Batman: El caballero de la noche asciende

Por Federico Karstulovich

Batman: El Caballero de la Noche asciende (The Dark Knight Rises)
Estados Unidos – Gran Bretaña, 2012, 164′
Dirigida por Christopher Nolan.
Con Christian Bale, Gary Oldman, Tom Hardy, Joseph Gordon-Levitt, Anne Hathaway, Marion Cotillard, Morgan Freeman, Michael Caine, Matthew Modine.


Pulp fiction (lo que se escapa)


Por Federico Karstulovich


La celebrada frase de Truffaut que indica “todas las películas nacen iguales” parece ser un principio que se aplica selectivamente. A esa frase habría que sumarle una adenda: “cada película crea o supone un sistema, una lógica interna de relaciones y es justo respetarlo como tal”. No obstante, pedir que esta adenda se aplique es más dificultoso. Entre otras cosas porque luego del nacimiento de una película nuestros prejuicios comienzan a operar a 300km por hora y hay que mantenerlos a raya. O dejarlos salir pero hacernos cargo de ese condicionamiento.

Batman, el caballero de la noche asciende (de aquí en más BECDNA) venía recontra mal parida, si la pensamos desde el prejuicio que nos proporcionaba su antecesora. Venía condicionada por las dos películas que la precedieron en la trilogía (deberíamos aclarar: una trilogía no supone un mismo tono o estilística para todas sus partes, exigencia que aquí supone un error mayúsculo): las comparaciones con el Guasón de Ledger, la demanda de una acción seca a lo Michael Mann, la exigencia de personajes con un pasado desconocido o limitado informativamente para nosotros ya resultan motivos más que suficientes para esperar a la tercer parte con ganas de trompearla si llegaba a traicionar la más mínima expectativa, sobretodo si la segunda gustó tanto.

Nada de lo previsto en las mejores expectativas (“que sea como la segunda pero mejor”) sucedió en BECDNA. Veamos.

  1. La película es una gigantesca masa de background -que explican todas y cada una de las motivaciones de los personajes- echada en la cara, opuesta a la economía informativa de su antecesora, que nos escatimaba información a rabiar.
  2. Frente al relato despojado, seco que presuponía El caballero de la noche (de aquí en más ECDN), aquí nos encontramos frente a un barroquismo narrativo, dramático, repleto de líneas narrativas exuberantes pero también signadas por los agujeros-baches- narrativos.
  3. Mientras la segunda parte de la trilogía lograba sostenerse en torno a personalidades ambiguas (el mismo Batman, el Guasón y Harvey Dent) la tercer parte opta por visiones característicamente maniqueas, que borren los grises que pudieran haber sido fundantes de la película anterior.
  4. ECDN se sostenía sobre la base mítica de la fundación de la ley en un estado republicano, en el marco de una democracia liberal, en un sistema capitalista. De ahí la referencia a Un tiro en la noche de Ford y la necesidad de “imprimir la leyenda” para que el mito de la instauración de la ley y la institucionalidad triunfen. Frente a ese imaginario BECDNA propone una lectura política del imaginario revolucionario de los siglos XVIII (vía el Dickens decimonónico de Historia de dos ciudades) con dos imaginarios políticos de izquierda del siglo XIX (el comunismo y el anarquismo) pero con un ejercicio y puesta en escena que identifica los miedos más atávicos con respecto a las revoluciones de las repúblicas “populares” del XX (las diversas formas del comunismo andan dando vueltas: del Maoísmo al Stalinismo y sus variantes autoritarias intermedias). En síntesis, problemáticas complementarias con temas distintos.

De todo lo anterior se desprende una idea que es la que rondó por la mayor parte de las críticas negativas hacia la película: BECDNA es mala, ya no solo con respecto a la segunda sino por mérito propio. Así mismo las críticas a favor hicieron oídos sordos a las lógicas impugnaciones que se le hacían a los errores groseros de BECDNA y se quedaron con el cuentito moral del hombre que quiere recuperar una vida común. Y de paso, en buena medida, quisieron ver en la película una presupuesta y sesuda crítica al sistema capitalista y bla bla bla “qué película subversiva para el sistema de estudios”, etc.

