Chango, la luz descubre 

Por Ludmila Ferreri

Argentina, 2021, 85′
Dirigida por Paola Rizzi y Alejandra Martín
Con intervenciones de Félix Monti, Fernando E. Solanas, Luis Puenzo, Lita Stantic

Un trabajador

Chango, la luz descubre es un documental que, curiosamente, no descubre demasiados aspectos sobre la obra del extraordinario director de fotografía Felix “Chango” Monti. Es más: en buena medida lo que cuenta este documental cae en ciertas convencionalismos (desde la puesta de cámara, desde el uso del archivo, desde los modos de encarar las entrevistas), pero no por eso es menos conmovedor todo lo que muestra, que exhibe, desde el fondo de sus imágenes, la carrera de un personaje inoxidable y eternamente joven. En ese sentido lo más interesante que tiene para ofrecer este documental de corte casi televisivo es, justamente, la salida del mito. El hombre en acción trabajando. La timidez de sus modos y decisiones. La humildad ante la labor cotidiana. En ese punto es interesante lo que desmonta la película: por un lado permite que la obra y los testimonios den cuenta de la estatura monumental del director de fotografía.

Pero el mismo Chango Monti, sus intervenciones a cámara y su persistente trabajo silencioso parecen decir lo contrario: este es el hombre de genio al que todos señalan como el más grande director de fotografía del cine argentino en los últimos cincuenta años? A su manera, la película construye una suerte de contrarelato de la genialidad, un verdadero atentado contra el mito del genio. El componente humanista es el que persiste, por lo tanto, para que nosotros podamos descubrir a la persona detrás del personaje. Pero afortunadamente Chango, la luz descubre tampoco se regodea con los datos inútiles de rigor biográfico, que suelen funcionar como herramientas deterministas para que realicemos el recorrido previsible (“ah, claro, con esos intereses en su infancia/adolescencia/primera adultez cómo no iba a ser quien terminó siendo”). No, en este documental pequeño pero no menos potente no hay nada parecido a la celebración acrítica del célebre director de fotografía. Nada. Es casi irritante ver el derroche de humildad, que podemos sospechar falsa en un primer momento, pero que a la larga comprobamos que es real.

Pero hay un segundo aspecto disonante con el clásico “documental del genio en acción”. No estamos ante ninguna clase de artista torturado, ni de genialidad maldita, ni de talentoso excéntrico. El Chango es lisa y llanamente un trabajador, una figura casi eastwoodiana. Por eso lo que observamos no es una revelación, sino un seguimiento. De ahí que la evidencia del ojo puesto en la labor demuestre el disfrute por sobre todas las cosas. Porque si algo exhibe la película es la necesidad imperativa de filmar y trabajar como si fuera la primera vez, en un gesto de juventud juguetona. En esa decisión de vida conmovedora es en donde podemos entender que el paso del tiempo y los cambios en el registro audiovisual del cine argentino (la comparación entre el pasado del cine de estudios y el presente es dolorosa y algo triste) que al Chango nunca lo preocupó el prestigio ni la celebración exagerada. Apenas quiso seguir filmando cada vez que pudiera, como si el tiempo se terminara. En esa melancolía vive esta película sobre una persona entrañable.

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