espacio se reduce apenas a una serie de líneas blancas que trazan sobre un fondo negro lo que suponemos son intercambios entre los miembros de una familia en los inicios del aislamiento. La confusión inicial y el carácter abstracto de lo que se ve deja paso de a poco, sin que nos demos cuenta, a escenas de una intensidad emocional impensada: Iezzi registra momentos de una vitalidad que, por obra y gracia de la animación, aparecen cargados de una potencia visual impresionante, como cuando alguien baila solo o la mujer cumple la ceremonia diaria de hacer sonar unas campanitas. Después hay un pajarito, único personaje verdaderamente libre al que, tras una aparición inicial, el corto imagina (le regala) una vida posible. En algún momento, el pajarito aparece muerto, y la escena narra el cambio de estado en plano, con los trazos disponiendo una suerte de pasaje tenue, una muerte amable, casi imperceptible. Desde siempre, la muerte de un pájaro suele funcionar como metáfora de otra cosa. En Conviértete…, sin embargo, no parece haber figura, la muerte es literal y no esconde ningún dobles, no reclama ningún trabajo interpretativo, solo la contemplación del fin y la reacción de la familia, que se congrega en el patio para realizar un entierro improvisado (“hay que darle sepultura”, dice la madre). La solemnidad del momento deja lugar enseguida a una reflexión de la mujer, que discurre más o menos por el camino del “nada se pierde, todo se transforma”, y un comentario sobre sus destrezas para la faena. De golpe, en el encierro, Iezzi encuentra una suerte de fuga: en ese estado de excepción, de estasis colectiva, la familia recupera algo de la vida perdida en la continuidad de los rituales.

Desolación, un falso documental, tiene otra idea. Según narra Mirko Stopar, director y protagonista, la pandemia funcionó como el catalizador de un proyecto abandonado sobre un escritor noruego que habría terminado sus días en una isla maldita. Como en Conviértete…, acá se pone en juego otra fuga: el confinamiento mueve a la pesquisa, a la elaboración de hipótesis y, curiosamente, a los viajes. Un poco como Ni te me acerques, Desolación también se nutre del aliento vital de los géneros. En este caso, es la literatura fantástica el combustible que echa a andar la máquina del relato. Rasmussen, un noruego aspirante a escritor que se habría refugiado en una isla de la Antártida para redimirse después de su colaboración con los nazis, queda a cargo de una pequeña estación. Solo, rodeado de un desierto de hielo, Rasmussen empieza a perder de a poco el juicio: el páramo congelado que lo rodea, le parece, cobija amenazas indescriptibles. En un momento, el hombre empieza a creer que un fragmento de glaciar es una entidad viviente que tiene reservados para él planes ominosos. Stopar reconstruye la historia de ese descenso a la locura gracias a un cuaderno que se creía perdido (uno de los recursos predilectos de Lovecraft). Por su parte, la naturaleza siniestra, asiento de fuerzas innombrables capaces de galvanizar la imaginación y de reducir a un a un manojo de nervios a hombres curtidos, es el gran tema de los cuentos de Algernon Blackwood. Stopar se apropia de esa tradición gozosa y, siguiendo uno de los mandatos de lo fantástico, hace gravitar su película entre dos explicaciones, una racional y otra sobrenatural, sabiendo perfectamente que el disfrute reside justamente en ese juego oscilante, en esa incertidumbre última.  

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