Bafici 2018 – Diario de festival (2)

Por Federico Karstulovich

Para saber cómo es la soledad

Por Federico Karstulovich

Mila tiene que apechugar y aprender a estar sola. Mila sabe que la quieren, pero que la vida a veces exige convivir con uno mismo, crear mundos para sentirse menos paria hasta que, en algún momento, no duela tanto. Comer. Dormir. Pero esperar, siempre esperar. Eventualmente acompañar, pero fundamentalmente la espera, que oscila entre la aceleración del juego y el letargo del sol sobre la cama.

No, Mila no es ningún personaje de ninguna película rusa de ninguna retrospectiva de ningun festival sudamericano. Mila es mi hija-gata que durante el Bafici sufre como una condenada, porque a diferencia del resto del año, donde nos arreglamos para que nunca esté sola porque se queja como cochino en celo (o al menos que esté sola lo menos posible, incluso llegando al absurdo de llevarla al trabajo), durante el festival, apechuga.

Captura De Pantalla 2018 04 16 A Las 07.15.10 P. M.

Me gusta imaginarme, acaso para sufrir menos por la culpa del abandono de padre, que ella, en su soledad, inventa juegos, inventa formas de pasar el tiempo. O inventa actividades para que el tiempo le pase por encima, para que la diversión tape la angustia de sentirse una variante felina de Truman, el protagonista de The Truman Show (Peter Weir, 1998). Pero no es la única que está sola. Mientras yo veo películas también lo estoy (con mi novia combinamos para ver algunas funciones, pero uno no la pasa acompañado, precisamente). En un festival te cruzás con mucha gente, te metés en salas con extraños (como si se tratara de una orgía (fílmica) controlada, pero eso no quiere decir que estés acompañado.

Solo, como un perro, se sentía Jean Jacques Rousseau. O al menos de eso intenta convencernos Axelle Ropert con el rejtmaniano mediometraje Etoile violette, que en sus breves 45 minutos de duración maneja un humor extraterrestre (como su protagonista) distante, extraño, como si mezclara el ascetismo de Chantal Akerman con la obsesión táctil por el detalle de Bresson. A su vez, no sé cómo decirlo de otro modo, parece una película portuguesa, como si hubiera una conexión subterránea entre esta directora y Miguel Gomes. Nada que ver con este estilo pero siguiendo con la obsesión por la soledad le toca al turno a La famille Wolberg, pero el espíritu que aparece ahí es el de Pialat. Pero a diferencia de la constante conflictiva verbal y los consumados encontronazos físicos entre los personajes de las películas del director, aquí Ropert opta por la oclusión, apelando a la violencia contenida, a la represión de las emociones que, por otro lado, no ocultan las mierdas internas de una familia que se va resquebrajando. Lo interesante es que, de manera elíptica (aunque también menos lograda) ambas vuelven a lo mismo: se puede estar solo sin nadie o se puede estar solo acompañado, en el seno de la vida más familiar y estable posible.

Etoile Violette 1

Algo no demasiado distinto le pesa al protagonista de Long Farewells cuya madre no parece entender que ese hijo se va (se tiene que ir) ni que esa soledad no se va a compensar de ningún otro modo mientras se fuerce evitar lo inevitable, que es comprender que algo se rompió entre ambos. Lo que es increible es que Kira Muratova, su directora, construye estas ideas desde una concepción plenamente cinematograáfica, donde los encuadres siempre separan, siempre dividen vincularmente a quienes vemos. Hay, en esa capacidad estilística de la directora, una idea plena del mundo que quiere narrar, sin necesidad de vociferar a sus personajes con discursillos edificantes. De hecho toda la película maneja una expresividad formal que casi no precisa de segundas menciones, que no necesita de aclaraciones de ninguna clase. Todo el trabajo de la banda sonora también apela a esa discontinuidad comunicativa entre madre e hijo a la vez que magnifica el acceso a la experiencia de la adultez. Lo interesante es que la película lo hace sin un ápice de solemnidad, que quizás nos resultaría más acorde con respecto al imaginario que podemos configurar respecto del cine soviético. Pero no, nada de eso. La soledad en la película de Muratova es un problema de lenguaje, un problema de forma. Y el cine es su emergente, su campo de juego.

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Pero quizás la mas perturbadora de las corroboraciones de la soledad emergió con el visionado de The Green Fog, que se me convirtió en un sumum de autoreferencialidad y autoindulgencia cinematográfica como no veía desde hacía mucho tiempo. Y quizás esto se deba no solo al homenaje a la canónica Vértigo, sino a la imprecisión a la hora de apropiarse de los materiales. De hecho daba la impresión que la película hubiera sido hecha a reglamento, con el desgano de quien sabe que del otro lado casi cualquier cosa le será tolerada. Y entonces se me hizo presente esa revelación: quizás la soledad era eso, tolerar cualquier cosa con tal de sentirnos acompañados en vez de estar solos en serio. Y cuando miré a toda esa gente dentro del cine mirando juntos pero a la vez estando solos en sus asientos me acordé que yo también era uno mas de esos que corría de función en función, desesperado para que el tiempo no se me haga carne y me muestre que Mila estaba sola, que mi novia estaba trabajando y que yo estaba corriendo solo por la ciudad, pensando que estaba acompañado. Porque ir a un festival de cine, porque correr detrás de funciones también tiene algo de grito desesperado, de angustia, de necesidad de sentirnos parte de un conjunto. Bueno, esta película que homenajea a la ciudad de San Francisco, que lo hace en automático, para que nosotros completemos sus propias faltas y limitaciones vía Hitchcock me recordó eso.

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Esa noche nos vimos con mi novia. Y al final del día fuimos a ver Euthanizer, un poco con el fin de salir de esta cosa angustiosa que había atravesado la jornada. Y si bien la película es sólida y permite salirse de algunos de los lugares comunes que podemos esperar del cine finlandés, resulta inevitable ver en ella la carga depresiva de personajes Kaurismaki Style, por lo que detrás de esa suerte de comedia negra y thriller de venganzas escuetas terminó sobreviniendo otra cosa, algo más oscuro y deshauciado que va más allá de un personaje aficionado a aplicar una perticular forma de eutanasia a algunos animales. Nuevamente personajes solos, que buscan sentirse menos parias (ya sea por medio de la compañía de animales como de personas poco felices o por medio de ridículos grupos de pertenencia). La película hace todo lo que tiene que hacer y, exceptuando alguna que otra decisión evitable, es más que correcta y demuestra que los festivales siempre tienen un público que quiere poder reconocer algo de su propia miseria, que es la del reconocimiento de ese acto solitario y freak que es ir a ver una película…que nos recuerda que estamos solos.

Al terminar, ya en la madrugada, salimos con mi novia a la calle. Estábamos famélicos. Comimos tarde dos hamburguesas horribles en la última media hora abierta de un local espantoso, el único que atendía a una hora en la que todos los locales de la zona estaban cerrados. Ambas hamburguesas nos cayeron mal. Y las papas peor. Caminamos hasta casa para bajar esa mala elección y decidimos terminar esa noche acariciando a Mila, recordando que ella era la única valiente ahí, la única que se había aguantado esa soledad. Y que nosotros, en todo caso, no habíamos hecho otra cosa sino llenar tiempo. Un festival de cine también es eso.

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