Antebellum

Por Mariano Bizzio

EE.UU., 2020, 105′
Dirigida por Gerard Bush, Christopher Renz
Con Janelle Monáe, Kiersey Clemons, Jena Malone, Jack Huston, Eric Lange, Gabourey Sidibe, Robert Aramayo, Lily Cowles, Marque Richardson, Devyn A. Tyler,Choppy Guillotte, Tongayi Chirisa, Caroline Cole, T.C. Matherne, Todd Voltz, Dayna Schaaf, Betsy Borrego, Grace Junot, Chelsea Cierria Davis, Kimani Bradley, Christine VonRobarie, Arabella Landrum, Achok Majak, Bill Martin Williams, Bernard Hocke, Geraldine Glenn, Lyle Brocato, London Boyce, Trula M. Marcus

El espantapájaros


El desprecio que exhibía el sadismo de Steve McQueen en 12 años de esclavitud (2012) o la falsa presunción de denuncia del explotation mondo de Gualtiero Jacopetti & Francesco Prosperi en Adiós Tío Tom (1971) me daban vueltas por la cabeza cuando promediaba el visionado de el largometraje que mas ruido hizo a finales de septiembre en EE.UU. Nada, pero nada de lo que narra Antebellum me hacía acordar, en cambio, al Tarantino de Los 8 mas odiados y Bastardos sin gloria, aunque mucho de lo que leí por ahí de los pocos que la defienden invoca al director de Django sin cadenas. Pero también me revoloteaba por la cabeza el cine de M.Night Shyamalan, en particular la versión vueltera de tuerca de La Aldea. Todo esto viene a que cuando uno testimonia una película que resuena mucho a otras (con relación de mayor o menor distancia), el aroma define texturas. Y esas texturas nos permiten terminar de comprender desde dónde se posiciona esa película que vemos. El problema es que Antebellum no parece siquiera saber muy bien desde donde cuenta la historia que cuenta.

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El giro de tuerca, a primera vista, es el único responsable de que no nos quedemos con la impresión de un explotation tardío (por la referencia al período de la guerra de secesión y los ultrajes bestiales del esclavismo ) u oportunista (según el contexto actual de pleno apogeo del Black Lives Matter luego de diversos asesinatos de ciudadanos de piel negra de parte de la policía). En su tripartición según la cantidad de información con la que contemos (poca en el tercio inicial, parcial pero desconectada del primer tercio en el segundo, integral/global en el último), la película gira en torno a lugares comunes de la corrección política que previsiblemente podríamos reconocer sin mayor esfuerzo. Desde ese punto de partida no hay sorpresa posible mas allá del mencionado giro de tuerca. A final de cuentas es lo que postula la frase de Faulkner con la que inicia la película: “El pasado nunca se muere. Ni siquiera es pasado”. En una frase ambos tiempos aparecen condensados como integración e indistinción.

Antebellum

Pero volvamos a la frase de Faulkner y el uso que la película hace de ella en particular. Ahí sobrevuela una idea, curiosamente, tranquilizadora (es decir, contraria a la conciencia política que presuntamente se propugna desde el film): el tiempo ha pasado pero al mismo tiempo los supremacistas blancos siguen siendo el principal peligro para los ciudadanos negros. Es, cuando menos, una idea por lo pronto despolitizada: resulta similar a la invocatoria de los nazis como mal supremo. Hay algo de esa frase y el modo en el que la película determina los peligros para su protagonista (y los otros personajes negros encerrados en la plantación de algodón) que provoca un ruido atroz y al mismo tiempo característico de la corrección política: la negación de la historia y el transcurso de los hechos. Y es que en Antebellum nada de lo que vemos como conflicto parece remitir a las posibilidades amplias que excedan el maniqueísmo con el que el film representa a los blancos. En ese universo de sentencias y representaciones, el suprematismo blanco y racista que juega el juego de secuestrar negros y aislarlos en una existencia igual a la de los esclavos en el siglo XIX, es el mejor enemigo que el film puede construir. Ese enemigo es un hombre de paja que no se condice con la presunción de peligros presentes que el mismo film asume señalar.

Film Review Antebellum

En su necesidad desesperada de conectar temporalidades y sentenciar continuidades discontinuas (“estamos en el siglo XXI pero todavía nos persiguen como si fuéramos esclavos del siglo XIX, el peligro no ha cesado”) Antebellum renuncia a la historia. Pero no lo hace con un fin movilizador, inquietante, sino con una perspectiva chata, carente de matices, vengativa (esos ralentis luego de asesinar blancos!) y, ante todo, solemne. No hay juego (como en Tarantino) no hay inquietud reflexiva sobre el rol de víctimas y victimarios, sino lisa y llana sentencia y acusación. A su vez, en el contexto presente de autoflagelación, el progresismo despolitizado, contrario a preguntarse por las complejidades de los hechos de racismo actual, se tranquiliza con el consumo culposo de ficciones demagógicas.

Al final de cuentas, la corrección política tiene ese no sé qué tan religioso que asusta: un martirio discursivo que antes que preguntarse por el fin de la infelicidad y la inequidad propone una existencia culpas para todos y todas. Una locura.

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