Anna: El peligro tiene nombre (Anna)
Francia-EE.UU., 2019, 119′
Dirigida por Luc Besson.
Con Sasha Luss, Helen Mirren, Luke Evans, Cillian Murphy, Eric Godon, Eric Lampaert, Pauline Hoarau, Avant Strangel y Jan Oliver Schroeder.
Retorno al pasado
Por Rodrigo Martín Seijas
La crisis económica, legal y personal que viene atravesando Luc Besson –con múltiples acusaciones por acoso, sumado a fracasos encadenados que llevaron a una debacle financiera a su compañía EuropaCorp- quizás tenga algunas ventajas. “Oportuncrisis”, diría Homero Simpson. Sí, Besson arrinconado -y un poco en las últimas- encuentra en Anna: el peligro tiene nombre una oportunidad para liberarse un poco de sus propias ataduras.
Es que la historia de este director es una parábola. Tomémonos unos minutos: había arrancado como un cineasta con una mirada personal y distintiva –aún con sus defectos- que le permitió entregar films tan desparejos como atractivos, tales como Azul profundo, Nikita y El perfecto asesino. Pero desde El quinto elemento en el cine de Luces Besson se fue imponiendo una mirada donde tendían a prevalecer las perspectivas de un productor masivo y despersonalizado, la invención de conceptos banales y hasta el diseño de modas sin una idea meridiana o un mínimo interés cinematográfico que exhibiera alguna clase de conexión emocional con el proyecto. De ahí, de ese hoyo de desgano, fueron saliendo sagas nefastas como Taxi, Búsqueda implacable y Los ríos color púrpura, que interpelaban el lado más reaccionario del público. O, como contraparte, productos que eran pura cáscara vacía, como Lucy o Valerian y la ciudad de los mil planetas.
Pero a Besson se le acabó la suerte. Y posiblemente haya sido para bien. Por qué festejar? Porque Anna: el peligro tiene nombre es, antes que nada, una película que no parece tener grandes condicionamientos o compromisos previos. Quizás en parte porque hay un retorno a un terreno más personal (que conecta con niveles de su primer cine), fundamentalmente a partir de un relato que guarda unas cuantas similitudes con Nikita: hay una joven rusa que es reclutada por la KGB para realizar misiones de asesinato, con el telón de fondo de los últimos años de la Guerra Fría y las distintas confrontaciones con la CIA. Pero eso apenas el punto de partida, una primera capa argumental, porque el film, a medida que va avanzando, va combinando múltiples tonalidades genéricas, hasta convertirse en un cambalache divertidísimo al que no hay que tomarse demasiado en serio.
En Anna: el peligro tiene nombre hay un triángulo amoroso, disputas de poder político, intrigas cruzadas, algo de drama existencialista, idas y vueltas temporales, giros que dinamitan puentes previamente establecidos e incluso unos cuantos momentos de comedia, como intensidades fulgurantes y fosforescentes. Pero esa mixtura está aplicada con tal nivel de desvergüenza, libertad y desparpajo que termina siendo cautivante. Para eso, claro, hay que entrar en el juego: Besson propone una estructura definitivamente lúdica, que requiere de un espectador que suspenda toda búsqueda de una lógica consistente en la narración (hay algo de folletinesco y de pulp en todo esto). Toda la película es una oleada de puro artificio. O más bien: se trata de un artificio al cuadrado, porque cada paso que da la trama pareciera estar más dedicado a exponer el sistema de trucajes que solamente a narrar.
Lo llamativo es que la astucia juguetona que despliega Besson no cae en la tentación de la canchereada banal y presuntuosa. No, Besson no es Nolan ni Villeneuve. Ni Refn. La humanidad sigue presente en la película, por lo que los personajes no son meras funciones. A tal punto que esa decisión le permite a Besson delinear una sensibilidad feminista, dando vuelta como una media cualquier perspectiva sexista sesgada en una mala lectura. Anna: el peligro tiene nombre es, en efecto, un film donde los hombres son mayoría, si, pero son claramente superados por la inteligencia de las mujeres: no solo por la protagonista, sino también por la despiadada pero coherente jefa que encarna una perfecta Helen Mirren. En una época de aburrimiento y oscurantismo disfrazada de corrección política, Besson sorprende a no pocos y demuestra que divertirse con los géneros es un acto redentor, si, pero también una forma inteligente, luminosa y superadora de reencontrase con lo que alguna se supo ser.