BALANCE PERRO BLANCO 2022 – PARTE IV: los redactores de Perro Blanco

Por Varios Autores

Con la llegada del mes de enero acostumbramos a llevar adelante la titánica tarea de resumir en 100 textos lo que más nos interesó del año. Para bien y para mal. Pero también dejamos tiempo para que los redactores cuenten un poco cómo fue su año cinematográfico y televisivo. Ver mucho o poco es lo que menos importa. En estos balances personales lo que importa es el encuentro entre redactor y lectores. Pasen y lean.

Los pactos secretos
Por David Obarrio

Los pactos secretos. Balance de Perro blanco. Perra vida. Perro cine. El cine nos convoca sin descanso. No nos tomamos vacaciones del cine, porque el cine es parte esencial de nuestra vida. Algún día había que admitirlo. Ese estado, esa condición, no deja de recordarnos que estamos sujetos por las películas, formas que bailan en las diversas pantallas, que requieren sin cesar nuestra atención: nos llaman porque no viven sin nosotros, pero tampoco nosotros vivimos del todo sin ellas; las llevamos dentro como órganos de un sistema vital que titila en nuestra consciencia y en nuestros sueños. Películas hay siempre. Buenas, malas, regulares, inadmisibles. En algún punto es lo mismo. Hablar de “cosecha” de cine en tal año o en tal otro es dejarse avasallar por la superstición de las películas consagradas por el consenso crítico o por el número; formas parecidas de la subestimación por aquello que constituye la riqueza del cine, no exactamente el tesoro sino su mapa del tesoro: la intimidad indecible que establecemos, durante minutos que valen oro, con eso que está en la pantalla. Son momentos en los que todo es posible. El asombro, el desasosiego, la indiferencia, el morbo: nombres de un resplandor que no deja nunca de reclamar sus derechos sobre nosotros, que somos sus rehenes, que vivimos en la incertidumbre renovada de no saber, en el fondo, a qué atenernos. ¿A todo el mundo le pasa esto? Es una idea que me atormenta, pero también, una vez asumida, se convierte en la parte atesorable, justamente, de la relación que mantengo con las películas: estamos solos frente a frente. Las imágenes dicen lo que quieren; yo veo lo que quiero, entiendo lo que puedo. Las películas hablan un idioma que es siempre extranjero. La incomprensión mutua es una fatalidad feliz, un accidente inevitable cuyas consecuencias vuelven al espectador más rico, más atento, más lleno de vida. La aventura del cine –su profusión de equívocos, de saltos al vacío, de cálculos errados, de triunfos paradójicos y secretas victorias- se alimenta de un espectador dispuesto a renunciar a entenderlo todo, a saberlo todo, a tenerlas todas consigo. El mejor espectador es el que no mide la tasa de efectividad de una película sino por lo que tiene de incierto, por lo que alcanza a captar al sesgo, de refilón, por aquello que respira con irreverencia, por la insatisfacción escandalosa que precede a lo que de pronto ilumina la pantalla, como si fuera una revelación o la presencia inesperada de una criatura exótica. Hacer nombres de películas no sirve de mucho, salvo como pasatiempo: títulos sujetos a humores beligerantes, a la volubilidad melancólica de las cosas. Las películas del año, las mejores, son aquellas con las que nos convertimos en espectadores mejores. Las que miramos en un estado de cierto abandono, pero alertas a los detalles, a la aparición de incisos culposos, de extrañezas, de lapsus. Las mejores películas son esas con las que puedo establecer un cuerpo a cuerpo irrenunciable; esas cuyos fulgores me son trasmitidos en forma de código que habrá que develar como se pueda. Las listas son a efectos públicos. Los pactos secretos se establecen regidos por la orfandad de las cosas intransferibles.

