Amantes por un día

Por Tomás Carretto

Amantes por un día (L’amant d’un jour)
Francia, 2017, 76′
Dirigida por Philippe Garrel
Con Éric Caravaca, Esther Garrel, Louise Chevillotte, Paul Toucang, Félix Kysyl, Michel Charrel

La mirada de papá

Por Tomás Carretto

Finalmente el Bafici sirvió para decantar el demoradísimo estreno de Amantes por un día, película que amenazó con estrenarse varias veces durante el 2017 (de hecho somos varios los redactores de esta revista que la tuvimos que sacar de nuestra lista de lo mejor del año simplemente porque el film de Garrel, ya visto, amagaba y nunca llegaba a estrenarse comercialmente). Anunciada en por lo menos un par de oportunidades finalmente vio la luz en el último Bafici que culminó hace unos días. La película además vino acompañada de una retrospectiva del propio realizador en el mismo festival, que permitió poner en perspectiva una filmografía conocida y apreciada en círculos cinéfilos pero desconocida por el gran público. La visita del propio Garrel levantó expectativa pero fue silenciosa, quizás demasiado, empañada por la presencia de John Waters alguien mucho más estridente y carismático y cuyas películas se adaptan mejor al tipo de cinéfilo argentino (a su gusto y estilo). El tándem que hizo con Isabel Sarli fue un hito de proporciones.

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En este punto vale una aclaración de algo que ya ocurrió con Nanni Moretti el año pasado. Los invitados (al festival) vienen con una agenda muy cargada. El Bafici se propone ofrecerles dentro de sus limitaciones de espacio el mejor de los homenajes, aunque en el caso de este tipo de directores, su personalidad un poco les juega en contra. La gestión Porta Fouz, último director del Bafici, se propone desdoblar los homenajes entre dos grandes tipos de invitados. Los “populares” (como Waters, o el homenaje que se les hizo a Graciela Borges y Mirtha Legrand hace tan solo un par de años) y aquellos que responden a un canon de cinefilia europea (como los fabulosos Moretti o Garrel). Si a eso le sumamos un festival con cientos de películas (más de 400), y un cinéfilo argentino –y hablamos del cinéfilo, ni siquiera del espectador común- que se lleva mejor con otras cinematografías (terror, animación, cine asiático) para mí (que comparto ese gusto cinéfilo con Porta Fouz y soy un fervoroso talibán de estos directores europeos) el resultado frente a la gran expectativa que se genera es un poco decepcionante. No nos hacemos sentir. Habría que encontrar el formato para que estos directores puedan brillar o salir del círculo. Directores como Moretti, Garrel, o Bellocchio (de quién también se hizo una retrospectiva en los últimos años) no abundan y se corre el riesgo de agotar el recurso.

Phillippe Garrel (hijo del mítico Maurice) es el último mohicano de la Nouvelle Vague francesa. Una corriente del cine moderno que hace más de 50 años le aportó al cine nuevas miradas estéticas y lo convirtió en un arte eternamente joven y bello. Una puesta en valor de la historia del cine, la reafirmación del amor cinéfilo. Como sucede con cualquier nuevo cine o vanguardia, fue vampirizado y asimilado por el cine industrial (en sus temáticas, sus innovaciones técnicas y estilos para su propio propósito) y desechada en sus aspectos revolucionarios (la construcción poética libre como baluarte ante la morosidad, la desidia, la linealidad, la solemnidad y la falta de conciencia y conocimiento sobre el propio arte del profesional del oficio), mientras sus impulsores se fueron corriendo hacia un cine más convencional, fueron perdiendo brío o quedando en el camino. En paralelo, referentes importantes como Godard se iban volcando hacía un tipo de cine más político e “intelectual” (su etapa maoísta a la que le siguieron otras tanto o más crípticas), un cine (salvo excepciones) mucho más chato estéticamente, menos esmerado, menos creativo y mucho menos bello que el de sus inicios, aunque con el mismo grado de pretensión. Esas películas de la Nouvelle Vague respondían a ciertos estándares de producción. Películas chicas, filmaciones ligeras, la utopía de la cámara stylo. Grandes genios como Jacques Demy tuvieron que convivir con sus limitaciones económicas. “Me gustan las películas grandes, es trágico” decía el bueno de Jacques. La Nouvelle Vague no estaba pensada para las películas de gran escala. Es valiosa está anécdota para contemplar por qué las películas de Garrel hoy siguen prácticamente los mismos patrones. A veces esa repetición es quizás (relevando el pasado) la garantía de la subsistencia. El instinto de auto-conservación. “Me mantengo libre para poder hacer películas no muy caras” (Firmado: Philippe Garrel).

