Bafici 2018 – Diario de festival (9)

Por Diego Maté

Las vidas posibles

Por Diego Maté

Entre muchas otras cosas, un festival de cine puede ser un sismógrafo capaz de registrar con anticipación movimientos subterráneos. Con el paso de los años, el Bafici fue mostrando algunos desplazamientos tectónicos en torno al cine y la política que ningún otro espacio parece haber podido ver: las proyecciones de El olimpo vacío y El diálogo sugerían la posibilidad de discutir la posición asumida en bloque por el cine argentino alrededor de temas como la última dictadura y el juicio a represores, pero también sobre el peronismo y su ideario. Se trataba de una discusión que ya estaba en proceso en el resto de la cultura, pero que era casi inexistente dentro del cine: bastaba con comparar el gran número de libros críticos con el kirchnerismo o que revisaban el tratamiento oficial de la violencia de los 70, de un lado, con la casi ausencia de películas que tuvieran búsquedas similares, del otro. Hoy no puede decirse que ese estado de cosas haya cambiado demasiado, pero el Bafici, una vez más, permite ver desplazamientos todavía insospechados.

T 1523720360255 Name Esto No Es Un Golpe

El signo más visible de esos reacomodamientos seguramente sea la presencia en la Competencia Argentina de Esto no es un golpe, el documental de Sergio Wolf sobre el levantamiento carapintada de 1987. La película es extraordinaria por varios motivos, pero lo es sobre todo porque trata un hecho traumático de la historia reciente sin adoptar posiciones maniqueas (aunque la película se identifica claramente con algunos personajes a los que considera héroes), dando voz tanto a representantes civiles como militares. La madurez y la elegancia con la que Esto no es un golpe vuelve a narrar los hechos supone una rareza absoluta dentro del panorama del cine argentino de los últimos años. Uno intuye que esa debe ser la forma habitual en la que las cinematografías de otros países procesan sus conflictos históricos: privilegiando la información y los testimonios, dialogando, sin buscar enemigos, sin aprovechar el pasado para ganar una ventaja política inmediata, sin ánimos de revancha.

Pero en el Bafici también hubo ecos menos estruendosos de esa reconfiguración silenciosa. Es difícil no imaginar un sistema entre Esto no es un golpe y El hermano de Miguel, proyectada dentro del marco de la Competencia de Derechos Humanos. En la película de Mariano Minestrelli se cuenta la larga lucha de Miguel Dicovsky por saber qué fue de su hermano Sergio, desaparecido en 1974 durante un operativo fallido en el que miembros del ERP asesinaron al coronel Ibarzábal tras muchos meses de cautiverio. El documental adopta desde el primer momento una dimensión humana: no importan el ajuste de cuentas o el choque de posiciones en torno a la violencia de los 70, sino la búsqueda de información que permita reconstruir qué fue de Sergio y el calvario que es la vida de Miguel. En un momento, Miguel se reúne con Alicia, la hija de Jorge Ibarzábal. El encuentro sucede en el patio de un restaurante, a puertas cerradas, y es una escena impresionante: los dos comparten el mismo espacio (a veces, el mismo plano) y hablan, tratan como pueden de superar diferencias irreconciliables, hacen un gran esfuerzo para solidarizarse con el otro. Ese encuentro, que habría sido inimaginable en una película argentina hasta hace poco tiempo, no lima dolores ni rencores personales: durante una marcha, se lo ve a Miguel sostener una bandera que rechaza la reconciliación. Pero hay algo que va más allá de los deseos y de las intenciones de Alicia y de Miguel y que los lleva a reunirse, algo no del todo explícito, que excede la sola búsqueda de información (el motivo de Miguel para organizar el encuentro): una sola imagen, el mero hecho de verlos a los dos dentro del mismo encuadre, demuele el relato oficial que durante años dominó al cine argentino en torno a la violencia estatal y la de la guerrilla. En la escena parecen no quedar resquicios para discursos alucinados sobre juventudes maravillosas ni para reivindicar la represión ilegal: lo que muestra la película son dos seres rotos unidos por la muerte y la incertidumbre. Los testimonios de los protagonistas de la Semana Santa de 1987 que propicia Esto no es un golpe tienen su réplica, aunque en una escala distinta, menos cívica que humana, en la reunión de El hermano de Miguel.

A su vez otra película, en la Competencia Argentina, sugiere que el cine argentino podría, en un futuro no muy lejano, expandir el tratamiento monolítico sobre la última dictadura y probar nuevas soluciones estéticas. Expiación, de Raúl Perrone, transcurre en una casa con unos personajes que no parecen poder abandonar el lugar. La manera en que se trabajan los espacios, la indeterminación temporal, la decisión de incluir textos poéticos que se recitan (renegando de cualquier posible realismo psicológico al uso) conducen a la película por un camino prácticamente inexplorado por el último cine argentino, el de la alegoría, es decir que el regreso sobre la Historia se efectúa a partir de una clave enrarecida, donde el pasado se lee desde la metáfora y el extrañamiento. La película es muy buena, pero no me interesa acá comentar sus logros, sino señalar que la propuesta de Expiación consiste nada menos que en abrir la puerta a otras formas de representación que no sean el documental expositivo o de testimonios. El clima pesado de la casa, con sus personajes arquetípicos que deambulan sin demasiado rumbo buscando algo no dicho (o escapando de algún espanto que no se nombra), rompe con la posibilidad de extraer del hecho retratado una o dos consignas simplonas que sirvan a los fines de algún poder de turno. Perrone, uno de los pocos directores argentinos sin miedo, siempre dispuesto a probar cosas nuevas, a reinventar su filmografía, recuerda que la Historia puede observarse desde una gran cantidad de lugares diferentes y que algunos de esos lugares pueden resultar bastante más estimulantes que aquellos que en los últimos tiempos monopolizaron el retrato de la última dictadura.

No quiero decir que estas películas sean las primeras en hacer lo que hacen, sino que en el Bafici, por el hecho de compartir el espacio de una misma grilla, se vinculan unas con otras y dibujan una tendencia más grande que las excede por separado. Una tendencia poco definida, sin ninguna clase de planificación, que apenas se sugiere cuando uno va a las funciones o lee la programación, pero que de todas formas permite imaginar otro escenario a futuro, uno donde el cine argentino ya no piensa la Historia en bloque.

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