Una competencia estéril
Por Federico Karstulovich

Otra vez termina el año y todo se arremolina. Pero cuando no está Eastwood en su mejor condición (o cuando no estrena), se hace más fácil. A su vez el año comenzó terminado, porque PTA puso el punto más alto del año en enero y desde entonces casi nada la eclipsó. Con Licorice Pizzaen estado de gracia todo se hizo más simple y luminoso. A su vez el segundo puesto lo trae una de las últimas de este año, con Decision to leave, una verdadera locura. Hace mucho que no duermo es una maravilla enormemente ignorada en el festival de Mar del Plata y que merece toda la atención del mundo cuando encuentre su estreno (y sino también). Beavis y Butthead recorren el universo vuelve a mostrar que los buenos ironistas (Mike Judge, gracias) escasean y son imprescindibles para que la realidad de la corrección política no nos aplaste. Jackass Por siempre sigue exhibiendo un humor físico implacable y un amor persistente por los amigos. El peso del talentoes lo mejor que pudo haberle pasado a Nicolas Cage y a nosotros como seguidores de sus delirios.Crímenes del futuro es una rareza que siempre merece revisión y un lugar en el podio. Todo en todas partes al mismo tiempo es una clase de cine (incluyendo sus momentos infumables), quizás la mayor del año. Aftersun es melancolía en estado puro, demostrando que menos es más. Apollo 10 ½demuestra que Linklater siempre es un director imprescindible, incluso en su versión más verborragia. Y el cierre de las mejores con La edad media y Clementina demuestra que el cine político argentino tiene otras herramientas que no estamos viendo (son las dos grandes películas sobre la pandemia y el encierro en Argentina durante el Covid-19). Sobre las peores, como siempre, no hablo, porque hablan solitas de sí mismas. Las sobre y subvaloradas suponen que los prejuicios hacen muy mal al cine. Al llegar a las series me di cuenta de la barbaridad de cosas que vi durante 2022. Y que a veces nos olvidamos que en ellas hay mucho más cine que en la mayor parte del cine que vemos a lo largo del año. Pero el problema es que hay gente que todavía elige un formato, como si fuera una competencia.

La nueva guerra artificial y cultural contra el cine
Por Sergio Monsalve

Las movie wars del primer milenio, planteadas por Jonathan Rosenbaum, han sido superadas por las nuevas guerras declaradas en el mapa bélico del cine. 
Tras la pandemia, fuimos estudiados como cobayos en el laboratorio de la cuarentena, para implantar dos tendencias que se agudizaron en el 2022 y que se prolongan en el año vigente. Las desglosaré a continuación.

De cómo nos piensan y modelan los algoritmos. 

Mi proyección no será un listado de bondades y virtudes del pasado reciente, por el contrario, buscaré leer el reverso distópico del mundo, de la ola que se ha sobrevenido en los últimos meses con la inteligencia artificial y el diseño técnico de las producciones, en perjuicio de la espontaneidad y la creatividad indómita del séptimo arte. 

A propósito del tema, “Avatar camino del agua”, “Wakanda Forever” y “Top Gun Maverick” representan la primera zona de conflicto que deseo trazar, entre su impacto de taquilla y su instrumentalización de la big data. 
Por razones metódicas, descarto “Minions”, “Jurassic Park Dominion” y “Doctor Strange en el multiverso de la locura”, porque sus apabullantes mecanismos de concentración, pertenecen más a la época de los blockbustersd de otrora, de los tanques del monopolio que ahogan a la oferta, desde el control global de la demanda, cual inundación cartelizada. 

Lo que hace delicado y especial el caso de “Avatar Camino del Agua”, “Wakanda Forever” y “Top Gun Maverick”, es su cínica reconstrucción de juguetes inocentes de la nostalgia, que esconden la depuración del súper power clásico de la meca, con los trucajes cibernéticos de última generación que deslumbran al personal, en una afirmación del patrón del circo y la barraca de feria de otrora. 

No por casualidad, las tres son secuelas y pertenecen a una cultura replicante, que explota licencias y franquicias, con el acabado más cool y sexy que el dinero puede comprar. 
Del grupo, “Top Gun Maverick” se enmarca en la protesta-cruzada de su productor, Tom Cruise, por generar un espectáculo de puro encumbramiento narcisista de su poder, demostrando la persistencia del star system ante la rebelión de las máquinas. 

Pero no hablamos de un trabajo de la intimidad subjetiva y modesta, como lo pueden ser “Close” y “Aftersun”, más honestas en su idea de combatir a los gigantes con las armas de los pequeños y marginados, de los comanches de la periferia. 

