Bajada de línea y subordinación al partido

Por Luciano Salgado

El crítico militante

Por Luciano Salgado

Normalmente cuando escribimos sobre una película escribimos por y para el lector, por y para nosotros mismos o por el simple hecho de entregarnos a la película misma, que a los efectos prácticos jamás podrá enterarse de nuestros intereses. A veces no nos damos cuenta y nos excedemos en la autorreferencialidad. En otras ocasiones tanta entrega al lector puede agobiar. La declaratoria de amor u odio a la película nos deja en un territorio más neutral. Pero también hay críticas cuyo destinatario no es ni el lector, ni uno mismo ni la película en si, sino una suerte de nosotros inclusivo, ante el cual la crítica funcionaría como validación de pertenencia. Cuando ese nosotros inclusivo es íntimo, lo que prevalece es el gesto elitista. Cuando el nosotros inclusivo es público y masivo, entonces prevalece otra clase de gesto, el populista, que tiene la misma carga demagoga que el primero pero con otra presentación. El gesto populista es demagogo porque no le interesa ni el lector ni la exposición de ideas sino el establecimiento de una doctrina, pero por otros medios. Es un gesto, en definitiva, propagandístico. Y como suele suceder con la propaganda, el registro último, el verdadero objetivo al cual va dirigido no es el lector disidente con esas ideas, sino el club de los convencidos. De esa forma esa doctrina se convierte en bajada de línea, si. Pero esencialmente en comprobación, en gesto de pertenencia (“yo soy como ustedes”).

Cuando se estrenó la exitosa (y pobre) película de Sebastián Borestein La odisea de los giles, comenzaron a aparecer diversas críticas por diversos medios. Varias de ellas en contra, bastantes más a favor. Pero eso es lo que menos importa, ya que las consideraciones de bandos en pugna deben interesarnos menos que los argumentos esgrimidos. No obstante, entre todas las críticas publicadas hubo una que me llamó la atención particularmente. Hablamos de la crítica de Ignacio Izaguirre en la página Hacerse la crítica. En la misma su autor se tomaba el trabajo de pensar el imaginario de país que podría estar proponiendo la película sobre el grupo de víctimas que es estafada y robada por un banco y que decide tomarse venganza. Es notable, entonces, que la crítica de Ignacio Izaguirre comience con una demanda de toma de posición. Valga un dato: el cine argentino es uno de los pocos cines que tiene terror, pavor a representar partidos políticos con nombre y apellido (no vaya a ser que algún poder de turno o con pretensiones de volver al poder se ofenda). No obstante la crítica le endilga a esta película esa necesidad de toma de posición (y acaso tenga razón en parte como crítica pero no por eso: el film de Borestein es demagogo pero por estrategia de llegada: afectar al abanico más amplio posible de espectadores argentinos sea cual fuera su extracción política)

“En esa escala apenas ondulada se mueve esta odisea sin travesía. Un relato dócil que recrea punto por punto el universo en el que vive una clase media que se ve a sí misma como paradigma de la normalidad. Perlassi (Ricardo Darín) es el delegado de esa visión en la película: el punto de equilibrio, la medida de la normalidad que, entre otras cosas, consiste en la no enunciación de ideología política alguna. “

Ignacio Izaguirre, en https://www.hacerselacritica.com/la-odisea-de-los-giles-2/

La observación que hace, de hecho, es correcta. Solo que la dirección es el inicio de algo que terminará derivando hacia otro costado, que es el que convierte a la nota en una suerte de pasquín imposible que nada tiene que ver con la crítica de cine (o al menos con una crítica que repite al lector y se interese por exponer ideas antes que por imponerlas). De hecho durante buena parte de la nota el autor se desplaza por diversos terrenos del deprecio de clase. El desprecio a la clase media garpa siempre. Bueno, a las clases acomodadas también, pero el desprecio de las clases medias que no votan lo que el autor sugiere votar es acá el centro de las descalificaciones, que se extienden durante algunas líneas más. De hecho esa caracterización que refiere a la banalidad del costumbrismo, el moralismo barrial del film de Borestein también son precisos. Entonces cuál sería el problema?

“Los valores están pintados con marcador grueso: están los que laburan, los que no roban, los que cumplen con la ley y siempre pierden, y están los otros, los que viven del trabajo ajeno, los vagos, los corruptos, los infieles, los que dicen pelotudo con odio y no con gracia.”

Ignacio Izaguirre, en https://www.hacerselacritica.com/la-odisea-de-los-giles-2/

El problema inicia cuando el autor no logra comprender el sistema que él mismo propone y reconoce: el del costumbrismo, que trabaja casi sistemáticamente con la sinécdoque como recurso, de manera que la parte en pequeña escala puede referenciar a un todo global que no llegamos a completar pero que podemos intuir. En su crítica Izaguirre marca la ausencia del poder económico financiero expuesto de manera explícita (aunque implícitamente si podamos inferirlo). Es en ese momento en donde opera una presunción de lectura que cambia a una presunción de escritura como operación de justicia discursiva: el crítico no observa lo que falta o lo que no pudo ver sino que indica cómo debe ser, es decir, una normativa de la interpretación.

