Azor

Por Pedro Gomes Reis

Argentina, 2021, 100′
Dirigida por Andreas Fontana
Con Fabrizio Rongione, Alexandre Trocki, Stéphanie Cléau, Elli Medeiros, Yvain Juillard, Gilles Privat, Juan Pablo Geretto, Carmen Iriondo, Pablo Torre Nilson, Juan Trench

Un extranjero

Nada, pero absolutamente nada de lo que narra Azor puede sorprender a un argentino. Eventualmente puede suceder con algún extranjero un poco despistado. Pero difícilmente un argentino observe aquello que narra la película de Andreas Fontana como una representación “anómala”, “distinta”, “original” de la dictadura argentina en el cine. De hecho, sin hacer demasiada memoria, no cuesta tanto reconocer cómo la estrategia de construir un gigantesco fuera de campo de la representación de la vida cotidiana en la dictadura para las clases medias y las clases bajas ya estaba presente en otras películas previas a Azor, que no irrumpe ni renueva ningún aspecto en ese sentido. Incluso no es muy difícil observar cómo el mismo inicio de la película reniega de la presupuesta elisión de la clásica representación de los uniformados y los controles en la calle. Busca Azor, entonces, instalar en nosotros una representación convencional para luego alejarse de ella? No. Por el contrario, redunda en otra clase de convencionalidades.

Para el europeo promedio con culpa pequeñoburguesa con vuelco y expresa simpatía hacia la reivindicación de los derechos humanos frente a los delitos de lesa humanidad, Azor puede ser un plato que se come tibio, que tiene la temperatura ideal y que tranquiliza el alma y las tripas a la vez. Pero quiero pensar que para mis amigos latinoamericanos el hecho de ver una película sobre la-siniestra-convivencia–entre-el-capital-transnacional-y-el-crimen-organizado-desde-los-estados-dictatoriales-y-las-democracias-occidentales no debe resultar algo particularmente novedoso. As a matter of fact no lo es: observamos reuniones con extensas charlas tediosas sobre los intereses de la alta burgesía terrateniente, entre los trepadores que buscaron nuevos negocios al calor del delito en connivencia con el accionar criminal de los militares en la dictadura del 76-83 pero lo que no encontramos bajo ningún aspecto es ningún discurso que exprese algo parecido a la inquietud. Bien por el contrario, lo que narra Azor es previsible en todos y en cada uno de los niveles abordados: la clase dirigente cómplice, los militares asesinando y robando…y la clase proletaria casi completamente ausente de pantalla, excepto como empleados, como serviles al aparato de muerte y no muchas cosas más.

La pregunta entonces se nos impone: qué fue lo que vieron los críticos en Azor que los fascinó de sobremanera? La extranjería en la enunciación, la frialdad, la distancia, el carácter inconmovible de un personaje salido de una novela de Alberto Moravia, la sensación irreversible de que EL MAL (con mayùsculas, porque aunque parezca lo contrario nada de lo que enuncia esta película tiene un tono menor) siempre se impone. Y que los actores de ese mal metafísico son los representantes de la impunidad misma. Puede que todo eso sea cierto. Lo que seguramente no resulte de la mirada propuesta por el extranjero que va, mira y habla sobre los horrores, es la perturbación. Porque si ese quiso ser el horizonte de posibilidades en la representación del ingreso al corazón de las tinieblas, lo que ha logrado Azor es exactamente lo inverso: mostrar a la dictadura de forma maniquea, y al horror, tolerable y banal.

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