“Top Gun Maverick”, como “Avatar, el camino del agua” y “Wakanda Forever”, supone un simulacro perfecto de un efecto contracultural, de un gesto de irreverencia y provocación, que en realidad disfraza una operación de conquista del planeta, de colonización global, en función de resituar la operación Pentágono de la original, tres décadas después, bajo el influjo de la narrativa de los video juegos, fuera de contexto y hasta inclusivos, para no ofender y abarcar a mayor audiencia. 
Ante la ansiedad de la verdadera guerra injusta y cruel de Putin, “Wakanda Forever”, “Top Gun Maverick” y “Avatar Camino del Agua”, proponen la compensación de unas victorias digitales y antisépticas, para toda la familia, cuyas arquitecturas faraónicas ocultan la derrota de la civilización y la inteligencia humana, para lograr defender la paz en el siglo XXI.

Como en la depresión de los 30, la crisis alimenta a una audiencia fundida, que básicamente fondea con sus tickets el rescate del theatrical. Pero poco queda más allá de la diversión con que se escapa del terror que sufre Ucrania. 

La inteligencia artificial dirige, en el fondo, a las tres orquestas que más adormecieron en el año, como guerras que ya no se dirigen, sino que se traman en el espacio digital, para suplantar el dolor de los acontecimientos reales. 

De ahí que no vengan solas, que su imagen de un Val Kilmer casi prístino que no coincide con el de su documental, que la posverdad de unos parques acuáticos que se preservan con una cascada informática, tengan su correlato en la sustitución de actores por Deep fakes como el de “La Ballena”, que es experimento para ganar el Oscar con un actor de aventura y comedia, rescatado melodramáticamente por una máscara digital de Jabba de Hut, que nos manipula con su emotividad mórbida, con su estrategia fatal de una obesidad suicida. 
Es una de las transparencias del mal, de los crímenes perfectos de la era del retrovacío, digitado en reacción a las esperadas refracciones de los fanáticos en las redes sociales. 
Lo dejo por aquí, para ir a lo siguiente.  

Las batallas culturales, en lugar de las auténticas reivindicaciones. 

¿Y si tanta inclusividad es puro show demagógico de los gerentes del mercado audiovisual, de los comisarios y curadores de Festivales, de creadores que nos duermen con un paisaje de representatividades y minorías que es una impostura, una apariencia de evolución que disimula el control de siempre, a cargo de un medio que finge cambios, para sobrevivir a su extinción, como en el Gatopardo? 

No se dice mucho, pero uno de los fiascos del 2022, es el de forzar una guerra cultural en el cine mainstream, para activar discusiones de bots en Facebook y Twitter, con una radicalización ideológica, claramente incoada, para penetrar en nuestro subconsciente. 
Si usted cree o considera que es de gratis, lo invito a que revise los protocolos y los resultados de diseñar la fantasía woke de un streaming que saca provecho de la integración o no de nuestras diferencias, en filmes y series que disneyfican los reclamos de la alteridad. 

Por un lado, mencionar el backlash de Neyflix y Warner-HBO, con su desangre de suscriptores, en medio de las críticas por la cancelación de sus series más rocambolescas en sus adaptaciones inclusivas. 

Por igual, sumemos la caída de taquilla de una Disney, que sigue siendo rentable, pero que no genera el consenso de la Pixar de antes, habida cuenta de su mundo extraño, en el que no existen disensos o tensiones, que puedan ofender a la sociedad de cristal, que no es mito. 

Vean que la propia infantilización y potabilidad de Spielberg en “Fabelmans”, más el Oscar de “Coda”, responden a un patrón de adoctrinamiento y educación para la esterilización del cine, despojándolo de cualquier cuestión irritante e incómoda que despierte el odio o la ira de la generación de relevo, acostumbrada a consumir contenidos safe, apegados a su control parental, a su censura e inquisición de la divergencia. 

¿Nos mantienen discutiendo sobre issues culturales, para que no salgamos a protestar por la precariedad y la grosera destrucción de nuestra calidad de vida? 
¿Es suficiente con el reconocimiento de los pronombres, para que se solucionen nuestras brechas económicas? 
¿ Por qué el cine poco dice de la democracia que hemos ido perdiendo, mientras exalta y exacerba el debate cultural? 