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Para otros como Jean Eustache, “el marido de la secretaria de Cahiers”, fue tortuoso encontrar un productor que financie sus películas. Eustache era un dandy pobre, la clase baja (el proletariado) de la Nouvelle Vague, que sólo podía acceder a bosquejar cortometrajes donde mostraba su talento. Cuando -más de una década después- a su pasión de cine le llegó la oportunidad de hacer las películas que quería…trágicamente ya era tarde. El mundo era otro. Muy distinto. El cine también. Sus dos obras geniales, mayores, testamentos fílmicos para la posteridad: La mamá y la puta (1973) y Mes petites ameureuses (1974), fueron también el epilogo enajenado del movimiento. Su cierre crepuscular y desencantado. Eustache terminó con su vida (acosado por la depresión), y sólo quedó Garrel como celoso heredero de ese legado. También como depositario de esa mirada urgente y bella. La intuición y la convicción. Como cultor ardoroso de un acervo: el amor como tema central de una tradición que puso al hombre, la mujer y sus sentimientos como centro del mundo. Desde distintos ángulos, miradas heterogéneas y géneros, toda la Nouvelle Vague centra, explora, hace foco en la pasión de amor: hacia el cine, hacia las mujeres, hacia los hombres, hacia la infancia o juventud perdidas. Es por eso que las películas de Garrel son así. Sus historias de amor, de desavenencias conyugales, sus idas y vueltas, son el relicario de ese pasado mítico. Garrel es ese niño huérfano esperando por el retorno de sus padres cinéfilos. Los ritos de su cine son también la clave para poder encontrarlos. Ese encuentro utópico (que no sucederá) es quizás por eso pura catarsis, puro desencanto.

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Esthercita. Si Garrel es el legatario de la Nouvelle Vague, Esther su hija menor, es la continuadora del clan Garrel. Una actriz muy natural casi a contramano de esa cierta solemnidad de la que se acusa a Garrel, ese prejuicio con que se mide su cine y que está bastante alejado de la realidad. Porque no por ahondar en los dramatismos de la pasión ni en cultivar una estética celosa (alejada de los cánones del cine mainstream) el cine de Garrel se hace solemne. Para eso en sus últimas películas dispone de una serie de preceptos o reglas autoimpuestas que le otorgan gran ligereza: películas cortas (menos de 80 minutos), escenas breves, filmadas en una sola toma para permitir que lo inesperado se filtre por las hendijas que deja el film. Filmada en 21 días como la legendaria La mamá y la puta de Eustache, Amantes por un día (que forma parte de la trilogía junto con La Jalousie (2013) y L’Ombre des femmes (2015)), tiene un cuidadoso trabajo de ensayo sobre el texto y las actuaciones que evita forzamientos e imposiciones. Pero una vez que la película se materializa frente a la cámara, Garrel no interviene, solo registra documentalmente. A Esther también se la puede ver dejar su pequeña impronta y particular gracia en Truffaut au présent (2014) de Axelle Ropert, corto que se exhibió en el Bafici y que se puede ver también aquí. En ella Ropert (que ofició alguna vez de directora y crítica de la desaparecida revista La Lettre du Cinéma (Gallimard), publicación mucho menos mítica y prestigiosa que Cahiers du cinema, el embrión de la Nouvelle Vague) se propuso recrear el estilo de casting-entrevista con que Francois Truffaut se acercaba a los actores. De hecho así fue como halló al pequeño Jean Pierre Leaud. Y aquella entrevista fue incluida en Los 400 golpes (1959). Pero Ropert hace un tipo de cine más comercial, con una escritura más propia del cine de Nora Ephron, imitando un poco ese verosímil y esos convencionalismos tan particulares de la neoyorquina que dejaron su impronta en la comedia romántica noventista. Bajo ese tópico se pudo ver en el Bafici su Tirez la langue, mademoiselle (2013), film protagonizado por Louise Bourgoin, Cedric Kahn y Laurent Stocker, en triángulo amoroso, una buena película aunque impersonal, especie de guión de Ephron que parece amagar convertirse en un músical de Resnais (Conozco la canción (1997) ¿por qué no?).

Amante Por Un Dia Banner

Garrel y Ropert tienen concepciones sobre el cine diametralmente opuestas, sin embargo ambos recurren a la buena de Esther. En Truffaut au présent, la hija de Garrel se destaca entre otros distintos biotipos de actrices por su naturalidad, desenfado y simpatía a pesar de que el corto la representa como una más. En Amantes por un día en cambio hace un papel sentido donde lleva parte del peso de la narración y está filmada por su padre con el mismo esmero, cariño y sensibilidad con que quizás Truffaut retrataba al pequeño Leaud. Esther, actriz de dos caras: por un lado su belleza exótica en primer plano y esos rasgos que parecen los de una Maria Callas; por el otro su cuerpo pequeño y frágil (apreciado en planos generales mientras camina al sol o arrastra un bolso por la noche), que da una impresión totalmente distinta.

Amores y desamores. Encuentros y desencuentros. Padres e hijas. Diálogos y caminatas. Angustias y secretos. Miradas y silencios. Besos y despedidas. Creemos que el tan esperado estreno de Amantes por un día, con la belleza refulgente de su blanco y negro luminoso y destellante, su homenaje vivo al gran Eustache, su afecto por el cine y los actores, su espíritu amateur, su pureza, la vivacidad de sus calles, de sus bares, la languidez y melancolía de sus interiores, sus juegos y decepciones, la mirada piadosa, el sexo, la seducción y el fantasma del olvido y la indiferencia, su nobleza (hacia el cine) y su gracia son un pequeño gran hito que no hay que dejar pasar.

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