Bueno, sin ánimo de ofender, creo que muy pocos críticos dentro de las posiciones extremas se han detenido a ver la película, a preguntarse por qué sucede lo que sucede en el interior de la misma, en definitiva, cuál es el sistema que pregona. Pero para eso es necesario definir algunas cosas.

Normalmente le adjudicamos a un sistema narrativo un presupuesto de decisiones conscientes, definidas en función de su efectividad dramática. Pensamos, si se quiere, que un sistema narrativo está en su diseño global. Contra esta idea –y en función de los puntos que diferencian a BECDNA de ECDN– soy de los que piensan que esta tercer parte de la trilogía habla más por sus grietas ,por las corrientes de aire dentro de el gigantesco colador que es que por su arquitectura milimétrica, que por su diseño global.

En eso de la cerebralidad, Nolan es un especialista. Su vinculación a Kubrick no es insólita. Nolan, en la mayoría de sus películas, construye sistemas cerrados, sin aire, ni pasión, ni olor. Sus películas, en definitiva, son estrategias de diseño que suponen patrones preestablecidos en los que se sitúan marionetas. En este sentido, las películas de Nolan ya sucedieron, no se experimentan como un durante, no hay un afuera. Todo está programado en ellas (quizás El Origen sea la más programada de sus películas cerebrales).

Contra la cerebralidad se impone un fenómeno: el acontemicimento (no voy a hablar de Heidegger, tranquilos). El acontecimiento no es buscado ni planificado, irrumpe. No es hijo del diseño, sino del error, de la duda, es, en definitiva un síntoma de eso que el diseño busca aplacar, que son las emociones.

En BECDNA hay emoción, pero nosotros –prejuiciosos que somos- la desechamos porque la leemos como “ruido” y no como síntoma, como parte de un sistema que la cerebralidad de Nolan censura. Esa emoción tiene una clave. Y esa clave es la única que permite, entiendo yo, entrar al verdadero sistema narrativo de BECDNA. Ese sistema es el del folletín decimonónico.

BECDNA está dialogando implícita y explícitamente con quizás la más folletinesca de las novelas de Dickens, que es Historia de dos ciudades. Pero también con el Dumas de El conde de Montecristo o con autores “menores” pero aún más delirantes y folletinescos: Sue, escritor de Los misterios de París, Ponson Du Terrail, autor de Las aventuras de Rocambole. También está el Fantomás de Allain y Souvestre.

Ustedes dirán: “es obvio: si Batman es un personaje nacido de la historieta y la historieta tiene su antecedente en el folletín, algo de relación va a haber con ese formato”. Y el asunto es que BECDNA no solo rinde un homenaje involuntario al formato, sino al tono de los folletines. De ahí el placer lúdico que proporcionan los baches y lomas de burro en la narración que nos propone. Porque ahí donde Nolan se siente triunfador –en la bajada de línea, en el diseño de producción, en la histeria informativa que no deja pensar- es en donde se filtra la mejor tradición anacrónica del folletín: personajes a medias, vueltas de tuerca inverosímiles, traiciones y despechos familiares, personajes que hablan con one-liners (ver a Bane sino), incongruencias en las conductas de los personajes (ver a Bane, otra vez), maniqueísmo a rajatabla, exotismo (nunca mejor incluida la cárcel en medio oriente), revelaciones imposibles: Nolan quiso hacer una “película adulta” posiblemente, y desde esa perspectiva le salió –si me permiten- como el reverendo culo. Pero por los poros emergió BECDNA, una verdadera pulp fiction. En sus “errores”, en sus grietas, en su escarnio público es en donde la película triunfa: porque se hace cargo con anacronismo incluido, de la basura de la cultura popular, porque juega con los grandes imaginarios políticos, porque juega con los Nolan de este mundo y su realismo en pos de construir una gansada grande como el universo. Y lo hace con ruido y furia, con el ruido y la furia de la emoción. Porque la revolución, en tiempos de Nolans y de bizcos o prejuiciosos, vaya uno a saber, será grasulienta. O no será nada. Me refiero a la revolución de los sueños, esa que puede visitarse con solo darle play a la imaginación. Y despertarse de una vez de la dictadura de la importancia y la conciencia.

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