Por ende, se agradece que se cuelen, en la temporada de premios, largometrajes más oscuros y renegados como “Almas en Pena”, “EO”, “Tár” e incluso la destratada “Triángulo de la Tristeza”, con todo y que es la paradójica asimilación, de un realizador fashion, del cine más satírico de Reino Unido, el de “El sentido de la vida” de los Monty Pyton. 

En tal sentido, surgen otras batallas que se ganan de forma populista, como la de “Argentina 1985”, cuando en la práctica no contemplan las posteriores resacas y problemas que ha sufrido la justicia en el país de Darín, desde los noventa hasta el milenio. Como si la película de Mitre fuese un señuelo ideal, que la política invoca, a objeto de imaginar que las grietas de la Argentina han sido resueltas. 

Frente a ello, invocar que ha resistido y emergido una auténtica contestación, en las provincias de España y Europa. De modo que el cine de “Alcarrás” y “As Bestas”, nos sacude con un regreso a la España de Buñuel y Berlanga, a la de Erice y Saura, sin el humor de Pedro que compensa. Una foto de las guerras intestinas que dividen autonomías y comunidades del mismo origen, por asuntos fronterizos, corporales y económicos. 

O que lo mejor del mapa contemporáneo del cine, abriga un sector de disidencia que convierte el malestar en un arte retador y complejo, ambiguo y misterioso, como el de “Pacifiction”, “Licorrize Pizza” y “Nope”. 

La muerte de Godard, en el 2022, debe interpretarse como el réquiem de una generación moderna, que renace en el ensayo y el documental reflexivo, así como en una ficción meta que se cuestiona su lugar en el futuro. Caso del barroquismo fallido de “Babylon”, de la carta de odio a Marilyn, y del adiós al lenguaje que conversamos en internet, con motivo de la muerte del autor francés. 

El cine reclama sus esencias matéricas y disruptivas, porque presiente la amenaza de la inteligencia artificial, que lo pretende transformar en mera especulación de poscine algorítmico o inclusivo, que maneja la publicidad corporativa, a su antojo. 

Apostemos a que los humanos predominen, con sus historias, ante el ascenso de unos contenidos que se avizoran, como el producto engañoso de esperar una respuesta creativa y genuina de ChatGP.  

La necesidad de más riesgo
Por Rodrigo Martín Seijas

Viendo un poco mi listado de películas y series favoritas, me doy cuenta de que, un poco inconscientemente, terminé privilegiando aquellas obras que han elegido apartarse de la norma y tirar un poco la casa por la ventana, aunque lo hagan recurriendo a moldes narrativos ya transitados. Algo de esa está en Licorice Pizza o el Pinocho de Guillermo del Toro -dos películas donde las personalidades brillan de forma arrolladora-, pero también en Garra o Fuerza bruta, que nos dicen que hay herramientas genéricas que son inagotables. Y lo mismo se puede decir de series como Better call Saul y Barry, que se dedican a romper con las expectativas constantemente, o de Porno y helado, que es un delirio cómico absoluto. Todas ellas, creaciones cinematográficas y televisivas, se arriesgan al proponerle al espectador un juego que, por distintas vías, lo involucra y no le deja respuestas fáciles. Todas confían en lo que tienen para contar y van para adelante sin resignarse a cumplir con cuotas de corrección política o condicionamientos estéticos del momento. Todas ponen a sus personajes por encima de cualquier objetivo mensajístico. Desde ahí, con suma facilidad, terminan destacando frente a un panorama artístico cada vez más pacato y calculador, donde el conservadurismo -incluso desde un pretendido progresismo- es la regla dominante. El 2022 fue un año flojo, especialmente en el cine, pero también un poco en la televisión -se hizo más difícil encontrar series realmente renovadoras-, y en el que comencé a revalorizar un poco más la década del 90, donde todavía había ciertos límites (temáticos y formales) que se podían cruzar.

