27: el club de los malditos

Por Rodrigo Martín Seijas

27, el club de los malditos
Argentina, 2018, 80′
Dirigida por Nicanor Loreti.
Con Diego Capusotto, Sofía Gala, Daniel Aráoz, Willy Toledo, Yayo Guridi, El Polaco, Paula Manzone, NaI Awada, Willy Prociuk y Vicky Maurette.

Vacas sagradas

Por Rodrigo Martín Seijas

Hay numerosos problemas en 27: el club de los malditos. Esos problemas no pasan necesariamente por el planteo un tanto provocador y delirante de la película, que centra su eje en una supuesta fuerza conspiradora que está detrás de las muertes de leyendas musicales como Jimi Hendrix, Janis Joplin y Sid Vicious. Tampoco los problemas vienen por el disparador que supone el supuesto suicidio de un cantante punk llamado Leandro De La Torre, que resulta ser un homicidio, llevando a la investigación conjunta que desarrollan un detective, Martín Lombardo (Diego Capusotto) y Paula (Sofía Gala), una joven que fue testigo del hecho.

Los puntos débiles de la película pasan por cómo el director (y guionista) ha ido  estructurando ese supuesto delirio que cimenta un relato donde deberían darse la mano de manera armoniosa la comedia, el policial, las referencias musicales y las teorías conspirativas que alimentan no solo las leyendas, sino también la historia misma. Porque siempre, aún desde el delirio y hasta la arbitrariedad, se necesita una dosis mínima de rigor y un verosímil sólido del que la película carece. Pero Loreti se queda en la pose permanente, en la gestualidad canchera y los guiños fáciles hacia la platea –especialmente con el personaje de Capusotto, ya desde su misma presentación-, como si eso fuera compensación suficiente para ocultar la ausencia de ideas tangibles.

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Y es que en definitiva 27: el club de los malditos no termina de estructurar lo que podría definirse como una narración. Solamente cuenta con algunas ocurrencias, a las que repite y estira, sosteniendo una redundancia disfuncional, dejando en claro que lo que es un largo de 80 minutos podía haber sido tranquilamente un mediometraje. En el medio, hay notorios problemas de montaje, personajes que aparecen y desaparecen sin mucha explicación ni pertinencia, actores que hacen lo que pueden con diálogos esquemáticos y hasta imposibles.

Pero lo cierto es que la película de Loreti es apenas un síntoma de cómo hay producciones que ya tienen una aceptación previa aún antes de su exhibición o estreno. La dificultad potencial (que se da no solamente en el cine argentino, sino también en otras latitudes) es que hay determinadas figuras que ya condicionan la recepción en cuanto se pronuncian sus nombres. En este caso, se puede ver nuevamente que Capusotto, especialmente a partir de su trayectoria televisiva, se ha convertido en una vaca sagrada: tiene un público que le festeja todo (incluso los chistes que son indefendibles) y la mayoría de la crítica le elogia y justifica cualquier cosa, casi sin condiciones. Algo parecido ha empezado a suceder con Loreti a partir del éxito de Kryptonita y hasta con Gala Castiglione, luego de los premios y el reconocimiento que recibió por Alanis. Es como si los tres hubieran ingresado a un territorio de consagración inamovible, que lleva a que se pasen por alto cuestiones excesivamente obvias y que no le serían toleradas a directores, actores o guionistas principiantes.

27 El Club

Hay demasiados errores, arbitrariedades y descuidos en 27: el club de los malditos como para hacerse el distraído, como pare hacer que no vemos, que no importa. No es el cine trash de Armando Bo, y sin embargo, se perdona todo y lo que prevalecen son los aplausos y el sobreentendido de “hay que apoyar al cine argentino”. A veces (muchas, demasiadas veces) el problema de fondo no pasa solamente por las películas; también por el público, la crítica y su condescnedencia, que a la larga es una indulgencia que nos cuesta caro a todos.

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