A la deriva

Por Diego Kohan

A la deriva (Adrift)
EE.UU.-Islandia-Hong Kong, 2018, 96′
Dirigida por Baltasar Kormákur
Con Shailene Woodley, Sam Claflin, Grace Palmer, Jeffrey Thomas y Elizabeth Hawthorne.

Otra vez 

Por Diego Kohan

Nuevamente nos convoca una película basada en hechos reales (parece que me las asignaran a propósito, pero no). En esta oportunidad, la historia es tomada del relato de la protagonista. No sabemos si no había tanta tela para cortar o si se trata de una pobre puesta en escena. Pero es lo que hay. A la deriva reúne varios elementos que reconocemos en las llamadas películas de supervivencia. Los ordena y los llena con su historia, sí. Nada sorprende: ni la crudeza, ni los detalles. Pero muchos menos la forma de contar. Para colmo, tampoco es un caso donde se dispone de un relato sencillo para esconder otras ideas, como podría ser el caso de buena parte de la obra de James Cameron.

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Recorramos algunos de estos elementos, para que este descontento no parezca una arbitrariedad. Ojo que lo que sigue no es una lista de supermercado, algo que despreciamos y que cada tanto seguimos leyendo cuando nos acercamos a una crítica hecha a los apurones (o sin ganas).

Fábula/Historia. Personas ordinarias protagonizando viajes tranquilos que transmutan en odiseas accidentadas, que ponen a prueba su carácter con el fin de sobrevivir. Tópico agotadísimo que abarca obras tan longevas que van de LifeboatLa tormenta perfecta. Más engorda esta lista si incluimos travesías espaciales, como Gravedad Misión a Marte. En A la deriva no hay nada nuevo, ningún elemento que no hayamos visto antes. Por supuesto, el vínculo entre los protagonistas es chato, banal. Es una superficie, pero no de esas en las que queremos deslizarnos y jugar. Es una superficie lustrosa, pero sin vida. Una superficie que no sabe qué hacer con sus propios lugares comunes (confrontar con otras películas que hacen de la superficie un territorio de juego, como la saga de las Misión: Imposible).

Orden del relato. Sin originalidad, pero al menos justificadamente, la película utiliza el esquema conocido (Forrest Gump, Slumdog Millonaire, Life of Pi) que sitúa la acción en el presente (el naufragio, en esta ocasión) pero yendo al pasado continuamente para mostrar cómo se llegó hasta ese punto. Y luego resuelve.  Es un mínimo acierto, ya que la narración cronológica sería insoportable, puesto que ambos protagonistas son lo que coloquialmente definimos como “hippies con prepaga de lujo”: adultos jóvenes, carilindos, viajando por el mundo, descubriendo las necesidades económicas, que se encontrarán para iniciar una historia de amor por demás aburrida y obvia.

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Potencia. Casi nula. Aunque expongan una herida abierta, a una chica linda sucia llorando, desesperada por encontrar comida o pongan en escena olas temerarias y demás lugares comunes del cine-desastre, nada de lo que sucede nos conmueve un solo pelo. No hay empatía posible con esos personajes de cartón corrugado. Carente de emoción (elemento clave en estas películas), de impacto. Pero peor aún: no hay vida porque no nos interesa la vida de esta gente. Pueden morir tranquilos que no nos va a cambiar nada.

Fotografía. El abuso de la imagen armoniosa y elegante es un sinsentido en relación a lo que se está contando. ¿Por qué? Porque esta belleza contundente no tiene un sentido dramático. No acompaña el tormento psíquico de la protagonista ni conforma una ironía o un contrapunto sobre la situación. Operación de agencia de turismo.

Movimientos espaciales. Es notable la falta de imaginación del director Baltazar Kómakur para poner en escena las excursiones al agua de parte de los personajes. La lógica del amarre al barco, las pericias bajo el agua y demás aventuras musculares parecen un pastiche de las decenas de películas con astronautas. Hay una hipérbole que termina resultando ridícula en esos movimientos.

Creo que con esta incursión al inestable mundo de las adaptaciones de hechos reales me retiro por un rato largo, evitando volver a esas aguas. La falta de ideas, la trivialidad frente a los personajes, el énfasis puesto en la imaginería del desastre pero con solemnidad termina siendo una herida de muerte para cualquier tentativa de adaptar hechos más grandes que la vida, pero que terminan siendo más minúsculos que el cine.

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