Todavía hay mucho
Por Amilcar Boetto

Siempre es mejor, al menos para mí, hablar de las películas que me gustan que de las que no.  Aunque para hablar de ellas quizás haya que contratarlas con otras, eso no quita que el valor  positivo de una afirmación siempre es más transformador que el valor negativo.  

Dicho esto, no considero que haya sido un gran año en lo cinematográfico, o al menos no tuve la  suerte de encontrarme con la cantidad de buenas películas con las que me encontré, por  ejemplo, el año pasado.  

Tengo claro que el mejor evento cinematográfico del 2022 fue y va a seguir siendo Licorice Pizza,  una de esas películas que invitan al enamoramiento. Como un shock inmediato de dopamina, salí  del cine viendo el mundo encantado, transitándolo todo de otra forma. Vicente Monroy describe,  

en su libro Contra la Cinefilia, una especie de aturdimiento que sufrió Bazin luego de ver Paisá como una experiencia transversal a lo cinéfilo, algo muy similar a lo que le sucedió a el mismo  viendo El Río de Renoir. Por el contrario, Licorice Pizza significó para mí un período de gratificante  hedonismo, que no tuvo que ver con un adormecimiento o un encerramiento en mi mismo, o en  mi mente cinéfila, sino con una experiencia más comunitaria. Una experiencia que se constituyó  de semanas en las que se habló mucho de la película, en muchos círculos distintos, y en casi  todos los casos se habló sin mucha intención analítica, sino más bien con la intención de  demostrar nuestros sentimientos hacia ella. Muchos meses tardé en poder poner en palabras qué  es lo que me atrajo visual y narrativamente de la película de Paul Thomas Anderson. 

Pero también hubo otras grandes emociones, como fue el estreno de Elvis, esa película que no se  priva de absolutamente nada y que, sin embargo (como señala en su vídeo-crítica Alberto Vp), lo  mejor sigue siendo lo que sugiere antes de lo que muestra. Está llena de metáforas y relaciones  obvias, pero que en su potencia visual y rítmica develan una dimensión histórica sobre todo lo  que Elvis fue y significó. Probablemente sea el biopic que, en los últimos años, más haya  reflexionado sobre la figura que representa. La escena de la separación con Priscilla, por ejemplo,  se sostiene casi únicamente por su fuera de campo, y es una de las escenas más desoladoras  del año. Cerca de todo esto estuvo la arrolladora audiovisual de Moonage Daydream, cuyo  principal objetivo es darle todas las dimensiones posibles a Bowie y lo logra cuando uno, al salir  del cine, se da cuenta de lo hipnotizado que estuvo esas dos horas. 

Fue muy lindo poder volver a ver en el cine a Claire Denis a través de su Avec amour et  acharnement, película desgarradora y corporal sobre lo inevitable del desamor que fue poco  comprendida por un público que le exige a Denis un equilibrio formal que la directora francesa  nunca persiguió. Más bien, su cine siempre se caracterizó por estirar los límites, desafiar al  espectador presentándole formas incómodas de amor y sexualidad. Sobre corporalidad también  estuvo la fascinante Corsage, que desgraciadamente no se pudo ver en cines. Kreutzer corta  pedazos de desgarros, de desmayos simulados, de excesos con el alcohol y de proto-bulimia  para condensar a uno de los personajes más enigmáticos del siglo XIX. Lo más interesante de  todo, termina siendo como a través de Sissi, la directora alemana bosqueja no solo un clima de  una época muy puntual, sino también varios de los orígenes de las tragedias de la mujer  contemporánea.  

Y por última en la línea de películas de alta impresión sensorial, están algunos de los mejores  ejemplos del cine fantástico, que este año sí tuvo grandes exponentes. Barbarian, en su primer  hora, logra una extraña sensación de invasión que se potencia al estirar todo lo posible la  ambigüedad. Watcher aborda de una forma más tradicional, pero no menos interesante, la idea  de la invasión. En el caso de la película de Okuno, la tensión está en habitar un país misterioso,  de una cultura muy distinta a la de la protagonista, un idioma raro e inentendible bajo el cual  parece ocultarse una amenaza constante. Es un terror tan viejo como Drácula o Cat People.  Tampoco quiero olvidarme de The Black Phone o, sobre todo, de Smile que utilizando formas que  habitan el lugar común genera un juego con las imágenes que está ubicado en el centro de la  pregunta fundamental del terror: ¿qué imagen es humana, y cuál no? 

