A Futile and Stupid Gesture

Por Ignacio Balbuena

A Futile and Stupid Gesture
EE.UU., 2018, 101′
Dirigida por David Wain
Con Will Forte, Domhnall Gleeson, Seth Green, Thomas Lennon, Jon Daly, Elvy Yost, Joel McHale, Jackie Tohn, John Gemberling, Martin Mull, Matt Walsh, Rick Glassman

Un encuentro 

Por Ignacio Balbuena

Hay encuentros felices. Situaciones que se hermanan y se reconocen. No se me ocurre un director mas adecuado que David Wain para pensar en este encuentro feliz. Wet Hot American Summer (dirigida por el mismo Wain) lanzó a la fama a una enorme cantidad de comediantes en ese momento jóvenes y desconocidos. Y se inspiraba mucho en el estilo de Kinney. WHAS era una película nostálgica, de humor absurdo y sexual, y un homenaje a una época fundacional de la comedia americana. Resulta apropiado también, dado que la de Kinney es una figura que siempre se mantuvo detrás de escena, y el propio Wain es una especie de lado B de la Nueva Comedia Americana, conocida mayormente por las producciones de Judd Apatow y la asociación entre Will Ferrell y Adam McKay. Resulta apropiado entonces que Wain se ocupe de retratar a Kinney, tanto por su devoción por la época como por su carácter de comediante más bien en los márgenes. Y si bien hoy Wain es una figura más cercana al mainstream, con dos series de Netflix – que convirtieron a WHAS en una franquicia-  aún conserva una serie de marcas, un estilo que no lo vuelve un director más deglutido por el éxito. Por el contrario, es un militante de un fervoroso espíritu satírico todavía hoy, con la Nueva Comedia Americana (al menos la más fresca y revulsiva) ya disuelta.

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A Futile and Stupid Gesture es original de Netflix, si, pero es bastante más que eso (muchas veces esa marca de industria nos hace temblar un poco, pero no es el caso): es una adaptación de libro homónimo de Josh Karp, y cuenta la historia de Doug Kinney, un comediante responsable por una revolución en la comedia americana de los años 70. Escritor y editor de la revista National Lampoon, guionista en los clásicos Animal House y Caddyshack, responsable de spinoffs radiales y televisivos, y una figura a la que comediantes emblemáticos como Harold Ramis, Bill Murray, John Belushi, Chevy Chase, Ivan Reitman y Christopher Guest le deben buena parte de su carrera.

El humor de Wain conserva el componente sexual y subversivo de la nueva ola de la (ufff) vieja nueva comedia americana que aparece aquí retratada, en una biopic que intenta (y logra a medias) escapar a los convencionalismos y clichés del género a través del gag metalinguístico y un cast brillante, evidentemente entusiasmado por homenajear su propio pasado. Ya el procedimiento formal que enmarca la película es un gran chiste en sí mismo, con el actor Martin Mull interpretando a Doug Kinney de viejo narrando desde la actualidad los hechos del pasado, como si de un documental se tratara. Pero claro, Kinney murió a los 33 años en medio de depresión, ansiedad, perseguido por sus propios demonios y consumido en la adicción a la cocaína. Pero antes de eso, la película empieza por los años felices de Kinney, con él (interpretado por Will Forte) y su gran amigo Henry Beard (Domhall Gleeson, disfrazado de anteojos y peluca) disfrutando del éxito de sus parodias en la revista The Harvard Lampoon, germen inicial de la revista National Lampoon. Comediantes ácidos con formación de intelectuales, la revista apuntaba a ser el punto intermedio entre MAD y The New Yorker, y para eso reclutaron a un staff de escritores, mayormente hombres blancos porque claro, son los 70s, y “no tenemos negros pero al menos no son mayoría de judíos”, se hace cargo la narración en off del viejo Kinney. Bueno, en rigor, los acompaña una mujer (interpretada por la siempre efectiva Natasha Lyonne), y también hay par de esposas y mujeres ignoradas pero esta es mayormente una historia de hombres, si. No tiene sentido disfrazar la historia de un matiz políticamente correcto, menos en una película sobre el humor oscuro y sardónico de los años ‘70. Por ahí en unos años vemos la misma historia pero mas tolerable para la actualidad, en general en crisis con el pasado y los ídolos.

