#PostBafici 2018 – (2): Robar a Rodin

Por Leonardo Gutierrez

Robar a Rodin
Chile, 2017, 90′
Dirigida por Cristóbal Valenzuela Berríos
Con Luis Onfray, Clara Budnik, José Tralma, Milan Ivelic, Sergio Bitar, Alejandro Molina, Bárbara Morana, Miguel Valdivia

A de ausencia

Por Leonardo Gutierrez

F de Fake (uno de los mejores documentales de la historia) nos hablaba de supuestos delitos, de ausencias, pero sobre todo nos hablaba del ejercicio del artista y la relación con su arte. O más bien, de su especificidad y de la mentada autenticidad. Robar a Rodin trata casi sobre lo mismo, aunque su enfoque tenga más que ver con otro subtópico: el del innegable valor intrínseco de la mirada del espectador de la obra; ese que, naturalmente, también nos habla del cine.

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Sin ser –ni pretenderlo- tan monumental e imperecedera como la maravilla de Welles, la película esboza, a su manera, que es otra pero no menos noble, una pertinente y a la vez (tras)lúcida reflexión sobre la naturaleza de eso que llamamos arte pero que aún seguimos intentando definir. Lo bueno es que lo hace sin rodeos académicos ni derivas intelectuales. Simplemente se limita a poner en escena (por momentos, de gran manera) un hecho que lo dice todo: una mañana de 2005, un joven entra al Museo Nacional de Bellas Artes de Chile, durante una muestra itinerante de Rodin, y se lleva -no diremos roba- una valiosísima estatua del escultor francés ( hablamos de El Torso de Adéle), ocasionando no sólo un papelón policial sino un escándalo internacional, que repercute en los medios chilenos día y noche. Que todo esto se cuente a los dos minutos, que las investigaciones acerca de qué pudo haber pasado concluyan poco después (la pieza fue devuelta a las 24 horas) y, fundamentalmente, que ese joven sea artista, son las claves para que este acontecimiento (y la película) se convierta, sin dejar de ser todo lo antedicho, en un policial tan absurdo como genial, que vira del amagado whodunit a un whydunit delirante, con un suspenso creciente a la par de las risas pocas veces visto, y con vueltas de tuerca que sólo la realidad más insólita puede proveer. Además de esto cuenta con uno de los mejores finales de todas las ficciones vistas en este Bafici. Y por fuera también, para qué negarlo.

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Los nobles méritos de la película se desprenden necesariamente de lo anterior: el saber que tiene una historia fabulosa para contar (sobre la cual no es conveniente adelantar mucho mas de lo que les conté lineas arriba), un argumento rabiosamente genérico, al que no se le ocurre ni por un instante arruinarlo con las sesudas morosidades del cine de ensayo repetido hasta el hartazgo en este tipo de festivales. O los que tratan este tipo de “grandes temas”. Sabe que su fuerza política es estar dirigida ya no a la elite que tiene permitido opinar sobre arte, sino a quienes, aunque ello les intrigue, no tienen lugar en el debate. Esto es algo que está presente desde el hecho mismo, su ejecutor y sus repercusiones en la sociedad chilena. A nivel formal, en este sentido, es coherente: el documental tiene mucho diálogo directo (muy necesario en el caso del fundamental testimonio del ladrón), evita el off y se centra mayormente en las declaraciones y cobertura periodística de la época, además de material de archivo del propio “criminal”.

Tampoco se queda en “la esencia del arte” en sí, sino en sus infinitas contradicciones (que son también de clase, como deja bien en claro) y en como éste impacta en la gente. No en el individuo sino en lo general: ahí están los medios como mecenas para comprobarlo. Lo individual se lo deja a su protagonista y ejecutor, alguien a quien correremos a googlear y del que no nos olvidaremos durante años.

Y si bien la “moraleja” de la cuestión, justo es decirlo, no deja de pecar de consabida (aunque no por ello menos cierta), lo cierto es que es manifestada por personajes reales y no por su realizador, y ello no le resta mérito alguno a todo lo visto. Que dicho sea de paso, le alcanza y le sobra para descolgar el cuadrito de El Artista de Cohn y Duprat con la velocidad de un golpe perfecto.

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