“La otra lectura necia de la película es el borramiento del poder económico legal como factor en la estafa. Más allá de que para el objetivo narrativo se entiende la existencia de un estafador concreto y a una escala que habilite la historia, no existe ninguna mención narrativa a poderes financieros de mayor escala, capaces de alterar la economía de un país. (…) El robo viene desde la política, de un par de tipos sin escrúpulos. Nada más. No hay nada en el orden establecido que habilite la estafa más que unos tipos malos. No existe el poder financiero ni las políticas públicas que favorecen el saqueo.”

Ignacio Izaguirre, en https://www.hacerselacritica.com/la-odisea-de-los-giles-2/

En efecto, la incapacidad de leer más allá de la literalidad hace que el autor lleve su argumento hacia un punto del cual no puede retornar. El detonante es la convocatoria de dos palabras que aparecen en la estrategia del film de Borestein: enterrado y bóveda. Bueno, Ignacio, también aparecen los conceptos “A partir de 2003 nos volvimos a poner de pie” y nadie está diciendo que la película sea propaganda kirchnerista. Lo curioso es eso: el crítico fuerza la lectura de la película hacia otro costado del que prometía en un inicio, que era la idea de registrar detrás de un estereotipo de clase media una estrategia para llegar a un público de un espectro político que contenga la mayor variedad posible de expresiones políticas. El plan de Borestein es demagogo. Pero veremos que es lo que hace Izaguirre al finalizar su nota.

“Lo que se robó un político grasa está enterrado y en una bóveda. Enterrado y bóveda. Para sostener que la película no toma partido hay que estar muy tomado por el relato macrista (y ser algo tonto) o tener la cara de piedra. Toda la visión de la película coincide punto por punto con ese relato. La idea de los giles a los que siempre cagan pero un día se revelan llevando el estandarte de la normalidad hasta la victoria es el centro de la historia.”

Ignacio Izaguirre, en https://www.hacerselacritica.com/la-odisea-de-los-giles-2/

Afortunadamente el autor parece tomar conciencia del movimiento tribunero y demagógico de Borensztein. Pero demanda que los personajes de intitulen expresamente como liberales, como peronistas, como radicales. Es curioso: podemos intuirlos, pero hay aquí una necesidad de marca a fuego, no porque esas categorías políticas sirvan para pensar la película sino porque son el signo de lo que el autor de la nota parece obsesionado en determinar: cuál es el enemigo. Porque para Izaguirre la falsa neutralidad y la demagogia no parecen implicar el problema, sino la incapacidad de evidenciar la expresión política que la crítica sospecha está detrás de todo el andamiaje narrativo: el relato de Cambiemos. Es ahí cuando la crítica ya termina de ser tal cosa para transformarse en lo que indicábamos al inicio de esta nota: un gesto populista, demagogo, que se preocupa más por la evidencia del lugar al que pertenece antes que por cuestionar argumentativamente lo que la pobreza del film exhibe con torpeza inusitada. Hacia el final, la nota deriva en una catarata de celebraciones partidarias sin fin, en donde el enemigo ya fue encontrado (o formulado a conveniencia, más allá de la película, que expone argumentos contrarios a la idea de la construcción de un relato M).

“Pocas veces vimos a la realidad llevarse por delante un relato con la velocidad que lo hizo ese domingo. (…) En la sala del cine, lo que unos días antes hubiera sido una disputa por el sentido de la bóveda enterrada, ese jueves de estreno ya era una anécdota en el argumento. Se van los que se las sabían todas y no pegaron una, los que se burlaron de la alegría y el bolsillo de la gente. Vamos a volver, porque el kirchnerismo pudo haber sido soberbio y no haber tomado con seriedad reclamos que eran justos, pero nunca fue cínico, nunca menospreció la alegría y el trabajo. Se van Macri, Peña, Lombardi, Aguad y Avelluto. Nosotros tenemos que volver mejores, tomando el ejemplo de tantos dirigentes que trabajaron por la unidad desde hace mucho tiempo como Alberto Fernández, Felipe Solá y, principalmente Cristina, la dueña de los votos, que fue mucho más sabia que los cristinistas. Vienen años muy duros, ojalá esta vez nos acordemos de quienes son los que se roban lo que no hay forma de representar en bolsos ni bóvedas porque no existe la que pueda contener los miles de millones que los saqueadores se llevaron legalmente.”

Ignacio Izaguirre, en https://www.hacerselacritica.com/la-odisea-de-los-giles-2/

Tras las líneas finales, que retumban como catarsis, como vómito pero también como necesidad de marcarle la cancha al lector más allá de la película, las ideas iniciales de la nota se olvidan (incluso la mención a la cuestión de las bóvedas es reducida por el autor a una mera anécdota argumental). Lo que queda es la impagable sensación de haber testimoniado una declaración pública de pertenencia, un llamado a votar al partido, un desprecio galopante por un lado, una bajada de línea confirmadora de la pertenencia, por otro.

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