Hubo, también, pasiones cerebrales, como la que sentí viendo revivir a Rohmer en O trio em mi  Bemol de la gran Rita Azevedo Gomes. O en aquel gran ejercicio fabulístico que es Le Pupille. O  en La rueda de la fortuna y la fantasía, en la que Hagamuchi es Hong Sang-Soo por momentos,  por otros es un director clásico, que se propone filmar un melodrama que se oculta en una 

conversación y se trasluce en una revelación. Pero en su conjunto, Hagamuchi es Hagamuchi y  no le debe su forma a nadie; en esos momentos se encuentra lo mejor de esta misteriosa y  aventurera película.  Me queda mucho por ver, y, sobre todo, mucho por pensar sobre este año. Hubo otras películas,  como Aftersun, como Banshees of Inisherin, como Scream, como Kimi.

Tanto y tan poco
Por Santiago González

Por motivos que se me son ajenos cuando me pidieron que haga un balance del año cinematográfico me había olvidado completamente de qué películas había puesto entre lo mejor y lo peor del año. Alarmante sí pero también un síntoma de que el cine no se convierte en clásico inmediatamente como parece querer imponer las redes sociales sino que tiene que vivir un tiempo hasta llegar al lugar que le corresponde. Un síntoma preocupante que también pareciera querer mostrar una postura de guardianes del cine que indican cuales son las películas valiosas (The fabelmans, la película del año de Tom Cruise, etc) y un ataque a ese enemigo cinematográfico que es Marvel. Ataque adolescente y moralista en el fondo que también simboliza a un nene que se inventa un enemigo. El cine no está muerto, ni está muriendo por culpa del cine de superhéroes, simplemente está mutando y ponerse en una postura Scorseana es un tanto retrógrado y reaccionario y honestamente el cine los va a sepultar.

Ahora bien, perdón por esta cháchara pero es un síntoma que está creciendo y explotando (vean twitter cuando sale la película del mes de la que hay que hablar) pero lo cierto es que el 2022 fue un buen año en términos cinematográficos. No solo eso sino que también es un año que está marcando un quiebre. Si, siguen prevaleciendo las películas de superhéroes pero al estar en una época de cambio han tomado decisiones que las vuelven irregulares y que ya no tienen el impacto en el público. Doctor Strange en el multiverso de la locura es una película que mejor explica esto. Una película que busca una identidad a la vez que no quiere perder a su público. El descontento que genera, más ligado a cuestiones extra cinematográficas , es un síntoma de que Marvel pareció perder algo luego de Spider-man: No way home. Por otro lado su contrincante DC literalmente tiró la toalla en esa cosa espantosa que es Black Adam que ni el talento de su director Jaume Collet-Serra, ni la presencia de Dwayne Jonhson y Pierce Brosnan pudo salvar una película que nació muerta de un intento de universo que trata levantarse como un muerto vivo pero que no podía salir de la tumba. El cine de DC es un cine que nació muerto. 

Por otro lado, el género de terror se afianzó definitivamente. En parte porque el COVID demoró el estreno de muchas películas y como un regalo de cumpleaños cada mes salía algo para todos. Tal vez las más interesantes y valiosas eran las que no buscaban contentar a ciertos sectores del público, esas películas que en el fondo no juegan a nada solo a complacer a la cinefilia. Las mejores películas son las que solamente son películas. Texas chainsaw massacre fue odiada por ser de Netflix y por no ofrecer nada o cagarse en un legado. No sé qué legado existirá si todas las secuelas de esta saga mutante siempre siguieron su propio camino. Esta nueva Texas es una más que no busca nada más que solo ser un pasatiempo, en esa honestidad está el verdadero valor de esta película. Diferente es el regreso por partida doble de Ti West que con Pearl y X que ahora parece ser una trilogía, cayó en el peor pecado que puede hacer un director de cine de terror. Pensarse por encima del género. Estas películas, e intuyo la próxima Maxxxine, son bonitas visualmente pero están apegadas a la necesidad de querer ser analizadas, de mostrar que el cine de terror ‘tiene calidad’ como esa actuación intensa y llena de ticks de la insoportable Mia Goth que grita por todos lados que quiere un Oscar y al cine de terror no le prestan atención a la hora de los galardones sin pensar que hay otros intereses a la hora de nominar a las películas.