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Eventualmente el éxito de su particular estilo de humor los lleva a diversificarse. Se expanden a la radio, y gran parte de los escritores migra luego a un pequeño experimento televisivo llamado Saturday Night Live. Y cuando les toca aparecer a los viejos popes de la comedia como Bill Murray, Harold Ramis o Chevy Chase -amigo y compañero de excesos de Kinney-, es de la mano de actores que no tienen NADA de parecido, pero que claro, están encantados de encarnar a emblemas del pasado. La película se hace cargo de esto con un chiste rompiendo la cuarta pared, pero esta estética de sketch barato (las notorias pelucas, la iluminación chata) es parte del propio ethos de la película, y afín a la propia de filmar de Wain, que plantea sus propias películas como una sucesión de rutinas cómicas con decorados, vestuario y modos berretas, a conciencia. Tal vez esto se vuelve un problema a la hora de contar una historia real, y la película no termina de decidirse por el humor absurdo o la biopic más convencional, logrando como resultado algo que tiene un tono como a medio camino. Los altibajos propios de la historia no colaboran demasiado, al ser los esperables de una película de este estilo: La historia de ascenso y caída, ambientada en los 70s, con problemas en la familia y la infancia (un hermano muerto, la falta de afecto de un padre) y montañas de cocaína es una que vimos muchas veces. Sin embargo, la actuación de los personajes centrales y varios momentos de despliegue visual (como una separación contada en forma de tira cómica, y los efectivos montajes), rescatan a la película de quedar atrapada en los límites la biopic más clásica. Además, es imposible no sentir empatía por la historia de Kinney, un personaje que adquirió una suerte de status mítico entre los comediantes de la época, tanto por su genio y temprano éxito, como por la profunda ansiedad que lo aquejaba. La historia del payaso triste también es un lugar común para los comediantes, pero Will Forte logra captar la inocencia y la angustia del personaje con su rostro bonachón, aún cuando el costado más bien maníaco no se llega a desarrollar tanto.

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Aún con sus limitaciones, con sus cosas a mitad de camino, A Futile and Stupid Gesture logra despertar el interés por la época, sus íconos y sus películas, y deja también una sensación de melancolía, particularmente en una escena final que plantea la situación, más que potente, de un funeral lleno de comediantes. Otro plano en particular, justo antes de la escena del clímax, es muy efectivo. Doug Kinney está sentado al borde de un precipicio, en un retiro en Hawai en el que vivió brevemente, tratando de hacer un proceso de desintoxicación (fallido, dada la cantidad que cocaína que él y Chevy Chase se hacían traer). Kinney observa el horizonte con los anteojos puestos, y luego se los saca, y la imagen borrosa llena el cuadro. Así veía la vida Kinney, borrosa y fuera de foco, incapaz de sentirse satisfecho con su propio éxito (Animal House fue, al momento de su estreno, la película más exitosa de la historia del cine), incapaz de ver las cosas en su lugar. Kinney veía siempre todo distorsionado, en definitiva una versión más pesimista del universo. “En qué mundo no sos exitoso?”, le dice su mujer cuando Kinney dice que no puede volver el retiro como un fracaso. Kinney trató de compensarlo a fuerza de exceso de trabajo y drogas y así fue como llegó a su fin muy joven. Pero dejó un legado enorme. El tributo de Wain a Kinney y su obra acaso no sea tan memorable como la comedia de esa época, pero la profunda devoción y el entusiasmo que demuestra terminan por convertirla en una película vital y honesta. Y puede funcionar para despertar la curiosidad de aquellos que ya vieron todas las de Judd Apatow, Paul Rudd y Seth Rogen y piensen que el presente de la NCA ya está muerto. Bueno: quizás quieran ir un poco más atrás en el tiempo para ver su nacimiento, incluso todavía sin saberlo.

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