Años luz

Por Marcos Rodríguez

Años luz
Argentina-Brasil-España, 2017, 72′
Dirigida por Manuel Abramovich.

El amor ajeno

Por Marcos Rodriguez

Vemos unos anteojos de costado. Los anteojos son un signo: la que está mirando es Lucrecia Martel. No vemos lo que mira. Tampoco vemos su expresión, sus reacciones, su atención. La vemos mirar.

Creo que todos probablemente hemos tenido la experiencia de estar en presencia del amor ajeno y sentir que hay algo que no entendemos. Si el amor es el que revela (algunos dirían que crea) el objeto amado, los que miramos de afuera probablemente no tengamos mucho que decir. Esto a cuento de que Manuel Abramovich parece haber estado fascinado por Martel mucho antes de empezar el rodaje de este documental y es de suponer que quienes prenden incienso en el altar de Lucrecia, último avatar de la esencia misma del cine, encuentren en Años luzmás evidencias de su infinito amor. Pero quien no se acerca de entrada con esa plusvalía de pasión arrobada por todo-lo-Martel probablemente no encuentre demasiado interés en este documental.

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Es cierto que Años luz está lejos de ser un backstage correcto y pulcro. Hay un trabajo sobre el encuadre, sobre los tiempos, las elipsis, las repeticiones y preparaciones en un set. Una cierta voluntad, digamos, de repetir la voluntad estética de Zama en el documental que viene a registrar el rodaje de Zama. Planos de juncos en el agua. Planos de caballos en el pasto. Solcito lindo y peinados. Años luz es una película particular. Lo cual no quiere decir que sea necesariamente buena, o interesante. Depende de cómo uno considere las cosas. Si uno quisiera ser un crítico perdonavidas podría decir: “un documental lejos de las convenciones del género”. Pero la pregunta que uno se hace al mirar esta película cuanto más se aleja de las convenciones es: ¿adónde es que quiere llegar?

Uno de los emails que se imprimen en pantalla al principio de la película incluye una respuesta de Lucrecia Martel que da título a la película. Estoy a años luz de ser la protagonista de una película. Pero me gustaría que nos juntemos. Abramovich pone esa respuesta en pantalla, articula la dificultad del rodaje en su propia película, y extrae su título de ahí. Según he leído en algún lugar, ese “años luz” parecería ser una demostración encantadora de la humildad de la gran Lucrecia, que a pesar de su estatura enorme es muy modesta y está incómoda con que la filmen. No puedo hablar de la timidez de Lucrecia pero lo que me interesa es la frase siguiente, en la que dice que le gustaría tomar un café. La contradicción es evidente: no, no, pero juntémonos a charlar sobre el proyecto de filmarme. Pasa lo mismo en el email final, en el que Martel repite su incomodidad con el hecho de verse filmada e inmediatamente declara que tiene sugerencias de cambios que le gustaría hacer al documental. Estos emails que Abramovich decide incluir interesan en Años luzno porque expliquen las circunstancias de su producción, sino porque son una forma nueva de retratar a su personaje. Un personaje que adquiere tonos contradictorios, o por lo menos una personalidad no tan clara, que no encontramos en el metraje filmado en el rodaje, posiblemente por limitaciones de material.

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Martel mira, da órdenes, se pone de mal humor con el equipo de producción (aunque siempre con tonito amable y con diminutivos), charla con actores, da indicaciones. Todo muy ejecutivo. Si hay algo que queda claro después de ver Años luzes que Martel es una directora que sabe lo que quiere ver en sus planos, que es meticulosa hasta en lugares impensados y que todo lo que vemos en sus películas ha sido puesto ahí con el control más riguroso. Algunos dirán que esa es la evidencia de que Martel se encuentra a años luz de los demás directores de cine, pero no me consta que el control sea garantía de cine. No deja de ser encantador, sin embargo, ver los momentos de rodaje en los que Martel les grita a sus actores acciones, gestos, movimientos, tonos, casi como si fuera una directora de la época muda.

Martel mira. La vemos mirar. No vemos qué mira. Años luz, una película de rigurosa observación, no busca explicarnos qué o cómo mira Martel (aunque para eso están las entrevistas infinitas en las que ella misma nos explica su cine y tantas otras cosas de la vida). Martel mira detalles. Es difícil precisar qué es lo que se supone que estamos viendo. La miramos mirar. Un corazón enamorado podrá creer que en esa mirada que miramos ocurre el cine.

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