El 2022 también fue el año de dos películas que no le importo el cine pero cuyos directores sabían que el cine es movimiento y dejar el cerebro a lado. Michael Bay estrenó Ambulancia que créanme verla en pantalla grande con el sonido al mango hacia que uno se olvidara de los problemas de la vida real. En mi caso estaba en medio de una separación y durante dos horas me olvidé del corazón roto y me entregué a la intensidad de las malas decisiones de Bay que en este caso funcionaban. Para ser sincero nunca me molestó su cine, al fin y al cabo es solo cine ruidoso hecho para perderse en la confusión de sus imágenes, visto así es imposible pasarla mal con sus películas. Con Tren bala pasó algo similar. Una película canchera, con Brad Pitt en modo autoconsciente. Tren Bala y Ambulancia además son películas que no parecen de esta época. Ambulancia está más cerca del cine de los noventa mientras que Tren Bala es parte de ese cine cool, canchero  post Kill Bill/ Grindhouse. Es por ese motivo que no disfruté nada de Everything everywhere all at once, una película que juega al cancherismo pero que se pierde en tener que decir algo, en tener buenas actuaciones. En fin es una película responsable cuando las anteriores citadas son irresponsables. 

Podría poner a Elvis en películas irresponsables pero hay un motivo que me lo impide. Me pareció aburridísima. No me molesto que se contara todo desde el punto de vista de El coronel Parker, ni la actuación de Hanks que pareciera querer salir de ese personaje de bonachón que se le adjunta para mostrarnos cierta oscuridad que al parecer la crítica de cine por lo que lei no quiere aceptar. No, simplemente me pareció aburrida. Esperaba al ser un musical que Baz Lurhman volviera al mundo de Moulin Rouge. Hay varios momentos que amagan a serlo (Elvis en Hollywood es lo más cercano) pero quedan en anécdotas perdidas, momentos de locura, de anticine, de anarquía en el montaje y la edición que se pierden en una película fría y calculada. 

Hay otras películas que toda la cinefilia parece querer odiar y a veces es imposible no sumarse a ello. Bardo de Iñárritu está hecha para ser odiada al igual que Blonde y en cierta medida Men, aunque esta última tiene varios defensores. Estas películas están hechas para ser odiadas porque así las concibieron sus realizadores. No porque odian al cine, sino porque tienen un público destinado, como si fuera una etiqueta. La única salvación es que luego serán olvidadas. 

Volviendo al terror, lógicamente es mi género favorito. La mejor película del año es una que no olvidaba que era una película, a diferencia de Nope! de Jordan Peele que más allá de ser una gran película tenía encima el peso de querer ser algo más. Me refiero a Barbarian una película contada en tres tiempos que construía su mundo pero que a la vez pensaba en su historia y hacia dónde iba al género sin cuestionarlo, lo contrario a Scream que sufría de la original y del nombre Wes Craven. Una película que para construirse miraba de reojo como un nene que quiere imitar lo que hace un adulto. Una película limitada desde el homenaje. Existe sí una sola película este año que me hizo llorar. Y es Clerks 3 de la que nadie habló. Como toda película de Kevin Smith es referencial, un homenaje a sí mismo y a su ego. Pero acá ocurre algo, la experiencia cercana a la muerte que tuvo (le dio un infarto y casi lo perdemos) hizo que se replantea muchas cosas y retomara amistades y por sobre todo volviera a sus clásicos personajes. Clerks 3 es otra de esas películas que tratan sobre la vejez pero no elude o deja de costado a la muerte sino que esta se hace presente en una de las escenas más tristes dentro de su universo. No diré cual por si no la vieron pero es una decisión valiente de un director que había perdido el rumbo y que recién con Jay and Silent Bob, que era espantosa pero era el camino indicado, se encontró a sí mismo.

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